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jueves, 17 de junio de 2010

Amador Fierro

Sigo recordando. La memoria, esa fuente de dolor, y a veces de placer. Prefiero, no obstante, la memoria a la amnesia, prefiero recordar a no poder hacerlo, prefiero continuar rememorando a la jodienda de la demencia o el Alzheimer, que te deja fuera de onda y de juego. Aunque tampoco me gustaría ser Funes el memorioso, como aquel personaje que inventara Borges, el cual padece un insomnio monstruoso, que le impide eliminar recuerdos y olvidar. En ocasiones, resulta más sano olvidar. En cualquier caso, hoy, ahora, quiero rememorar a una persona, que para mí fue especial. Se trata de Amador Fierro. Lo cierto es que a medida que uno crece se le agolpan los recuerdos, o eso da la impresión. Es como si estos pidieran ser contados, porque uno siente la necesidad de contar y escribir. Como un"escribidor" que relatara todo cuanto ve, siente, piensa, observa, imagina, fantasea. Algo parecido a lo que hace el bueno de Joyce en su Ulises, a través de sus personajes principales o álter egos, Leopold Bloom y Stephen Dedalus. O lo que nos cuenta Sartre, en La Náusea, a través de su personaje Roquentin. "Escribo para poner en claro ciertas circunstancias...Hay que escribirlo todo al correr de la pluma".
León es una ciudad o "poblachón" -como diría nuestro querido Pedrín Trapiello-, que visité por primera vez siendo un “nazcrayín”, lo que me dejó entusiasmado. Un rapaz, sobre todo de pueblo, suele quedar impresionado cuando ve por vez primera una ciudad, aunque León no sea una ciudad grande.
Siempre he sentido gran afecto por nuestra capital provincial -aunque a veces la haya criticado, por tantas cosas-, tal vez porque tengo buenos recuerdos de la misma cuando era pequeño, y porque allí iban a vivir muchos paisanos, nocedenses que montaban sus negocios, como Molinete con el bar Noceda, en la calle Tarifa del Barrio Húmedo (hoy ya desaparecido), Tina la de Álvaro Furil, con su pensión de la plaza Mayor (que tampoco debe funcionar), o en tiempos más recientes Gelines la de Sicoro con su pizzería Tutto en la Avenida Padre Isla (aunque ya no está Gelines al frente)...
Por otra parte, estaban aquellos amigos de mis padres, Mercedes y Amador, que alguna vez me acogieron en su casa durante una temporada. Incluso recuerdo ir a recoger lúpulo en compañía de Mercedes. Pues ellos y sus hijos, Carlos y Alfonso, solían veranear en Noceda, cuando éste era un verdadero paraíso vaquero, con vacas pintas y lecheras legendarias, alejado del mundanal ruido.
En aquel tiempo desplazarse de León a Noceda era un viaje al fin de los tiempos, una aventura fascinante. Durante muchos años -tal vez veinte, que se dice pronto- perdí el contacto con ellos, hasta que un buen día me dio por llamar a Carlos, el hijo de Amador. Busqué su número de teléfono en la guía y lo llamé. Le pregunté por su familia, y fue cuando me dijo -hará ahora unos tres años- que su padre, Amador Fierro, había fallecido hacía unos meses. Se me encogió el corazón. Es como si me lo hubieran atravesado con un puñal. Por fortuna “hay muertos que en el mundo viven”, como él.
Carlos está casado felizmente con una berciana y es ferroviario, como lo fuera su padre, y Alfonso ejerce como médico. Carlos retomó contacto con mi familia, aunque cuando vino a Noceda, hace ahora cerca de dos años, yo no estaba. Andaría, a buen sguro, danzando por el mundo "alante". A ver si un día quedamos, querido Carlos, y nos vemos, después de tanto tiempo.
Guardo buenos recuerdos de aquel León de los 70, de la casa de Mercedes y Amador en el barrio de El Ejido, en el Divino Obrero, de alguna excursión a La Candamia -a la que no he vuelto, y eso que he estado miles de veces en León-, y alguna sesión de cine, viendo por ejemplo El Zorro, en compañía de Alfonso (Alfonsito) y Luis Miguel, el hijo pequeño de Lorenzo y Avelina. Avelina también era nocedense y familiar.
Cada vez que doy una vuelta por la Plaza del Grano, también rememoro aquel año, fiesta de San Froilán, en que mis padres, en representación del “Ajuntamiento” de Noceda, ganaron el primer premio con carro engalanado. Pero no lo recibieron ellos sino el entonces alcalde, que gustaba de acaparar la atención y lo que se terciara, que para eso era autoridad, y a las autoridades, en aquellos tiempos (y ahora también), les gustaba ejercer el poder, algo que me sigue trastocando las neuronas. Mientras, sigo recordando a Amador Fierro, con su sentido del humor y su generosidad. Un gran amigo. Un amigo de verdad.

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