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domingo, 26 de abril de 2020

El confinamiento y el trance espiritual

Después de leer algunos textos que publicara el amigo escritor y periodista Jose Luis Moreno-Ruiz hace años en la revista Interviú, acerca de sexo, drogas y santidad, me han entrado ganas de escribir sobre el confinamiento, en el que estamos, y el trance espiritual, habida cuenta de la interrelación que existen, al menos a priori, entre ambos. 
Es evidente que a través de un ayuno prolongado (en el Ramadán, practicado en esta época por los musulmanes, aunque ayunen, también sabemos que se meten buenos atracones cuando se pone el sol, con lo cual alivian sus posibles síntomas extáticos), o bien mediante la privación del sueño, de los sentidos, con el consumo de sustancias tóxicas o psico-activas se logra entrar en trance, como ocurre a menudo con los místicos españoles, por ejemplo, con San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, entre otros, cuyas experiencias entroncaban directamente con la excitación... también sexual, o bien con los sufíes, los derviches que giran como peonzas en su danza giróvaga, todos ellos alcanzando el puntín, ese estado de distorsión espacial y temporal, de alteración de la conciencia, mediante el cual son capaces de comunicarse con vírgenes, santos y dioses (primarios, secundarios y terciarios, por hacer uso de la terminología que emplea el maestro Gustavo Bueno en su Animal divino). 
Éxtasis de Santa Teresa. Bernini

Primarios en referencia a los animales o númenes representados en las cuevas prehistóricas como Altamira o las cuevas rupestres de Librán en el Bierzo (maravilloso el Manuscrito de los brujos del escritor y fotógrafo bembibrense Casimiro Martinferre); secundarios en relación a los animales proyectados en la bóveda celeste: la religión de los dioses hechos a imagen y semejanza de los animales; y terciarios, que son los dioses hechos a imagen y semejanza de los humanos, los dioses antropomorfos, entre los que se halla asimismo ese Dios único e incorpóreo, el dios de los filósofos, como dice Gustavo Bueno, acaso por boca del filósofo holandés de origen español sefardí Spinoza. 
Un dios que sería como la antesala del ateísmo. Ateo gracias a Dios, como escribe con socarronería el genio de Calanda, Luis Buñuel, en sus memorias tituladas Mi último suspiro, escritas con la ayuda de uno de sus guionistas, el francés Jean Claude Carrière. 
Decía/dice el filósofo Bueno (pues su espíritu sigue más vivo que nunca entre nosotros) que el interés por los extraterrestres (ahí está la inolvidable E.T. de Spielberg, además de programas de televisión, y libros, en su día, de J.J. Benítez) nos devuelve a la religión secundaria, a los dioses secundarios, que son similares a los démones griegos, de la Grecia clásica, de la mitología. 
Y en este sentido la Etología (materia que llegué a cursar en la facultad) sería como la Teología de nuestros días. Aunque los animales también hayan sido vistos tanto en el cine como en la literatura como auténticos demonios. Por ejemplo, Los pájaros de Hitchcock, o bien las ratas de La peste de Camus, que contagian a toda una ciudad, Orán, como ahora nos contagiamos en el Planeta entero con este virus del demoi o demonio.  

