Escribí este artículo en 2007, durante mi etapa en la Escuela de Cine de Ponferrada, donde tuve el gusto de conocer a tanta gente del cine, entre otros muchos al afamado decorador Gil Parrondo, que nos acaba de decir adiós. Vaya año de muertes que llevamos.
Hace unos días estuve dando un garbeo por el Nilo, ese
río mítico y sagrado, que tanto nos ha invitado a soñar. Desde que era pequeño
siento fascinación por los ríos. Me entusiasma aquello que fluye, lo que sabe a
agua y en definitiva huele a vida, porque el agua es principio de vida. Por
fortuna, en el Bierzo aún contamos con agua suficiente, y sobre todo con
manantiales medicinales. Como en el útero de Gistredo, Noceda del Bierzo, donde
hay aguas sanadoras, que procuran la longevidad de sus habitantes. Tal vez por
eso los oriundos llegan al siglo con tal entereza, como es el caso de Rosalía,
la de Josetón, que lo cumplió hace algo más de un mes, o bien María, la Cica, y
Encarnación, la madre de Pepe Álvarez de Paz, que en breve llegarán a los cien
años. Desde esta fragua les envío un cariñoso saludo.
Los ríos, que son vida, y
en concreto el Nilo, me han hecho recordar aquellas charlas con Gil Parrondo,
cuando el oscarizado director artístico venía a impartir clases a la Escuela de
cine de Ponferrada. Conviene señalar que el maestro astur es el español que más
Óscars ha conseguido, entre otros, por Doctor
Zhivago.
Recuerdo una en especial en que el entrañable Parrondo me contó su
experiencia, mágica y/o mística, a orillas del Nilo. Me dejó hipnotizado. Y es
que Gil Parrondo, además de una gran persona, es alguien con verbo encantador y
extraordinaria sensibilidad artística, lo que hace honor a su profesión. En el
cine los directores artísticos, antaño conocidos como decoradores, suelen ser
los más instruidos y razonables, incluso los más equilibrados, porque sabemos
que en el mundo cinematográfico hay mucho “artista” que se cree la mamá de los
pollitos, que diría un azteca en lenguaje callejero. Véanse sino algunos
directores y actores, que están de atarse los machos. Parrondo, por el
contrario, es humilde, de trato afable, agradecido, un “viejecito” en plena
forma, al que le gusta tomar sus gin
tonics como digestivo, y que nos emociona cuando nos cuenta historias, como
aquel día, mientras comíamos, que dijo que el pan estaba riquísimo. “Este es
pan bíblico”, apostilló.
En aquella ocasión habíamos ido a comer a La Fonda,
ese restaurante casero, en medio del casco histórico ponferradino, por el que
han pasado tantos cineastas de reconocido prestigio.
La Fonda es uno de los comedores con mayor encanto del Bierzo. Y en verano su terraza al aire libre se me antoja deliciosa. De momento seguiremos dándole vueltas al Nilo y a esa megalópolis bestial, polvorienta y animada que es El Cairo.
La Fonda es uno de los comedores con mayor encanto del Bierzo. Y en verano su terraza al aire libre se me antoja deliciosa. De momento seguiremos dándole vueltas al Nilo y a esa megalópolis bestial, polvorienta y animada que es El Cairo.
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