LA FRAGUA LITERARIA LEONESA
Mónica Rodríguez: "No hay buen escritor que no sea buen lector"
Manuel Cuenya | 07/02/2017 - 10:33h.
La narradora Mónica Rodríguez, autora de 'Alma y la isla', que obtuviera el XIII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil, que está ahora terminando un texto, que transcurre en la cuenca minera astur.
Licenciada en Ciencias Físicas e investigadora en energía nuclear, Mónica Rodríguez, cuya auténtica pasión es la literatura, se planteó, hace ya un tiempo, dedicarse de lleno a la escritura creativa, algo extraordinario, habida cuenta de lo difícil que resulta dedicarse a las letras en este país.
Avalada por varios premios literarios, entre los cuales sobresalen el Ala Delta o el hecho de haber sido finalista en la Colección Barco de Vapor o Gran Angular, entre otros, además de publicar en editoriales potentes como la propia Colección Barco de Vapor, Edelvives, Anaya o Everest (ahora ya fuera de onda), le han permitido vivir de la literatura.
En su caso, reconoce que los premios han sido un gran aliciente, un empujón para seguir escribiendo en momentos de duda, en los se planteaba si merecía la pena tanto esfuerzo. "Los premios son dinero que se traduce en tiempo. Tiempo para dedicarme a mi vocación, a escribir solamente, sin volver al Ciemat para poder pagar la hipoteca y los gastos de una familia numerosa con perro incluido", señala con buen humor esta narradora y poeta, especializada sobre todo en Literatura Infantil y Juvenil, que entiende la escritura creativa como una necesidad, "una forma de mirar de mundo, de tratar de entenderlo o al menos de ordenar algunas ideas", una forma de vida y una vocación ligada a la lectura, tan importante para ella, hasta el punto de que "no hay buen escritor que no sea buen lector. Es imposible. Como decía Carlos Fuentes: 'Tienes que amar la lectura para poder ser un buen escritor', porque escribir no empieza contigo. Y parafraseando a mi hermano Julio Rodríguez, que es muy certero y agudo: 'El valor de un escritor se mide por los autores que plagia'".
Así se expresa Mónica, convencida de que la escritura empieza con la lectura. "Yo leía mucho y de forma mimética comencé escribiendo poesía muy joven. Quería aplacar esa desazón que remueve a todos los adolescentes. Después empecé a escribir cuentos para contarle a mis amigos cosas que no era capaz de hacer de otra manera y finalmente no pude parar. Junté mis dos mayores aficiones: la escritura y la infancia, y aquí estoy después de un larguísimo camino, leyendo y escribiendo, gozando y sufriendo. Aprendiendo en este apasionante y también difícil mundo de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ)".
"Los premios son dinero que se traduce en tiempo. Tiempo para dedicarme a mi vocación, a escribir solamente, sin volver al Ciemat para poder pagar la hipoteca y los gastos de una familia numerosa con perro incluido"
Como especialista en Literatura Infantil y Juvenil cree que es imprescindible tener en cuenta el público al que va destinado, "que es un público exigente, crítico, pero que está en proceso de maduración y que bajo ningún concepto quiere que se le engañe". Por eso, cuando escribe, según ella, trata de hacerlo desde su verdad, sin impostar la voz, sin engañar ni buscar artificios para complacer al lector o al mercado. "A veces consigo cosas interesantes, a veces no, pero al menos lo intento", matiza, encontrando una relación entre su formación como científica y su labor como literata.
Ciencia y poesía, un buen tándem
"Hay una relación a la hora de buscar la lógica interior del texto. Mi razonamiento es científico, aunque dentro como variables están todas las pasiones humanas. A veces las historias me resultan similares a los problemas matemáticos, hay varias soluciones, pero una es la óptima y esa es la que estoy buscando. A veces la encuentro y otras no. El planteamiento es exacto escriba LIJ o literatura de adultos", manifiesta Mónica, que, aunque nacida en Oviedo, tiene orígenes bercianos.
Su padre, que fuera Rector de la Universidad de Oviedo, era natural de Ponferrada. Y para ella el Bierzo es un referente familiar, está en sus raíces y en sus recuerdos. Es, en su opinión, un lugar donde vive la memoria de su padre.
"Cuando paseo por Ponferrada, a orillas del castillo, cerca del trocito de muralla que resiste junto a la casa que fue de mis bisabuelos, imagino a mi padre subiendo a la higuera que daba los mejores higos del mundo o viendo a la cabra milagrosa que dio leche a todos los hijos de los bisabuelos. Más arriba veo a mi padre junto a su hermana Julita, volviendo del cine, a la carrera, las mejillas coloradas, y a Julita cayendo en el rellano de la casa, fulminada. ¿Pero qué haces, Julita? Arriba, no te hagas la muerta. Y los llantos de la abuela Teresa y mi padre, parapetado tras las escaleras, viendo revolotear ese pájaro negro, que era la muerte. Y en aquellas calles, detrás del ayuntamiento, está mi padre jugando al fútbol, fumando a escondidas o comenzando los primeros programas de radio junto a Luis del Olmo; el abuelo diciendo: 'Deja eso, que con la radio uno no se gana la vida', ya ves tú. Y también veo a mi padre dando clases en el instituto, algo tirano y joven, y a mi madre, aburrida, con la mejilla apoyada en la mano, haciendo problemas de matemáticas para entretenerse, mientras su primera hija, Marta, mi hermana, dormitaba en la cuna, durante aquel año que vivieron en Ponferrada, después de casarse, y eran tan jóvenes como aquella fotografía en blanco y negro que conservo en mi casa", rememora con nostalgia Mónica,
Son muchos sus recuerdos acerca de la capital del Bierzo, entre los que se encuentran las Semanas Santas de su infancia, con olores y sonidos característicos, como el olor a sangría y a cera, el tambor retumbando, "la trompeta: Tiriríiiii, pun, pun, pun", y a su hermano Julio, que también es escritor (al que le hemos dedicado una fragua en este mismo periódico digital), vestido de Nazareno, con la cruz al hombro, protestando, "y yo callada, pensando que no era justo que solo fueran de nazarenos los hombres y eso que yo no quería. Y el silencio y la muchacha loca que limpiaba en el piso de mis tíos y el olor del rellano de la casa de mi abuelo. Todo eso es Ponferrada para mí y también más cosas". Así recuerda la capital del Bierzo la autora de 'Alma y la isla', entre otros muchos libros.
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