A decir verdad, la Etología, con Lorenz, Tinbergen y Von Frisch a la cabeza (Von Frisch, con su lenguaje de las abejas, me fascina), nos han ayudado a querer más y mejor a los animales (aparte de que uno sea un rapaz de pueblo habituado a convivir con los animales, o sea, un campesino).
Y sinceramente creo que algunos animales como el perro Pancho y la gatina Monina son más inteligentes y amorosos que muchos humanos. Así de claro. 
El director de El nombre de la rosa, el francés Jean Jacques Annaud, nos ha ofrecido asimismo otras dos magistrales películas como son En busca del fuego y El oso (un animal que también piensa y sueña, con sentimientos humanos).  
El confinamiento, es evidente, además de llevarme por estos derroteros, me ha hecho levitar, sacándome de la normalidad para adentrarme en la para-normalidad. Es lo que tiene este encierro. 
Por eso, alguna gente (incluso en programas televisivos de máxima audiencia, como el de Iker Jiménez) nos habla (con encierro y aun sin encierro) de experiencias paranormales, para-psicológicas, para para qué... que nada tienen que ver con la realidad objetiva, racional y científica. 
Tal vez por eso abunda mucho hablador y chamán de poca monta, incluso mucho adivino de medio pelo. 
Se juega en exceso, y aun de un modo peligroso, con tanta marrullería paranormal, contagiando y sobre todo intoxicando a las personas con mucha basura perniciosa. 
No resulta difícil, a tenor de lo que percibimos, embaucar a la población contándole milongas, experiencias paranormales o sobrenaturales, que en esencia tienen su base en la neurología, psicofisiología, neuropsiquiatría, psicopatología, en la bioquímica. Incluso el amor, qué me perdonen los adeptos al idealismo y romanticismo, tiene un sustrato bioquímico. Uno se enamora sobre todo por el olor y sabor de la otra persona. De ahí la importancia feromónica, la importancia de los olores, perfumes y sabores (luego, a partir de esa base se puede generar un constructo cognitivo, si lo abordamos desde esta perspectiva cognitiva, que también podríamos hacerlo desde una conductual). Y por supuesto uno se enamora de tal o cual comida, de tal o cual vino... por sus sabores y aromas.
Pues los seres humanos estamos constituidos por sustancias químicas o neurotransmisores, que son nuestras drogas endógenas, con sus correspondientes sustancias análogas en las drogas exógenas, empezando por el alcohol, que es droga con la que habitualmente confraternizamos, socializamos. https://cuenya.blogspot.com/2010/03/drogas-exogenas-y-endogenas.html
Artaud en La pasión de Juana de Arco de Dreyer

Tema apasionante este, las sustancias psicotrópicas, que he abordado en algunas ocasiones, también en su relación con los trastornos psíquicos, que llegué a impartir como cursos de extensión universitaria en diversas aulas de la Uned, en concreto en la zona noroeste de España (algo de mi etapa como estudiante en la Facultad de Psicología me habrá quedado, digo yo). 
Un buen pelotazo de alcohol también nos pone motorolos perdidos, como dicen en México, ese país en el que le rinden culto a drogas como el peyote o peyotl, que es un hongo alucinógeno, que nos pone en contacto con las divinidades, tal y como comprobara, por ejemplo, el gran Antonin Artaud (el poeta y dramaturgo del Teatro de la Crueldad, El teatro y su doble: https://cuenya.blogspot.com/2011/12/artaud-o-el-teatro-de-la-crueldad.html), que nos dejó su libro sobre los Tarahumara, que se asientan en el norte de México, precisamente en la Sierra Tarahumara. 
Tuve la ocasión de viajar por esta zona, durante mi estancia en los años 90 en el país azteca, y también pude contemplar extasiado su belleza natural (espectaculares las Barrancas del Cobre, que es un colosal cañón salvaje, el gran cañón del Colorado mexicano, bueno, el Colorado también pertenecía a México pero se lo afanaron los gringos), la belleza y colorido de sus gentes... en un viaje en tren, el Chepe, desde Chihuahua a los Mochis (Sinaloa). Memorable aquel viaje. 
Tarahumara. Foto: Cuenya

