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sábado, 3 de noviembre de 2012

Ignorancia, oscurantismo, absurdos y lógicas quebradas

A estas alturas, en el siglo XXI, a punto de acabarse el mundo, como reza una profecía maya, y según veremos, espero, en una peli de ficción, cómo podemos creer en religiones, iglesias y tantos artificios, que nos sumergen en la ignorancia y sólo arrojan oscurantismo a esta vida hecha de absurdos y lógicas quebradas. 

Lo del fin del mundo tampoco os lo creáis, al menos de momento. Pasarán miles o millones de años hasta que esto ocurra, si sucede, que tampoco es seguro. 

La fe no sólo mueve montañas y surca mares sino que los derrumba y descompone. Además, ¿a qué mundo nos referimos, a la tierra, a nuestra Vía Láctea, a un universo en expansión, a otras dimensiones, al mundo de los ovnis, a los agujeros negros, a cuál?... 

Debemos volver a Nietzsche y la muerte de Dios, al marqués de Sade y su Justine, incluso a La filosofía en el tocador, a los existencialistas y el surrealismo andante, pictórico y literario, cinematográfico y terrorista de Dalí y Buñuel, Breton y su tropa, incluso al psicoanálisis freudiano o lacaniano, que cuestionan casi todo. 

"Debes saber pues, joven inocente, que la religión en la que te amparas, no siendo más que la relación del hombre con Dios, culto que la criatura creyó deber rendir a su creador, quedó aniquilada en cuanto la propia existencia de tal creador fue demostrada como quimérica. Los primeros hombres, asustados por unos fenómenos que los impresionaron, tuvieron que creer necesariamente que un ser sublime y desconocido por ellos había dirigido su marcha y su influencia. Es propio de la debilidad suponer o temer la fuerza". 

"No, Thérèse, no, Dios no existe: la naturaleza se basta a sí misma. No tiene ninguna necesidad de autor. Este supuesto autor no es más que una descomposición de sus propias fuerzas, más que lo que en la escuela llamamos una petición de principios. Un Dios supone una creación, o sea un instante en el que no hubo nada, o bien un instante en el que todo estuvo en el caos. Si uno u otro de esos estados era un mal, ¿por qué tu Dios lo dejaba subsistir? Si era un bien, ¿por qué lo cambia? Ahora bien, si es inútil, ¿puede ser poderoso? Y si no es poderoso, ¿puede ser Dios? Si la naturaleza se mueve a sí misma, ¿de qué sirve el motor? Y si el motor actúa sobre la materia moviéndola, ¿cómo no es materia él mismo? ¿Puedes concebir el efecto del espíritu sobre la materia, y la materia recibiendo el movimiento de un espíritu que carece en sí mismo de movimiento? Examina por un instante, con frialdad, todas las cualidades ridículas y contradictorias con que los fabricantes de esta execrable quimera se han visto obligados a revestirla, y comprobarás que se destruyen y anulan mutuamente; admitirás que este fantasma deificado, nacido del temor de unos y de la ignorancia de todos, no es mas que una simpleza escandalosa, que no merece de nosotros ni un instante de fe ni un minuto de examen; una miserable extravagancia que repugna a la mente, que escandaliza el corazón, y que sólo emergió de las tinieblas para volver a hundirse en ellas para siempre jamás" (Justine). 

El autoengaño o falsa conciencia funciona como un poderoso mecanismo defensivo, a través del cual el individuo se tranquiliza, con la fe puesta en un futuro, que sólo puede ser presente, aquí y ahora. Pues lo que tenga que venir, ya vendrá, una vez que hayamos recorrido no sólo espacio sino tiempo, y cuando llegue mi muerte, ya no estaré para presenciarla, que diría un cínico. ¿Si no hay futuro per se, a priori, sólo día a día, a cuento de qué tantos futurólogos de medio pelo y videntes rapelianos sin geito ni fundamento? 

¿Por qué proliferan las malas artes adivinatorias? ¿Cómo podemos vivir entre tanta religión y tanta secta? 

Acabo de estar en una misa, funeral, por un compromiso, y siento el sin sentido de una palabrería religiosa que promete un más allá y una resurrección inexistentes. 

El más allá, en todo caso, siempre estará en un más acá. Hay otros mundos posibles, pero están en este. Más allá del bien y del mal. Como pretendió el filósofo alemán, maestro no sólo de surrealistas sino de los llamados postmodernos. 

El cuerpo no sólo se muere, sino que acaba pulverizado, hecho literalmente cenizas, aunque el espíritu sobreviva por algún tiempo en forma de memoria. Mientras te recuerden tus allegados, amigos y familiares, amén de otros y otras, seguirás en la historia, hasta que caigas en el olvido, como querían el propio Sade o Buñuel, aunque de momento no lo hayan conseguido. 

Vivimos, por tanto, en este mundo mientras podamos y nos dejen. Que luego todo se acabará. Qué terrible. 

Qué difícil es aceptar nuestra finitud, mortal y rosa. Pero que cada cual elija el camino que crea conveniente. No voy a sentar cátedra diciendo esto ni aquello, ni siquiera aspiro a dar dogmas de fe a los creídos y creyentes, que seguirán subidos a su potranca, olé sus pelotas, en espera de la tierra prometida, la tierra santa, que sigue estallando como un polvorín, por encima de vallas y muros cuasi infranqueables. 

Si es que vivimos en un mundo de engañifa, que se perpetúa y prolifera como un hongo venenoso, que llevara a su terreno cultivado a la masa, incluso a quienes se creen élite, pobrecitos, los cuales se sienten arropados y en paz (ya quisieran) con alguna entelequia energética, que algunos pintan con barba ermitaña, mientras otros se la imaginan como una diosa oronda y fecunda. 

Y hasta hay quienes ven a dios en el peyotl, como los Tarahumara que nos mostró el rebelde Artaud, aquel que quiso acabar con el juicio de dios y terminó en un frenopático, con camisa de fuerza y electrochoques al cerebro. 

Pensar y decir verdades no siempre es bien acogido por el sistema bien-pensante, sobre todo en este pensamiento único y ramplón, débil, en el que estamos.

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