Llevo días griposo, después de la entrada en este nuevo año. Qué hermosa manera de recibir 2017. No se me ocurre otra mejor. Aunque la hubiera imaginado o soñado a propósito.
Algún 'demoi', 'diabro' o duendecillo (hasta puede que alguna trasga o chana maléfica, bueno, las chanas o xanas son todas dulces y tiernas, creo) se ha colado de rondón, por la gatera de mis entrañas (qué cosas, no sabía que en mis entrañas hubiera una gatera, eso será por el amor que les profeso a los gatos y gatas, los guardianes de los libros...) y me ha hecho estropicio. No soy el único, claro. Parece que se trata de un virus generalizado en el norte, en este noroeste de brumas y heladas.
En realidad, hoy asomé el pescuezo al exterior, un ratín nomás, y me di cuenta de que no hace tan mala temperatura, antes al contrario, me pareció que hacía muy bueno, como para tirarse a la bartola en medio de las llamas del valle, de mi valle uterino. ¡Qué verde era mi valle!, como esa entrañable peli del genio Ford, que nos hablaba de la minería galesa. De repente, me entra la vena nostálgica y me asaltan recuerdos mineros (llevamos la minería en sangre) y también los recuerdos galeses, de aquel viaje que hiciera hace años a Aberystwyth, donde viviera el amigo Abel, y tiempos atrás el amigo Agustín. Estupendos recuerdos de esta bellísima y marina localidad galesa. Una ciudad, en población poco mayor que Bembibre y algo menor que Astorga, que posee una prestigiosa universidad, en la que estudian cerca de diez mil alumnos/as, casi la misma cifra que su propìa población.
Gales me llevó por Conwy, Caernarfon (castillo de ensueño) y Harlech. Hablo de memoria, que siempre es traicionera. Tendría que repasar mis notas, que no tengo ahora al alcance. Y revisitar mis fotos analógicas, en papel, hechas con una Yashica que, ya lo he contado, acabó en las manos de algún hijo de su mamacita en Murcia, después de quedarme sopa en el banco de la plaza de la catedral de la ciudad, mientras esperaba la llegada de mi sobrino Andy. Cuántas cosas, cuántos recuerdos. Pero ahora no nos pongamos estupendos. No se me ponga estupendo, Manolito, que iba a hablar del trancazo que ha pillado. Y se fue por los cerros de Úbeda. Si es que no tiene remedio. Cómo le gusta la anarquía, el andar a su aire, el saltarse las normas por el forro de los cataplines. Ay, perdóneme, mi alter ego, mi toca-yo. Es cierto. Será la gripa o influenza ésta que me trae por la calle de las amarguras.
Quería deciros, estimadas y estimados, que mi familia, al menos una parte, también anda con el mal arrastras. Una puta gripe que, en principio no es gran cosa, puede dejarte noqueado, fuera de onda y de órbita. Y a mí me ha tenido encamado, como si no hubiera dormido en días, noches, y lo quisiera dormir todo ahora, como un oso u osezno que hibernara durante todo el invierno. A veces a uno le gustaría hacerse oso y dormitar durante todo el invierno para luego salir, airoso y energético, cuando afloren las margaritas de los montes y praderas de la primavera. Pues sí, queridas amigas y queridos amigos, una simple gripe (que podría tornarse en algo jodido) te deja sin fuerzas, con él ánimo por los suelos. Y es ahí donde uno, una vez más, reflexiona acerca de la salud, lo más importante sin duda, porque sin salud uno no tiene nada. Así que cuidemos la salud, la física y la psíquica, que están interrelacionadas. Y pregonemos, a los cuatro y más vientos, que la salud es lo que nos hace tener otras cosas, también dinero y amor. Este es mi pensamiento de esta noche de Reyes Magos, a los que les pido mucha salud, para uno, para mis seres queridos y para todos vosotros, para todas vosotras, pues eso, salud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario