Achicharrados
Da la impresión de que el verano le botara las tuercas al personal,
como si un monstruo se colara en el cuerpo de algunos descerebrados, a
quienes se les trastocaran los sentidos y se les nublara la razón. Como
si una lunada se les viniera encima o el mistral o la tramontana, que
dicen procuran malos aires, les atacara las neuronas. Es entonces cuando
los incendiarios (y las incendiarias, que de todo hay en la viña del
Señor) disfrutaran metiéndole cerilla al monte, dándole candela a la
naturaleza, ‘achisbando’ en definitiva nuestra vida, porque atentar
contra la naturaleza es ir contra la especie humana, animal y vegetal.
Una auténtica aberración.
Rabia e impotencia siente uno cuando
esto ocurre, y sucede con demasiada frecuencia, fundamentalmente en
época estival, que, con su sequía, propicia el ‘desparrame’ del fuego
por doquier, casi siempre intencionado, que este año ha vuelto a
calcinar nuestro Bierzo florido y fermoso, sobre todo los montes de Vega
de Espinareda, después de que en el pasado mes de julio, incluso ahora
en agosto, arrasara esta esplendorosa zona, abundante en vegetación, por
la que tanto cariño siento, y donde viven los amigos Teje y Yuma.
El
propio Miguel Yuma, afectado y entristecido por semejante barbaridad,
contaba en este periódico, en su artículo titulado ‘Brigadas’, que da
las gracias a todos los que contribuyeron con su esfuerzo a parar el
fuego, «a todos pero en especial a los desarrapados hombres de amarillo y
daría mi dinero y mi sangre para que siempre estuviesen ahí,
vigilantes, con su uniforme dorado intacto y sin dar un palo al agua
durante todo el verano». Uno también daría, en verdad, su sangre y su
dinero para acabar con esta locura, que cada año nos mete el miedo en el
cuerpo y nos asfixia el alma. Es obvio que vivimos en un mundo
trastornado en el que diariamente se devoran excrementos rebozados o las
entrañas de recién nacidos tal como salen del útero materno. Una
sociedad en la que estos tarados logran causar mucho daño. Es lo que
tenemos.
En el Bierzo (en tantos sitios, por desgracia), los
pirómanos, regocijados en sus chispas, parecen disfrutar achicharrando
lo que se les pone a tiro. Sólo están a la espera de que el campo se
reseque para darle estopa porque hay quienes siguen creyendo, en su
desfachatez y maldad, que quemando se regenerará el verde para los
pastos (cuando es todo lo contrario), chamuscando el suelo de los sotos
de castaños con el fin de apañar mejor las castañas cuando llegue la
temporada. En el fondo, a estos vehementes les resulta más fácil quemar
que desbrozar, o simple y llanamente se lo pasan pipa abrasando los
bosques.
¿Quién sabe qué mierdas tendrán en la sesera quienes se
dedican a montar tales cirios? Lo cierto es que a esta gente (por
llamarla de un modo educado) no le importa ni la belleza paisajística,
ni la naturaleza, ni la vida. Y sólo desean carbonizar nuestra memoria,
nuestros paisajes, que tantos años tardarán en regenerar, como nos
recordara nuestro paisano Víctor Rodríguez en la revista La Curuja a
propósito de la sierra de Gistredo. Sólo aspiran a que nuestra tierra se
convierta en un páramo o desierto negro como la antracita y la muerte.
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