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miércoles, 8 de abril de 2020

La procesión

Este año la procesión va por dentro, he leído en el Facebook. Por fortuna, a veces uno se topa con gente ingeniosa, que sabe cómo sacarle punta y partido a la realidad, esa que ahora quisiéramos que fuera nomás una pesadilla, de la que despertáramos con fervor y la luminosidad de un nuevo día cargado de buenas vibraciones (parezco todo un Mesías a punto de cantar misa de pueblo). 
Ese ingenio (y siempre el humor de amores) hace que llevemos mejor esta cruz, que en este tiempo ha adquirido la forma de virus corona. 
Ese ingenio tal vez nos permita sobrellevar mejor la pesadez ontológica de nuestro confinamiento por las calles de una medina planetaria con sabor y hedor a herrumbre, a muerte. 
Pero por el momento no nos flagelemos aún, que tiempo habrá de flagelarnos. Como se flagelan algunos penitentes en aras de redimir sus pecados. ¿Qué pecados? ¿El pecado de haber nacido finitos, mortales y rosa? ¡Penitenciágite! 
Me cuenta el bueno de Javier R. Sotuela (confinado ahorita en su pueblo gallego de Quiroga, en San Clodio), que la religión católica hizo mito de todo, de Cristo, de la Virgen, de los santos... Y por supuesto el folclore de la Semana Santa... Cristo no vino a quitarnos los pecados. No fuimos nosotros quienes lo matamos sino los poderes, el poder político, el poder económico y el poder religioso, porque Cristo atentaba contra sus principios, contra sus falsedades. Lo dice él, que fue cura en Dragonte y en Matarrosa del Sil, cocinero antes que fraile o flayre. Con lo cual, si él lo dice, tendrá toda la razón, tendrá todo el logos. Del mito al logos. 
Qué grande eres, Javier, el cura rojo, te llamaban, por tu defensa a ultranza de los obreros, de los mineros de nuestra cuenca, del Bierzo. "El 14 de abril -apostilla- pondré la bandera de la República". 
Imagen de la película El nombre de la rosa

Quizá lo mejor en estas ocasiones sería que no nos fustigáramos (como algunos de esos monjes que aparecen en El nombre de la rosa, de Eco, que el cineasta francés Jean Jacques Annaud llevara a la gran pantalla con un exquisito sentido de la estética... de la imagen), que ya se encarga la realidad de propinarnos buenos puntapiés en el trasero de los desconciertos. 
Este año la procesión va por dentro, sí, y nos cantan saetas como si nos disparan arponazos de ponzoña directos al corazón, a las entrañas mismas, como acaso poetizara el bueno de Antonio Machado, que en verdad era un hombre bueno, sin  duda un poeta grande, lleno de buenas intenciones, con alma de campo espigado ondeado al viento. O algo tal que así. 
Qué ahora, más que nunca, también nos vendría bien algo de belleza palabril o pajaril, de poética campestre, de lírica oxigenante, contante y sonante, ante ante, esa que nos permita respirar un poco más y mejor. Pues eso, respiremos hondo (en el Hondo Lugar de mi Vega), llenemos nuestros pulmones con la pureza de las fantasías y las ilusiones. 
Ojalá los ingresados en los hospitales por este virus (por tantos virus que en el mundo son) pudieran respirar más y mejor hasta que sus pulmones se reabrieran de júbilo y vitalidad. 
Ojalá, inshallah (que dicen nuestros hermanos árabes), los enfermos y las enfermas también pudieran procesionar por los campos verdes y rojos de la amapolas floridas y fermosas, con el anhelo de un tiempo en expansión, ese tiempo oro y plata que nos permite seguir en la senda de esta vida única e irrepetible, de esta vida sagrada, en este aquí y ahora que ya nunca será el mismo (como el río filosófico de Heráclito, "nadie podrá bañarse dos veces en el mismo río"), en este presente de incertidumbre, que, a pesar de los pesares, debemos paladear como un exquisito zumo de mandarina (a la mente me vienen, ahora más que nunca, esos zumos que sirven en la Plaza de Jemáa el Fna de Marrakech, un saludo Sergi, y sobre todo los que te ofrecen en la ciudad costera de Essaouira, Swira), con esa vitamina C que nutre nuestros ánimos y fortalece nuestro sistema inmunitario. 
Jemáa el Fna. Foto: Cuenya

