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domingo, 25 de octubre de 2020

Empacho

Aun a riesgo de empacharme, continúo releyendo La Náusea, al tiempo que escucho en Youtube un concierto de Jean Michel Jarre, que sigue enganchándome con su música. Muy francés todo. El existencialismo y Jarre. Para un domingo lluvioso, otoñal, no está mal. Encima con cambio de hora. Una hora menos de luz solar hoy, en este Poniente polícromo, en el que asoman las castañas en el valle de Noceda, en las zonas de Juan de villar y de Llateos. Mirando para Yateos. Ya, ya... 

Otoño nocedense. Foto: Cuenya













Ya es época de magostos. Aunque la gente, este año, ande de capa caída, tal vez roída por los ratones o las ratas, esas ratas de La Peste, de Camus, que tienen su equivalente en nuestro draculín coronavírico. 

La lectura de Drácula de Stoker y el visionado de la película homónima de Coppola se me antojan delicias turcas. Y me trasladan a Rumanía, a la Transilvania. Tras la Silva. Aún recuerdo con cariño mis viajes a Rumanía. Aunque Bucarest (Bucuresti) tampoco es que me entusiasmara. Otra cosa es la Transilvania: Brasov, Sighisoara, el castillo de Bran... O Constanza, en la costa del Mar Negro. Costinesti es un buen lugar para vacacionar. Para veranear. Dejemos volar la imaginación. Imaginemos sin cortapisas. Viajemos. Aunque sea nomás a través del espíritu. 

Después de todo, el Covid-19, o la Covid-19 (la Covi) proviene del murciélago, al menos eso nos cuentan. Y el murciélago está emparentado con Vlad Tepes, Vlad el Empalador, Dracul, que naciera en la ciudad transilvana de Sighisoara. De repente, sin querer (o queriéndolo, que el subconsciente tiene gran poder) me veo viajando de nuevo a Rumanía. ¿Pero no estaba en la France con La Náusea y con Jean Michel Jarre? 

Brasov. Foto: Cuenya

Por cierto, Camus y Sartre, aun siendo ambos existencialistas y paisanos, no se llevaban muy bien. Eso nos han dicho también las lenguas, no sabemos si las buenas o las malas. 

Pero yo había venido aquí, a este diario de bitácora, a hablaros, una vez más, de la Náusea, del empacho, del hartazgo que me produce el Corona, la corona de espinas... funeraria... Sigo escuchando lamentos fúnebres. 

Se nota, ay, que el otoño está calando hondo en los huesos, en la médula espinal. Y el lumbago hace acto de presencia. Como la Náusea. ¿Y la alegría, donde ha quedado aparcada la alegría de vivir? El oficio de vivir. Pobrecito Cesare Pavese. Tendré que releerlo. Porque en su día me dejó trastocado. Se necesitarían tantas horas, tantos meses, tantos años, tantas vidas, para poder leer y entender, para viajar y conocer, para vivir con plenitud. Eso sí, sin dolores, ni enfermedades. Sin malestar. De ningún tipo. 

"Lo que me asombra es sentirme tan triste y tan cansado", escribe Sartre. La tristeza y el cansancio se apoderan de uno. Tal vez esto sea debido al otoño, que afecta con la caída de las hojas de los árboles. Y su falta de luminosidad. Necesito un chute de endorfinas. Para sobrellevar el camino. Y la Covi, con su toque de queda, que tal vez sea un toque de ánimas (se aproximan Los Santos), nos está debilitando. 

Castillo de Bran. Foto: Cuenya

"... Hay que escoger: o vivir o contar", se plantea Sartre. He ahí el dilema. Vivir para contarla. Como hiciera el Nobel Gabo. Vivamos y contemos. La narración como una prolongación de la vida. Para que no chirríe. Ni la vida ni la narración. Contar a partir de lo que uno vive y siente. La vida es sagrada. Única. Irrepetible. Vivimos para morir. Pero también vivimos para contar. Y sentir. Para amar y ser amados. Lo mejor que puede ocurrirnos. 

