Vivir en un pueblo es saborear silencio y merendar muerte. A veces el silencio se podría cortar hasta con el cuchillo de matar los cochos, aunque esto no suene a lírica. A Woody Allen no le gustaría vivir en un pueblo, ni siquiera en Oviedo, que sabe a Vetusta clarinesca, que no clarinetera.
Un pueblo se vuelve extremadamente apagado, sin chispa, sobre todo para un neurótico de la urbanidad, como lo es el cineasta y clarinetista de Nueva York. Vivir en un pueblo es estar alejado de la polución y el estrés del mundo moderno.
Vivir en un pueblo es vivir en perpetua nostalgia, siempre recordando el ayer. No se puede estar todo el tiempo viviendo de los recuerdos. Envejeciendo prematuramente. A veces siento hambre de estímulos. Es entonces cuando me da gorrión -como se dice en Cuba-, y la tristeza se apodera de mi ánima. Y me siento como en el purgatorio de las desventuras, velando mi propio cadáver, rezando a una virgencita, a una dama, que se me antoja inexistente. Por favor, ayúdame, madonna mía, sálvame de este silencio, échame un (sic) cable y acercame a la luz, a tu velita incendiaria.
Es como si estuviera en una caverna, perdido en el paleolítico, chupando humedad en el pozo de las amarguras. El mundo no es un valle de lágrimas. El mundo es un vergel, a veces poblado de rosas y castaños y nogales. El mundo se puede saborear como un gran helado italiano. Che bello!
En el Caribe la vida es más fácil que en el Alto Bierzo, donde la nieve encoge el ánimo, y el frío amodorra el espíritu. Bueno, el verano en el Alto es más suave y acogedor. El sol y la playa despiertan el apetito y hacen más llevadera la existencia.
En el Caribe se ama más y mejor que por estas tierras de frío, espejo de silencio y nieve. En los países cálidos las chicas se abren con pasión. Aquí, en cambio, andamos de capa caída, con los mocos salidos de madre y el cerebrín hecho un lío. A decir verdad aún quedan manjares caldositos, gallina starlux, lujo de los tiempos posmodernos. Qué tiempos los nuestros, aunque mejor sería decir qué espacios, porque hay mucho espacio por recorrer, y uno a veces siente los silencios, sin nada que nos perturbe, sin un quítame allá esas hojarascas que nos alebestren y nos conmuevan.
Quiero despegar, abrazar el horizonte, cabalgar los sueños que se tejen con hilos de sensibilidad y pasión, amor y acción. Quiero viajar y conocer nuevas gentes. Necesito vivir un sentido espacial de nuevas y modernas dimensiones, atravesar los agujeros negros, jugar a ser niño en el Reino de Alicia y sus maravillas, entrar en el espacio jadeante de las emociones, que giran en torno a un cuerpo celestial, hecho de amor y perversión.
Henry Miller pasó una temporada en el infierno parisino, para luego en la vejez largarse a California Beach. A Miller siempre le apasionó el mundo mediterráneo. De ahí su Coloso de Marusi. En París la vida es dura pero muy estimulante. En el Trópico la vida fluye como una corriente marina.
Durante mi estancia en México tengo la impresión de haber vivido más intensamente que durante el resto de mi existencia. En México todo va más deprisa, aunque los ahoritas se hagan eternos. El tiempo en México se extiende como una toalla infinita, en un espacio grandioso y muy colorido.
En el Caribe las mamitas/mamacitas y los papitos/papacitos están a la que salta. Aprovechan cada instante como si en ello les fuera la vida, como si no hubiera más tiempo ni espacio. No se puede dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy. Esta es la sabiduría popular. No hay futuro. El futuro hay que patearlo, caminarlo, recorrerlo. Es un camino que se hace al andar, como bien sabía Antonio Machado. Lo que uno pueda llevar por delante, mejor que mejor, y que me quiten lo bailao. La vida es corta, muy breve. Bien lo sabía Séneca. Por mucho que durara la vida, siempre se quedaría raquítica, insuficiente... No me cansaría nunca de vivir. Hay tantas y tantas cosas que se podrían hacer... Nos complicamos la existencia con estupideces. Nos volvemos atolondrados, y esta sociedad capitalista se encarga de someternos a sus intereses. Todos somos peones suyos, esclavos de un sistema jodedoramente acaparador. Me asusta que el capitalismo tenga tanto poder sobre nosotros, pobres marionetas al servicio de una productividad, salvaje mundo de la competitividad, mundo de negreros, abundancia de la que se benefician cuatro gatos.
El mundo es de cuatro, y el resto a pringar por la patria, por una familia, por una sociedad, invento antropófago que devora a propios y extraños.... Todos en el patíbulo de la muerte, carne de psiquiátrico, carne de cañón... Todos sumidos en el caos y el desconcierto. Hay algunos que logran flotar y elevarse por encima de la mierda. Los eremitas. Como Simón el Estilita. Ese tipito que aparece en la peli de Luis Buñuel.
Hay algunos que encuentran el camino florido, fluido rosa, rock psicodélico. Y para ellos el mundo es bueno y no necesitan criticar ni cambiar nada. Levedad del ser admitida. Puro cachondeito. No hay más que ver cómo se lo montan en Benidorm, donde por lo demás nunca he estado (miento, sí estuve, pero ya ni me acordaba).
Me invade una tristeza atroz sólo de pensar la cantidad de individuos que no tienen nada que llevarse a la boca, gente que muere como moscas, vidas que nada significan. La vida no vale nada en León Guanajuato. Méjico lindo y chingado. Somos animales. Ya lo sé. Pero a veces actuamos como dioses caídos de la ultratumba. Nunca podré concebir esta vida cruel y prehistórica. El sexo sigue moviendo el mundo, pero el sexo ha creado muchos prejuicios y tabúes, condenas y demás putiferios. Todo se ha mezclado. Nada tiene valor ni sentido. El sexo no es más que otra moneda de cambio. Todo se transforma en dinero y maldad, astucia y perfidia, y el que sea tonto que se queje a dios o al diablo, que aunque grites y revientes como una granada, nadie se apiadara de ti. Todos estamos en el mismo barco, a la deriva, asfixiados por este sistema castrador y tremebundo que nos atenaza y ahoga, monstruo aberrante, camaleón con cien mil pies y antenas parabólicas. Nos tienen controlados, amarrados a la pata de la mesa. Esto es un vil engaño. Pero no queda más remedio que jodernos y aguantar lo que nos echen en la pila, cerdos de buen comer, qué más se puede pedir en los tiempos calamitosos que atravesamos. Nunca el mundo ha sido bondadoso. A lo largo de la historia ha habido guerras y escaramuzas varias, sangre infecta, enfermedades a tocateja, caca por todas las esquinas, duendes que se introducen hasta en los poros del alma, cabrones a todas luces, pícaros y putañeros y zorras corridas... fauna para ser soñada e imaginada más que vivida.
Un pueblo se vuelve extremadamente apagado, sin chispa, sobre todo para un neurótico de la urbanidad, como lo es el cineasta y clarinetista de Nueva York. Vivir en un pueblo es estar alejado de la polución y el estrés del mundo moderno.
Vivir en un pueblo es vivir en perpetua nostalgia, siempre recordando el ayer. No se puede estar todo el tiempo viviendo de los recuerdos. Envejeciendo prematuramente. A veces siento hambre de estímulos. Es entonces cuando me da gorrión -como se dice en Cuba-, y la tristeza se apodera de mi ánima. Y me siento como en el purgatorio de las desventuras, velando mi propio cadáver, rezando a una virgencita, a una dama, que se me antoja inexistente. Por favor, ayúdame, madonna mía, sálvame de este silencio, échame un (sic) cable y acercame a la luz, a tu velita incendiaria.
Es como si estuviera en una caverna, perdido en el paleolítico, chupando humedad en el pozo de las amarguras. El mundo no es un valle de lágrimas. El mundo es un vergel, a veces poblado de rosas y castaños y nogales. El mundo se puede saborear como un gran helado italiano. Che bello!
En el Caribe la vida es más fácil que en el Alto Bierzo, donde la nieve encoge el ánimo, y el frío amodorra el espíritu. Bueno, el verano en el Alto es más suave y acogedor. El sol y la playa despiertan el apetito y hacen más llevadera la existencia.
En el Caribe se ama más y mejor que por estas tierras de frío, espejo de silencio y nieve. En los países cálidos las chicas se abren con pasión. Aquí, en cambio, andamos de capa caída, con los mocos salidos de madre y el cerebrín hecho un lío. A decir verdad aún quedan manjares caldositos, gallina starlux, lujo de los tiempos posmodernos. Qué tiempos los nuestros, aunque mejor sería decir qué espacios, porque hay mucho espacio por recorrer, y uno a veces siente los silencios, sin nada que nos perturbe, sin un quítame allá esas hojarascas que nos alebestren y nos conmuevan.
Quiero despegar, abrazar el horizonte, cabalgar los sueños que se tejen con hilos de sensibilidad y pasión, amor y acción. Quiero viajar y conocer nuevas gentes. Necesito vivir un sentido espacial de nuevas y modernas dimensiones, atravesar los agujeros negros, jugar a ser niño en el Reino de Alicia y sus maravillas, entrar en el espacio jadeante de las emociones, que giran en torno a un cuerpo celestial, hecho de amor y perversión.
