La primera vez que vi al señor Pereira fue en la película de J. M. Martín Sarmiento, El Filandón. Recuerdo que la presentó el propio director en el Cinema Paz de Bembibre. Entonces yo era un adolescente. Cursaba estudios de BUP en el Instituto «El Señor de Bembibre». Me quedé encantado con esta película, que ganó un premio en el Festival de Belfort (Francia) allá por 1986. Es una pena que a este realizador de cine berciano le haya perdido la pista, y nada sepa de él. Al parecer vive en París, según me contaba un día Pedro G. Trapiello. Ya ha llovido y aun tronado desde entonces. Pero no olvido aquellas primeras escenas de El Filandón, en las que aparecían varios escritores leoneses vestidos de ovejeros, reunidos al amor de una fogata, en la Campa de Santiago de Colinas de Martín Moro. Un paraje éste de extraordinaria belleza, y que he visitado en varias ocasiones. Allí estaban Pedro G. Trapiello, J. M. Merino, L. Mateo Díez, Llamazares y Antonio Pereira contando historias. Pereira nos contaba la deliciosa y erótica historia de las peras en Albares.
La Campa de Santiago |
muchos años, fue en otro Filandón, hecho en la capital leonina, entre universitarios.
Aun sin rescoldo al que arrimarme, me sentí fascinado con las anécdotas que nos relatara el maestro de Villafranca del Bierzo, mecido en la calidez/calidad lingüística que caracteriza a nuestro mejor cuentista contemporáneo, ahora premio Castilla y León de las Letras y Honoris Causa por la universidad de León.
Esta segunda vez, que en realidad era la primera, logré alcanzar el trance,
como un derviche danzante que girara sobre la carcajada, hipnotizado con el hechizo de sus palabras y ese acento berciano y melosín que lo convierte en un músico de la literatura, en un Mozart de las palabras. Es emocionante su sentido del humor. Y su habilidad para hilar una charla. Además, es generoso y amable. Algo que en nuestros días resulta difícil encontrar. Contaminados como estamos de ambición, poder y falsedad:
Pues entre los «escribidores» abunda la especie de camastrón, agarrado y egoísta, que se cree gran escritor por el mero hecho de juntar palabras, y no pasa de ser un pitopáusico o anoréxica nerviosa con demasiadas ínfulas poéticas. Pereira es un buen ejemplo a seguir.
Hace poco hablé por teléfono con el señor Pereira, y me contó muchas cosas, entre otras, que está escribiendo un libro de memorias. A él le apasiona contar. Y a mí estos versos suyos: «era Ámsterdam, violines/ y cortinones rojos,/ y una dama muy blanca con su escote,/ todo tan increíble de tan cierto». Enhorabuena, maestro
Pereira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario