Recupero este artículo, escrito ya hace años en Diario de León, cuando uno era un joven rebelde y melenudo, un perro flauta en toda regla y desregla, y a mucha honra, quede clarín clarinete.
Es la moda del “te comento que...” y “me comentó que”.
Muy a menudo oímos al personal, suponemos que versado en el sublime manejo del
lenguaje, largar frases con tinte finolis y trasfondo tontorrón, que es una
forma como cualquier otra de mostrarse ante los demás en toda su salsa,
pringosos, de enseñar la patita tuerta por debajo de la puerta lingüística. El
asunto es hablar por hablar, aunque lo que se digan sean estupideces.
Wittgenstein, que fue un extraordinario filósofo del
lenguaje, llegó a decirnos (comentarnos, según los cursis) que de lo que no se
puede hablar hay que callar, achantar el
pico, cerrar cremallera, y a otra cosa mariposa. A la “basca” le gusta el
rollito de dar explicaciones salidas de madre, aunque nadie sepa de qué va el rollo. Nos encanta cotorrear y
co-mentar, mentar a cristo y su madre, si ha menester. “Hija, te comento que
fulanita anda con menganito”. “Ya, me lo comentó zutanita”. Pues no se lo
comentes, hija, díselo nomás, güey, cuéntaselo, cuéntale un cuentito azul
turquesa, Alicia en el país de las maravillas, por ejemplo, el gato con botas,
Caperucita Roja, el cuento del gallo capón, que es un cuento muy gallero. ¿Quieres
que te cuente el cuento de gallo capón? ¿Te lo cuento? Vale, pues ponte a leer,
de una vez por todas, “Cien años de soledad” de García Márquez, que el cuento
te aproveche. Y resérvate tus comentarios, por favor, para un mejor momento, que ahora no los necesito. Lo
de comentar me recuerda aquellos comentarios de texto que algunos maestros de
lengua y literatura nos obligaban a hacer. Hoy toca comentario de texto. Nunca
llegué a entender de verdad lo de comentario de texto. ¿Se analizaba? ¿Se hacía
una síntesis? ¿El profe de marras sabía hacerlo? Es quizá por esta razón que la
palabra “comentario” se me suele
atragantar en el gorgüelo cada vez que la oigo, incluso cuando se me ocurre
traerla a mientes, comentarla, o sea. Y aquí ya entramos de lleno en el metalenguaje.
Es habitual, entre el gentío
un tanto pijolondio, utilizar frases en las que el comentario resulta harto
cursi. Cada día es más difícil encontrar a personas que emplean el lenguaje con
propiedad y cierto sentido estético. No digo que todo hijo de vecino vaya a ser
catedrático de la sintaxis y gramático de los picos pardos. Sólo se pide que el
lenguaje no se utilice a la ligera, sin fundamento.
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