Sí, eso mismo, fortalezcamos nuestra salud para que este virus (y otros) no nos pillen desprevenidos, a la trampa, en esta contienda, porque el virus corona nos ha cogido a todos (con su cornamenta afilada) en pelota picada. De lo contrario, imagino que nos hubiéramos armado más y mejor. 
A toro pasado (la cornamenta sigue en pie... de guerra, es un decir) todo el mundo se erige en adivino, que en este país de paisitos eso se nos da muy bien, que hasta el más tonto, perdón, hace relojes. Y en este caso relojeros (o masones de los relojes, relojes blandos estilo queso de Camembert, como pintara el divino Dalí) ha habido muchos muchísimos, me da la impresión, aunque éstos no hayan tenido la talla universal del relojero Rodríguez Losada, el gran cabreirés que ideara el reloj de la Puerta del Sol de la capital del Reino. 
Este año la procesión va por dentro, que es como decir que llevamos el runrún del sentimiento mustio, apagadito. Y en esta procesión los cofrades, los papones, la feligresía andante y rampante, está de capa caída (ahora estoy recordando la procesión de las capas pardas de Zamora, si es que al final va a salir la procesión a relucir al exterior, a las calles de la patria nuestra, o a los muros de la patria mía, "si un tiempo fuertes ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados", como escribiera el ingenioso y sarcástico Quevedo). 
Capas pardas (Zamora). Foto: Opinión Zamora

De capa caída se ve al personal en esta procesión de ánimas en pena (¿sois almas en pena o sois...?, se pregunta el bohemio Valle Inclán en su Romance de Lobos), de esta Santa Compaña comandada por Fiz de Cotovelo y alumbrada con el candil de otro tiempo, como si de repente nos hubiera asaltado la peste negra, o la peste ratil (el fin del mundo podrían anunciarlo las ratas, creo que llegó más o menos a decirnos el cineasta Bertolucci) de la que nos hablara el filósofo Camus en su magnífico libro (a quien citara en otro texto hace días). 
La procesión se nos ha caído este año (por fortuna, el pasado año en noviembre tuvimos la ocasión de procesionar en la Güeste, en la Noche de ánimas de Villalfeide, gracias Vane, Alma...). Y con ella se ha caído un espectáculo que atrae a miles de turistas (ellos, que son la principal fuente de ingresos del país), de este país de sol embotellado (el sol vitamina D nos vendría de perlas en estos momentos para combatir a Covid, y de paso animar nuestro sistema inmunitario), de este, ahora, corralón nublado, repleto de miseria vírica, que nos ha dado un revés de la hostia consagrada. 
Qué dios nos coja confesados (con la comunión y la confirmación hechas) para que pueda darnos, eso sí con amor infinito, otra hostia consagrada. Y de este modo nutrirnos con la fe. Tengamos fe. 
De ésta vamos a salir, repetimos como un mantra a ritmo del Resistiré. Resistiremos. Dinamizando el Dúo. 
El que resiste, gana, creo que llegó a decir el Nobel Cela, don Camilón, que también estaría espeluznado ante esta situación. Y más de una barbaridad soltaría por su boquita de piñón. 
Lamento sobre todo (dicho sea a la buena fe, a buena de dios) que este Jueves Santo no podamos sacar a procesionar a nuestro Genarín, santo y patrón de la juerga y el divertimento. Qué me disculpen los santurrones. Pero este año me han quedado ganas de sacar al ruedo a este toreador, que dirían los franceses, diestro que lo era en lo tratante al empinamiento. Y ya se sabe que con pan y con vino se anda mejor el camino. Y uno desea andar, caminar, viajar, recorrer un espacio-tiempo que nos permita adentrarnos en otra dimensión, fuera ya del peligro, fuera de este absurdo y tesitura en la que nos ha metido este o esta Covid, que no sabemos a ciencia cierta si es hombre o mujer, lo cual no nos importa en absoluto, pues hombre o mujer es un mismo ser humano, una única esencia de esta especie que ha logrado, a lo largo de los tiempos, lo mejor y también lo peor, lo más sublime y también lo más abyecto como son las guerras, los holocaustos, las matanzas, las violaciones de todo tipo... 
Este año la procesión va por dentro. Y nosotros también (en casita, al amor de nuestras intimidades y nuestras cosas). Que dentro es fuera (o afuera) para quien pueda observarlo y dar fe de ello. Y hasta las afueras podrían llegar a ser los adentros si sabemos ver y mirar (recordad el Ensayo de la ceguera, la ceguera como metáfora, acaso la ceguera moral, ceguera ética y estética), si sabemos verlos y mirarlos con ojos poéticos, con un nuevo sentir, con renovada esperanza. 
Sigamos procesionando, sea como fuere. 

2 comentarios:

  1. La procesión, nunca mejor dicho, Manuel, la procesión y el calvario que llevamos dentro en esta Semana Santa trayéndonos en jaque con el CoronaPilatos azotandonos y cruzificandonos a la sociedad nazarena, valgan las metáforas. Muy divertido tu periplo procesionario para que navegue la imaginación recluida. Éstas fechas nos quedarán grabadas a sangre y fuego ya que no hemos vivido en nuestras vidas tal espanto vírico que nos dejara tocados en todos los sentidos. Ánimo y a seguir en la lucha que es nuestro éxito

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