Recupero este artículo escrito y publicado hace un montón de años en Diario de León, con algún
ligerísimo retoque o cambio.
Ponferrada sigue aromatizada por especias, plantas y
resinas del Lejano Oriente. Esto es, al menos, lo que uno siente desde hace
varios días, porque un cacho de la ciudad, el centro mismo del casco histórico,
ha permanecido perfumado con lo andalusí hasta ahora.
¡Qué hermosa luce la primavera en este Bierzo multicolor y
orgiástico! Lo andalusí nos ha envuelto con sus aromas y la sensualidad
oriental nos ha colmado de placer. Lástima que una amiga, que estuvo hace poco
dándose una vuelta por este verde y rojizo noroeste español, no pudiera
embriagarse con los aromas de esta exposición, ubicada en la Plaza del
Ayuntamiento de la capital berciana. De seguro que hubiera disfrutado, aunque
ella, dicha sea la verdad, ya disfruta de esa Sevilla morisca, mudéjar, que
tanto parecido tiene con la ciudad de Marrakech. ¡Siempre
Sevilla para herir! Como
aquel verso de Lorca.
Los castellano leoneses, incluidos los bercianos,
deberíamos dejarnos impregnar por esos aromas que encienden pasiones. Tanta
sequedad de carácter y cristiandad vieja en la sangre nos convierte a menudo en cascotes, aunque algunos
aseguren que los bercianos estamos más dulcificados, a resultas quizá de un
clima más favorable que el que sufren en León, “capital del frío”, según Marga
Merino, y sobre todo en la meseta-estepa castellana, donde sopla un frío que
nos corta la carne como un bisturí o cuchillo de matar los gochos.
Siento devoción por lo andalusí, y aun por lo islámico,
aunque no comulgue con la beatería de vírgenes rocieras y jesucristos del santo
poder, ni por supuesto con el fanatismo coránico. Algunos islámicos se sonríen
al ver a nuestros “muñecos” (así les llamaba una arábiga a
nuestros santitos) en procesión, y aun en las urnas de las catedrales e
iglesias. Por lo demás, me encanta ese mundo de olores y colores que tiñe de
sabor el mundo musulmán. Sólo hay que darse una vuelta por alguna medina, véase
Fes, Fes-el-Bali, a la que por cierto se hace referencia en esta exposición:
Los aromas de Al Ándalus.
Sólo hay que adentrarse en el barrio de los tintoreros o los
curtidores de alguna medina árabe, donde sus olores/hedores nos devuelven a
nuestros ancestros, y nos hacen sentir la vida en su estado más puro. Nada de
asepsias ni artificios. Sin embargo, reconozco que un buen perfume nos excita y
nos vuelve majaras. Un aroma, sobre todo uno apetitoso, es suficiente para
encender nuestros deseos por lo andalusí. Y en esta exposición hay muchos
aromas, que nos invitan a soñar y viajar a mundos exóticos.
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