Henry Miller pasó una temporada en el infierno parisino, para luego en la vejez largarse a California Beach. A Miller siempre le apasionó el mundo mediterráneo. De ahí su Coloso de Marusi. En París la vida es dura pero muy estimulante. En el Trópico la vida fluye como una corriente marina.
Durante mi estancia en México tengo la impresión de haber vivido más intensamente que durante el resto de mi existencia. En México todo va más deprisa, aunque los ahoritas se hagan eternos. El tiempo en México se extiende como una toalla infinita, en un espacio grandioso y muy colorido.
En el Caribe las mamitas/mamacitas y los papitos/papacitos están a la que salta. Aprovechan cada instante como si en ello les fuera la vida, como si no hubiera más tiempo ni espacio. No se puede dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy. Esta es la sabiduría popular. No hay futuro. El futuro hay que patearlo, caminarlo, recorrerlo. Es un camino que se hace al andar, como bien sabía Antonio Machado. Lo que uno pueda llevar por delante, mejor que mejor, y que me quiten lo bailao. La vida es corta, muy breve. Bien lo sabía Séneca. Por mucho que durara la vida, siempre se quedaría raquítica, insuficiente... No me cansaría nunca de vivir. Hay tantas y tantas cosas que se podrían hacer... Nos complicamos la existencia con estupideces. Nos volvemos atolondrados, y esta sociedad capitalista se encarga de someternos a sus intereses. Todos somos peones suyos, esclavos de un sistema jodedoramente acaparador. Me asusta que el capitalismo tenga tanto poder sobre nosotros, pobres marionetas al servicio de una productividad, salvaje mundo de la competitividad, mundo de negreros, abundancia de la que se benefician cuatro gatos.
El mundo es de cuatro, y el resto a pringar por la patria, por una familia, por una sociedad, invento antropófago que devora a propios y extraños.... Todos en el patíbulo de la muerte, carne de psiquiátrico, carne de cañón... Todos sumidos en el caos y el desconcierto. Hay algunos que logran flotar y elevarse por encima de la mierda. Los eremitas. Como Simón el Estilita. Ese tipito que aparece en la peli de Luis Buñuel.
Hay algunos que encuentran el camino florido, fluido rosa, rock psicodélico. Y para ellos el mundo es bueno y no necesitan criticar ni cambiar nada. Levedad del ser admitida. Puro cachondeito. No hay más que ver cómo se lo montan en Benidorm, donde por lo demás nunca he estado (miento, sí estuve, pero ya ni me acordaba).
Me invade una tristeza atroz sólo de pensar la cantidad de individuos que no tienen nada que llevarse a la boca, gente que muere como moscas, vidas que nada significan. La vida no vale nada en León Guanajuato. Méjico lindo y chingado. Somos animales. Ya lo sé. Pero a veces actuamos como dioses caídos de la ultratumba. Nunca podré concebir esta vida cruel y prehistórica. El sexo sigue moviendo el mundo, pero el sexo ha creado muchos prejuicios y tabúes, condenas y demás putiferios. Todo se ha mezclado. Nada tiene valor ni sentido. El sexo no es más que otra moneda de cambio. Todo se transforma en dinero y maldad, astucia y perfidia, y el que sea tonto que se queje a dios o al diablo, que aunque grites y revientes como una granada, nadie se apiadara de ti. Todos estamos en el mismo barco, a la deriva, asfixiados por este sistema castrador y tremebundo que nos atenaza y ahoga, monstruo aberrante, camaleón con cien mil pies y antenas parabólicas. Nos tienen controlados, amarrados a la pata de la mesa. Esto es un vil engaño. Pero no queda más remedio que jodernos y aguantar lo que nos echen en la pila, cerdos de buen comer, qué más se puede pedir en los tiempos calamitosos que atravesamos. Nunca el mundo ha sido bondadoso. A lo largo de la historia ha habido guerras y escaramuzas varias, sangre infecta, enfermedades a tocateja, caca por todas las esquinas, duendes que se introducen hasta en los poros del alma, cabrones a todas luces, pícaros y putañeros y zorras corridas... fauna para ser soñada e imaginada más que vivida.
Tremendo memorandum jeremíaco sobre las miserias de la carne. Y cuántas referencias y cuánta razón. Pero hay que seguir, al fin y al cabo es lo que hay. Animo, Manolo, esto es cosa del otoño y sus morriñas. (sobre todo viniendo de "allá")
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