Vuelvo a visionar La caza (1966), de Saura, con motivo de una clase de cine. Y siento un impacto parecido al que experimentara cuando la vi por primera vez, lo que significa, en mi opinión, que resiste el paso del tiempo con creces, con lo cual creo que estamos ante una película clásica, extraordinaria, que marcó, por lo demás, un hito en el cine español de la época, donde aún seguía presente el franquismo dictatorial. Por cierto, los franquistas de esa época gustaban mucho de la caza y del tiro al plato. Se me erizan los vellos cuando alguien empuña un arma.
Valiente y arriesgado Saura con esta película que nos invita a adentrándonos en los bajos fondos del ser humano a través de diálogos secos, cortantes, y gestos mínimos, los cuales dejan que entreveamos como espectadores el interior oscuro y terrible de los personajes.
Logra crear, con ayuda de su director de fotografía Luis Cuadrado, un ambiente asfixiante, claustrofóbico, a pesar de que La caza esté rodada en exteriores con luz natural cual si se tratara de un documental.
Resulta impactante esa forma de filmar en primeros planos los rostros de los personajes, incluso esos primeros planos con miradas a cámara. Y esos planos medios de los cuerpos de los cazadores con sus escopetas en busca de conejos. Un montaje magnífico gracias a la labor de Pablo del Amo.
Aparte de los personajes protagonistas -magistralmente interpretados, sobre todo Paco (encarnado por Alfredo Mayo)-, la presencia de los animales: conejos (víctimas) y hurones (depredadores) y una perra de nombre Cuca (cómplice de los depredadores).
Ya desde el inicio vemos unas inquietantes imágenes de hurones en jaulas al tiempo que la música, creada por Luis de Pablo, nos retumba en el consciente anticipándonos un universo perturbador.
El final de la película se me antoja brutal.
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