A partir de ahora la localidad berciana de
Turienzo Castañero pasará a convertirse en un mapa afectivo porque mañana mismo
(en realidad, hoy mismo, que ya es domingo) presentaré mi nuevo libro de viajes
en este pueblo perteneciente al Ayuntamiento de Castropodame (cuyo nombre me
hace viajar a algún castro habitado por mouros y xanas, esos seres fantásticos
que la imaginación transforma en realidad). La fantasía, ay, me conduce
por las veredas de la emoción llegando a alcanzar un estado zen, en modo flow, "sentido caminante". Como dice una amiga poeta.
Qué maravillosa la emoción que procura el éxtasis, la belleza de la contemplación, que es un estado de felicidad. El trance como una forma saludable de tocar el séptimo cielo o velo.
Qué maravillosa la emoción que procura el éxtasis, la belleza de la contemplación, que es un estado de felicidad. El trance como una forma saludable de tocar el séptimo cielo o velo.
La fascinación por los mouros y las xanas, tan
míticos ellos y ellas, me llevan de la mano por sendas inexploradas, y me
invitan a adentrarme en otros mundos, acaso en un universo acariciador,
condensado, hipnótico, con las estrellas guiándome.
Pues sí, estas horas de la noche, tan
intempestivas, tan brujiles, me llevan, en un arrebato místico o lírico, a
imaginar leyendas, cuentos. Y es entonces cuando siento que puedo levitar,
elevarme, trascender, viajar más allá, incluso más acá, viajar como bruxa o
bruxo, encima de una escoba untada de atropina (joder, vaya estampona),
recorriendo montes y valles, desde los que contemplo, extasiado, flipadín, la
felicidad, la belleza del mundo, la belleza que engendra amor o el amor que
engendra belleza, contemplando, como un aristotélico o platónico, el mundo.
Somos aristotélicos o platónicos. O simplemente hijos de la tiznada. El mundo,
ay, tan curvado, tan en expansión, tan agujereado, tan azaroso. ¿Qué ves, Max?
El mundo, mujer, eso veo. ¿Y a mí me ves? Las cosas que puedo tocar para que
quiero verlas. Algo así le dice el poeta y periodista ciego y viejo de Luces de Bohemia a su madame. No te pongas estupendo,
Max, quiero decir, no delires Manolito. No flipes, güey, que aún es noche
oscura... del alma... para que el gallo mañanero te entone un quiquiriquí
espiritual. Sí, ansías en verdad esa espiritualidad, como un místico que
adorara a San Juan y a Santa Teresa, esa mística salvaje y poética, que te
ayuda a entrar en trance, porque la mística se vuelve lírica y la poiesis se
transforma en mística, incluso aspiras, en el mejor de tus mundos, a ser un asceta,
un eremita que comulgara con el sufismo y esa danza giróvaga que te hace
alcanzar los cielos, esos cielos hechos con ternura, sabrosos, con regusto a
frambuesa, esos cielos, que en el mundo son y están. Esos mundos que logras
tocar con tus manos.
En el fondo, te gustaría entrar en éxtasis como
un derviche a ritmo de peonza, volar muy alto, volar adonde haya calor, como
una cigüeña, como esas que ves en el campanario de tu ermita, de tu templo, en
Las Chanas (¿serán las xanas, esas que te bailan una danza del vientre y te
cosquillean el alma?), en verdad te gustaría fluir, dejarte llevar, corriente
abajo, corriente alterna, por ese tiempo que se resuelve en un aquí y ahora,
convertirte en gaucho y yegüero que trotara a lomos de una infancia feliz, tu infancia
plena y juguetona, a orillas de un río truchero, pescando alguna anguila,
también, un río-reguera poblado de molinos, donde muelen trigo y cebada tus
ancestros, ese molino de Ampuero en el que te gusta exprimir el jugo limonero
de las palabras, surcando tu valle, las Llamas del Valle, que te devuelven
inevitablemente a un espacio afectivo, a un tiempo de manzanas newtonianas, a
un huerto espiritual, filosófico, a un jardín de las delicias, acaso al huerto
de Calixto y Melibea, a una infancia de cuento fluido y musical. Viajero al
final o el fondo de la noche, la noche oscura... del alma, como ese Max
inmortalizado por el gran Valle-Inclán, don Ramón María. Como le llamara aquel
maestro fascista y rural, que provocara auténticos maremotos en sus pupilos.
Ahora mismo te sientes en paz y en armonía
recostado sobre la almohada de tus recuerdos y sueños despiertos. Y sabes que
podrías realizar un viaje al día en ochenta mundos. Como el bueno de Cortázar.
Y aun la vuelta al mundo en ochenta días, mejor en noventa. Un pasito adelante
con respecto a Julio Verne, que no se diga. Mañana, en realidad dentro de unas
horas, nomás, viajarás de León a Turienzo, acaso pasando por los montes de
Igüeña, hasta llegar al Club Popular, donde presentarás tus Mapas afectivos. Y eso te
ilusionará, como te ilusiona el cántico espiritual y amoroso del gallo
mañanero. Y cómo te emociona el misticismo en expansión intergaláctica. Y
ahora, que ya has tocado con la punta de alguno de tus dedos, quizá el índice
del derecho (o el izquierdo, que aunque no seas zurdo, podrías parecerlo) el
tiempo de las amapolas, que ilumina tu rostro, podrás dormir tranquilo, con esa
serenidad con la que los filósofos estoicos afrontaran la vida.
Tanto en Turienzo como en Castropodame tuve la ocasión de proyectar, en tiempos no tan lejanos, algún ciclo de cine, así que forma parte de mi memoria, de mi memoria afectiva. Y en Turienzo (Turgentium o zona elevada, según el historiador, amigo y tocayo Manuel Olano) he ejercido, en febrero de 2015, como mantenedor del Botillo que organiza el Club Popular, y que ahora, de la mano de su presidenta Rocío, me volverá a acoger para hablar de viajes y literatura de viajes, para charlar con la gente de Turienzo (y quienes así lo deseen) sobre esta pasión mía por la escritura, y en especial por la literatura de viajes, que en verdad es la madre o la esencia de la literatura, como ya he señalado en alguna ocasión.
Me alegrará, por tanto, volver a esa tierra
familiar, que siempre me ha mostrado su hospitalidad.
El
Bierzo entero es para uno un gran mapa afectivo. Y Turienzo forma parte del
mismo. Es necesario salir de la caverna, del útero, del terruño (en mi caso de
Noceda), recorrer mundo, viajar a otros lugares, a otros países... a otros
mundos, que a la vez se parecen y al tiempo son diferentes, para darse cuenta
de que uno siente (sin ombliguismo ni regionalismo ni chovinismo...) que el
Bierzo es su matria y su patria, el mapa afectivo en el que me encuentro a
gusto, con familiares y amistades, con todo ese capital humano que es realmente
un autentico tesoro, porque lo que importa, en el fondo, son los afectos.
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