Después de la visita a Teverga (despidiéndose con nostalgia de las primas de la viajera), los viajeros deciden emprender rumbo al mar, al mar Cantábrico. Y toman la Senda del Oso, una vez más, aunque no la hagan caminando. El oso es un animal fascinante. A uno le entusiasma. Sobre todo si se trata de algún oso amoroso.
Bromas aparte, me gusta eso de que los osos hibernen. Me encantaría hibernar durante el invierno y luego volver al esplendor vital en primavera. Se me antoja magnífico.
En la sierra de Gistredo también se avistan osos, incluso bajan a las colmenas en busca de miel. Listos y golosos que son estos animales. Recuerdo haber visto osos a pocos metros de distancia en una reserva en Canadá, Vancouver. Y poco más. Ni en el Bierzo ni en Asturias tengo el gusto de cruzarme con alguno de estos especímenes.
Bueno, echándole algo de imaginación al asunto, hasta podría aparecerse algún osito en el valle de Bubín, en Igüeña, como le ocurriera al Tío Perruca (inolvidable libro del costumbrismo leonés).
Puerto de Cudillero |
Aparte de la Senda del oso, los paisajes hasta alcanzar el mar Cantábrico no llaman la atención en exceso al viajero, que quizá esté pensando en las musarañas, o bien en los osos. Aunque, en cuanto se va acercando al mar, me llega un perfume a eucalipto mezclado con el salitre propio de ese espacio amniótico del que brotan los animales fabulosos. El verdor también resulta magnético a lo largo del trayecto.
Cudillero nos espera (es un decir), pues allí hemos decidido acercarnos. No es la primera vez que el viajero pone los pies en este bello y pintoresco pueblo, uno de los más bonitos de España, al decir de algunos. Algo que siempre forma parte de la subjetividad de quien así lo señala. ¿Acaso la belleza es objetiva? ¿O bien depende de los ojos, de la sensibilidad, de la sensorialidad con la que se percibe? Sobre Estética se han escrito muchos tratados.
Cudillero |
La belleza es quizá aquello que emociona. Aquello que seduce. Aquello que enamora. La belleza que engendra amor, la cual es, creo recordar, un concepto filosófico, platónico.
Por su parte, la viajera recuerda que también estuvo en algunas ocasiones por su cuenta en Cudillero. Pero nos entusiasma regresar a este singular pueblo marino que a uno le late, en cuanto lo recorre, cual si fuera una medina, en este caso una medina cristiana. Si al final, cristianos e islámicos nos parecemos mucho más de lo que a priori podríamos creer. Los seres humanos, unos más iguales que otros (con un guiño a Orwell y su Rebelión en la granja) somos más parecidos de los que algunos se encargan de hacernos creer. Sobre todo en emociones básicas. Ay, las creencias. Vivamos de razones. Tal vez también de sueños. Y sobre todo despiertos, incluso en nuestros sueños.
A la mierda con los silogismos y con los sueños, viene a decirnos en Mortal y rosa el cascarrabias y lúcido Umbral, que nos dejó tal día como ayer en el año de 2007, mientras uno viajaba por el sur marroquí. En un verano tórrido. Como es propio de esta zona. Pero lo que uno quería, como el coloso Umbral, es hablar de Cudillero y su belleza, de su belleza de medina cristiana, que a la viajera le parece estupendo. Un título que podría ser atractivo, convenimos.
Antes de aproximarnos a la plaza central, la plaza de la Marina, tomamos unas viandas al lado de un riachuelo-cascada próximo al puerto. Tenemos un apetito voraz. Echamos un oclayo al puerto. Y nos dirigimos a la plaza para contemplar la belleza arracimada y colorida de Cudillero. El sol aprieta y conviene buscar una terracita en la que tomar un café, un café con leche aderezado con crema de orujo y unos cubitos de hielo sienta de maravilla. El café está servido. Y la charla se me hace fantástica.
Siempre he sentido que es un momento de felicidad permanecer a la sombra de un árbol o una palapita mientras el sol calienta de lo lindo. Eso sí, en cuanto baja algo el sol nos disponemos a recorrer la medina cristiana (a Don Pelayo y sus secuaces esto de la medina cristiana podría parecerles una aberración, qué me disculpen). Los gatines hacen acto de presencia. Son cautivadores. Y algunos turistas también han optado por treparse a los altos y recorrer las estrechas callejuelas de este pueblo astur. Son varios los miradores que nos elevan. Y nos hacen echar la vista a los tejados de teja (valga la redundancia) de las casas y sobre todo al mar, al fondo.
El contraste de colores nos estimula y nos invita a adentrarnos en todo su esplendor en esta medina en la que lanzamos (cual si fueran las cenizas al mar) algún rezo ateo (si tal puede decirse). Ateos, gracias a dios. En verdad, la religión no pinta nada en este momento. Ni en este ni en otros. Aunque sí es conveniente religarse con la naturaleza, con la belleza, con el amor.
Las vistas a Cudillero, desde los altos, invitan a la reflexión. Y el viajero no puede dejar de reflexionar. Qué alguien le ponga un bozal. Qué tontería. Si ya tenemos bozal, con este Corona, como van a dejarnos correrla sin bozal, aunque a uno, la neta, se le olvida del todo que existe un virus. Qué hay que ponerse el bozal, te susurra la voz de la subconsciencia.
El viajero está tan extasiado contemplando la belleza de Cudillero que se olvida de la realidad imperante. Por fortuna, la belleza nos absorbe y nos devuelve a un paraíso, a algún edén donde no existe el pecado ni siquiera el fruto prohibido. Y hasta es probable que tampoco aparezcan en escena, en el escenario teatral de la farsa universal, la tal Eva y el tal Adán, con costilla o sin ella. Lo bíblico no es mi fuerte, eso creo. Pero la viajera conoce bien la Biblia, y eso resulta inspirador.
Playa del Silencio |
Unos quesos y una sidrina vendrían bien en estos momentos, que ya va siendo hora de hacer boca y bocado. Siempre pensando en el yantar. Si es que uno, aun creyéndose espiritual, es terrenal. Es lo que tiene ser humano. Qué los dioses (y las diosas) dejaron de existir hace millones de años. Quizá nunca existieran. Pero nos los han vendido a precio de oro. El sol, la luna... esos sí que son auténticos dioses. Esto de la medina cristiana me ha afectado, lo confieso. Y ahora no logro quitármela de la sesera. Disculpad.
Si os da por visitar Cudillero, pensad en esta medina, pero sobre todo dejaros embargar por su belleza colorida y marina.
La playa del silencio (me hace recordar el valle del silencio del Bierzo, aunque en esta zona no haya ni siquiera playa fluvial) también nos espera, como Cudillero, con los brazos abiertos. Eso desearía.
Pues eso, rumbo al silencio, que tanto bien nos hace en este mundo ruidoso y vuelto del revés. Porque el ruido informativo (amén de otros ruidos) nos trastoca el cerebelo.
Salud.
Qué maravilla y preciosidad toda esa costa y lo remata ese pueblo bonito que es Cudillero.
ResponderEliminar