Aparte de los Tarahumara, también los huicholes mexicanos, asentados en Nayarit, Jalisco y Zacatecas, ceremonian con el peyote, esa alucinógeno divino, pues esta droga es toda una divinidad. 
Como se siga prolongando este estado de confinamiento, me da la impresión de que, quienes permanezcamos encerrados, podremos entrar en trance como los sufíes y místicos.
De momento, uno ya está preparándose para tal situación psicodélica. Mientras, sigo escuchando el concierto en Pompeya (Live at Pompeii) que diera el grupo Pink Floyd en este fascinante anfiteatro romano, cuyo líder en un inicio (duró poco, unos tres años con la banda) era Syd Barrett. Se dice que era adicto al LSD, el ácido lisérgico, que se sintetizó en laboratorio a partir del cornezuelo, el cornezuelo de centeno. Y que afecta al sistema serotoninérgico (la serotonina es otro neurotransmisor relacionado directamente con las emociones, con el sueño, incluso con los estados depresivos). Se sabe que el LSD le provocó algunos trastornos disociativos de la personalidad. O mismamente un trastorno de esquizofrenia. 
Tumba de Morrison en Père Lachaise. Foto: Cuenya

También el gurú Jim Morrison, que está enterrado en el cementerio parisino de Père Lachaise, era adicto al LSD y al peyote, además de a la maría y el alcohol. 
https://www.youtube.com/watch?v=BXqPNlng6uI
El líder de la legendaria banda The Doors, que toma su título de Las puertas de la percepción de Huxley sobre la mescalina (inspirado a su vez en una cita del poeta y pintor Blake), compuso la psicodélica y apocalíptica canción The end, que el cineasta Coppola emplea en su Apocalipsis Now. Y que Morrison escribe a partir de la conocida tragedia Edipo Rey de Sófocles, en la que Edipo mata, por azar, ¡el azar, ay, el azar!, a su padre y se acuesta con su madre, de ahí el conocido complejo de Edipo, que tan bien estudiara el doctor Freud, que era por lo demás un adicto a la cocaína, tan adictiva y consumida en la actualidad por la población, acaso porque procura efectos placenteros en quienes la consumen, droga que tiene su equivalente en otra sustancia química (neurotransmisor) llamada dopamina, que también genera efectos placenteros en quienes la toman. 
En el ciclismo se habla a menudo del dopaje. Pero ahora, con la crisis vírica, se suspenderán (o se aplazarán hasta nueva orden) los grandes campeonatos ciclistas. 
Con el ejercicio extremo, llevado al límite, como ocurre con las carreras maratón, y aun en esas subidas brutales a los puertos de montaña en el ciclismo profesional, se logra una levitación, un trance, no sé si místico, pero un éxtasis a fin de cuentas, porque en esas situaciones también se generan muchas endorfinas, que hacen que uno se eleve sobre el suelo y flote en el espacio. 
El confinamiento puede provocar y provoca trastornos del sueño, salvo que uno sea harto disciplinado, metódico. 
La falta de sueño puede desencadenar este éxtasis o trance espiritual (éxtasis o MDMA es también una potente droga) al que apuntaba ya desde el inicio, que encima da título a esta entrada.

6 comentarios:

  1. Gracias. Menos mal que, a pesar de estar enjaulados, podemos contar con tus reflexiones.

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  2. Excelente y propedéutico artículo, Manuel Cuenya.
    Gracias por la atención prestada a aquellos textos míos.

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  3. Leer reflexiones como estas quizá nos lleve a elevarnos un poco sobre suelo, aunque no sé si llegaremos a un éxtasis místico. De momento, reflexionamos lo que lo escribes y ya es una buena tarea. Gracias.

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  4. Sí, con esto del confinamiento con tantos millones de personas y tantos consumidores de sustancias psicotrópicas y en vigilia por falta de sueño, es raro que no se escuchan suicidios o estados de trastornos severos de alienación o delirio, ya que los consumidores de estas sustancias tienen difícil ahora su abastecimiento. No es igual que en aquellos tiempos de la mística, como bien dices, Manuel, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús que dicen que se colocaban para entrar en trance con alucinógenos quizás del huerto del convento por lo que todo quedaba en casa sin necesidad de esperar al camello que te lo suministre.

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  5. Resulta gratificante leer algo distinto, algo con nivel literario, algo que no nos arrastre a la miseria cultural. Da gusto leer ciertas cosas. Gracias, amigo

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