Cuando leí la reseña que ha
escrito y publicado la profesora, investigadora y escritora Margarita Álvarez
confieso que se me erizaron todos los huesitos y se me saltaron las lágrimas de
emoción.
Es probable que uno sea de
natural llorón, sensiblero, no sé, o quizá me ha pillado en un momento de
flojera anímica, a resultas de mi estado actual de recuperación, después de una
reciente cirugía (vale, ya sé que me estoy abriendo en canal, como cuando era
un guaje y hacíamos la matanza del cerdo en mi pueblo, en mi casa, qué tiempos
aquellos. Y al cerdo también lo abriamos en canal. Así somos los humanos,
demasiados animales, por cierto).
Los humanos, lo queramos o no,
somos animalitos, algunos más que otros (es obvio, aunque decir lo obvio a
veces se me antoja lo más complicado). Y es que a partir de una edad, ya
supero el medio siglo, que se dice pronto (bien se dice y mal se entama)
tampoco tengo reparos en decir lo que me apetece y cuando me apetece, aunque
tampoco quiera caer en una salsa rosa, o en pura charcutería
sentimentaloide.
En
todo caso, quiero expresar mi agradecimiento sincero y sentido a Margarita
Álvarez por el tiempo, que siempre es oro y sangre, dedicado a la lectura Del
agua y del tiempo. Y el tiempo, ay el tiempo, que ha empleado para
componer esta bellísima y emocionante reseña acerca de mi librín, donde lo
único que he intentado, una vez más, es mostrarme al desnudo, mostrar mis
entrañas, mi tripamen, tanto el físico como el psíquico (al final, va a
resultar que lo del cerdo en canal no es sólo algo metafórico, sino una verdad
como un templo. ¿No dicen que el cuerpo de un gocho es lo más parecido a un
cuerpo humano?).
No quiero que se me vaya el
santito al cielo malvarrosa de las irrealidades (que a uno le gusta levitar
como derviche giróvago), y aspiro a tocar tierra, a sentir las raíces, a
conectar con los entresijos y entretelas de la realidad. Y la realidad, en
estos momentos (al menos una suerte de realidad) es que Margarita Álvarez me ha
hecho feliz con su escrito sobre este librito intitulado Del agua y del
tiempo.
Me
ha ilusionado, dicha sea la verdad. Y me ha devuelto la fe en la escritura
(quizá nunca haya perdido la fe en la palabra escrita, en el pensamiento, que
en buena medida se articula a través de la palabra escrita).
No
en vano, el blog de Margarita Álvarez se titula De la palabra al
pensamiento. Y debajo del título cita al filósofo Wittgenstein (al que
llegué a estudiar, aunque fuera de pasada nomás, en la Facultad de Filosofía
ovetense, de la mano sobre todo del maestro Bueno y también de mi tocayo Manuel
Fernández Lorenzo, a quien recuerdo con cariño).
La
cita del filósofo del lenguaje Wittgenstein reza de este modo:
"Los
límites de mi lengua son los límites de mi pensamiento".
Eternamente
agradecido, querida Margarita, por tu reseña. Quedamos emplazados para en algún
momento presentar el librín en la Casa leonesa de Madrid. Presentación en la
que también me gustaría contar, como ya te había adelantado, con la profesora,
poeta y narradora María José Prieto (a quien curiosamente también conoces y con
quien tienes buen trato).
Vaya
aquí tu maravilloso texto, que me permito compartir en este blog y con quienes
deseen acercarse al mismo.
Cuando uno se emociona no cuenta el tiempo, cuentan las vivencias que están hechas de sensaciones, de sentimientos y solo un poquito de razón. Yo me emocioné cuando te dirigiste a mí para dedicarme una de tus "fraguas literarias". Ahora te he devuelto solo un poco de aquella emoción. Unas palabras sin tiempo.Quizá unas palabras de agua, porque mi matria es lugar con río, siempre me he mirado en él, y todo lo que tiene que ver con un río me emociona especialmente. Unas palabras que van del río Omaña a los ríos bercianos... Y ahí se quedan suspendidas del tiempo. Gracias por tus palabras, las literarias y estas otras tan sinceras y cercanas... ¡Y éxito!
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