Vaya mala racha que llevamos en el útero de Gistredo. Se nos muere toda la gente, joven, mediana, mayor. Nos morimos todos cada día, un poco más.
Ahora le ha tocado a una chica, de 55 años, Mari Cruz, a quien conocía, no sólo por ser paisana, sino porque solía verla en el campus de Ponferrada, donde ella trabajaba, y donde trabaja su hermano Gabriel y su cuñada Geli (mucho ánimo y fuerza para vosotros, lo siento mucho).
A decir verdad, hace ya tiempo que no la veía. Al parecer, la procesión estaba por dentro.
La muerte en sí misma me trastoca, sobre todo desde que nos abandonara mi padre, a quien hoy llevamos flores al cementerio, qué tristeza, algo que acaba dejándome para el arrastre.
Y encima, de paso hacia el cementerio, vimos (mis hermanas y uno mismo) la esquela de Mari Cruz.
Me quedé flipado, sin palabras, y entonces me acordé de que, hace poco más de un mes, su hermano Gabi me había contado que su hermana no se encontraba bien. Le deseé lo mejor. Por supuesto.
Pero no imaginaba que sería tan grave, que no pudiera recuperarse. La muerte me tiene en vilo. Me cuesta aceptar que la gente, sobre todo la gente querida y cercana, se muera.
La vida es en verdad un absurdo, un sin sentido, un cuento kafkiano: de repente te levantas, un mal día, y sientes que te has convertido en una cucaracha, que tienes un tumor maligno, que estás afectado por cualquier putería, que te quedan pocas horas o días de vida.
Sí, vivir cada día es un milagro, aunque uno no crea en milagros, qué cosas, un regalo, como nos dijera el gran Juan Goytisolo, cuyos últimos años de vida me resultan estremecedores, a tenor de lo que contara.
Una vez que se te va la libido (y ya no sientes deseos ni de escribir), entonces comprendes que la vida ha dejado de tener sentido, tu vida ha dejado de ser, tu deseo, tu Eros se ha roto, o se ha aniquilado, y sólo queda el Thánatos, ese halo mortuorio que impregna todo, porque toda la vida se resuelve en Eros y Thánatos, nada más hay ni habrá bajo este firmamento infinito o finito (quién sabe) que no limita ni con dios, este universo en expansión, corrido al rojo... vivo, cuya expansión se está incluso acelerando, y hasta puede que algún día, quizá, acabe reventando, como explosionó el Big Bang, cuando aún no existía ni espacio ni tiempo. O sí. Espacio y tiempo, claves esenciales para movernos, con un origen finito, como podría ser el origen de la materia y la energía.
La muerte de alguien conocido, querido, como es el caso de Mari Cruz me lleva de un modo inevitable a replantearme la existencia, incluso la existencia cósmica. Es evidente que estamos de paso, que somos nada en medio del polvo interestelar, polvo somos y en polvo nos convertiremos. Estamos de paso por este escenario teatral, la vida es puro teatro o teatrillo. Y vivimos cuatro días, a veces mal contados. Y nos complicamos la vida con pelotudeces. Gastamos nuestro tiempo, tan valioso, en cosas ridículas. Nos desgastamos y, cuando queremos darnos cuenta, ya no estamos, o estamos para que nos lleven al geriátrico. La vida, cuando lo es, se resuelve en un suspiro. Cuando uno quiere darse cuenta, ya ha pasado el tren, ya no podemos agarrarnos a nada, ni a nadie.
Hoy, el fallecimiento de Mari Cruz y la visita al cementerio para llevarle flores a mi padre, me ha dejado fuera de juego, fuera de onda. Mas no quiero caer en un agujero negro de este cosmos. Haré corazón de tripas (o viceversa, algo servirá) para seguir en la brecha, en esta senda, en este camino, peregrinando, luchando. Tu recuerdo, Mari Cruz, nos seguirá acompañando mientras nos quede una gota de sangre en las venas.
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