"... Al contar la vida, todo cambia; sólo que es un cambio que nadie nota". Sartre me deja sin palabras. Todo cambia y todo permanece. Sólo permanece aquello que recordamos. O bien aquello que reconstruimos. Porque nuestra memoria, aun queriendo ser fiel a las vivencias, encaja los recuerdos como puede. Donde puede. Nuestra memoria dista mucho de ser infalible, incluso en casos en que uno pudiera tener memoria de elefante, como ocurre en el cuento Funes el memorioso, de Borges, cuyo protagonista es capaz de memorizar todo. De no olvidar nada. Aunque no tenga al parecer memoria afectiva. Ni capacidad de razonamiento. 

"He querido que los momentos de mi vida se sucedieran y ordenaran como los de una vida recordada", apunta Sartre a través de la voz de Antoine Roquentin, su alter ego pelirrojo.

"No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro ciertas circunstancias. Desconfiar de la literatura. Hay que escribirlo todo al correr de la pluma, sin buscar las palabras", nos revela Sartre para quien la escritura sirve para aclarar su vida, sus circunstancias. La escritura como un modo de entenderse. Y entender qué está ocurriendo en su mundo entorno. 

"Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su cuerpo, no puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre". Sólo poseemos un cuerpo, que tiene caducidad. Y no deberíamos malgastarlo. Aunque el paso del tiempo resulte nefasto. Estamos solos, solos con nuestra angustia a cuestas. También solos con nuestros sueños. Uno también aspira a ser libre. ¿Libertad o bienestar? La libertad guiando nuestra vida. 

"No hay que tener miedo". No deberíamos tener miedo. Pero tenemos miedo. A veces miedo irracional. Otras miedo racional. El miedo preside nuestras vidas. Ahora más que nunca estamos desarrollando un miedo atroz. A raíz del virus. De lo qué ocurrirá en nuestro Planeta. Con nosotros y nuestros seres queridos. Con nuestra sociedad. Con nuestro modo de vida. 

"Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor...Y o soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso… y no puedo dejar de pensar ". Imposible dejar de pensar. Aunque sea en las facturas de la luz, del gas... del IBI (acaban de pasar la receta, santo cielo, todo en esta vida consiste en pagar...). Existo porque pienso. O quizá existo, luego pienso. La existencia prevalece sobre todo. Si no existiera, no podría pensar. Poner la mente en blanco. Tarea harto complicada. El mito de la mente en blanco. Ni siquiera con técnicas budistas. Aunque puedas practicar el budismo zen. La concentración. El amor. La paz interior. La libertad.

Tumbas de Sartre y Beauvoir.

Obsérvate. Medita. Sé paciente. Encuentra la serenidad. Un punto de equilibrio. Que nada te perturbe. 

"Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, al principio mismo; en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace". 

Querer es una hazaña, que amerita de energía, cierto. Acaso de una energía extraordinaria. Es necesaria esa energía para querer, para querer hacer el bien, para mostrarse bondadoso con el Otro (Otra). Y el punto de partida es quererse a uno mismo. De lo contrario, difícilmente se puede querer. De verdad. Se necesita mucha fe en uno mismo. Y por ende mucha fe en el Otro. Es imprescindible ponerse en el lugar del Otro. 

"La Náusea me concede una corta tregua. Pero sé que volverá; es mi estado normal. Sólo que hoy mi cuerpo está demasiado agotado para soportarla", escribió el pelirrojo Sartre, compañero que fuera de Simone de Beauvoir, ambos enterrados en el cementerio parisino de Montparnasse. La Náusea reaparece aun en los momentos más inesperados.  Y La tregua es una estupenda novela de Benedetti, concebida como un diario, al igual que La Náusea. Me gusta el formato diario.

El otoño, este otoño vírico, nos desanima. La tarde invita a quedarse en casa, al amor del brasero. Como si estuviera en un filandón hilando alguna que otra palabra. Aunque también me convendría salir a respirar algo de aire puro, que por estos lares del útero de Gistredo el virus parece estar a raya. Y el toque de queda o de ánimas será a las diez. 

Ánimas benditas, rezo. 

3 comentarios:

  1. Cuánto da de sí esa náusea, la de Sartre, la fe cada uno y la colectiva. Qué razón en eso de que vivimos para contar. Al final somos lo que decimos y lo que dicen de nosotros, es decir, palabras y más palabras, como las de este artículo, palabras doloridas, apasionadas, utópicas...

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  2. Cuanto de mi adolescencia-juventud queda en las lecturas de ese trío literario: Sartre, Simone y Camus (me quedo con este último, en todos los aspectos)

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  3. Sartre y Simone. Qué grandes. Camus también me entusiasma.

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