Muchas gracias, Mar Iglesias, por esa preciosa
entrevista que me has obsequiado en Bierzo 7 sobre "el arte de moldear las
palabras". Una tarea harto complicada a la vez que muy estimulante, esto de moldear las palabras, al
menos para quienes sentimos las palabras como seres vivos en sí mismos, quienes
deseamos corporeizar, carnalizar, si tal puede decirse, las palabras, quienes en definitiva nos acostamos con las palabras, como nos recordara el gran Cortázar (un fenómeno de las letras), porque la
escritura, aparte de redactar de un modo correcto, que resulte inteligible, que ayude a reflexionar incluso, que emocione, lo cual ya entronca con el arte, es reinventar el
mundo a través de la palabra, que construye/crea pensamiento, habida cuenta de que el pensamiento se articula a través del lenguaje, de la palabra escrita, que se transforma en imagen poética, en poesía, esa maravilla que, cuando lo es de verdad, se vuelve vida, o al menos debería aspirar a ser vida, como pretende nuestro Premio Cervantes
Gamoneda. En el fondo, siempre estamos contando, narrando, poniendo
en orden el pasado e intentando averiguar qué ocurre en nuestro “complejo”
mundo interior, ese universo sumergido en los confines de los océanos, ese inconsciente/subconsciente que funciona como genuino narrador, al igual que ocurre con la memoria, con el recuerdo. La memoria y el olvido. Poderosas imágenes. Como leemos en 'Hiroshima, mon amour', de Marguerite Duras.
Cuenta Proust, en 'El tiempo recobrado', que “el libro verdadero lo llevamos dentro antes de escribirlo". Pero la (buena) historia no se escribe sola. Hay que ponerle talento, gancho, fuerza, ganas, tiempo, mucho tiempo (la sangre del escritor/a), mucha escritura y re-escritura, mucha corrección, mucho pulido, porque la literatura (el arte en general) se nutre de la vida pero tiene sus propias reglas y estrategias. Por eso, haber vivido mucho no significa más que eso, otra cosa es cómo lo contamos (la forma) para que eso resulte interesante, que enganche, que despierte la curiosidad de los posibles lectores y "lectrices". Lo importante es saber contar, aunque sea con gusanos en la boca, como alguno de los muertos que se nos aparecen en los cuentos de Rulfo (el genio mexicano), o bien el narrador en 'Sunset Boulevard', de Wilder, que la escritora cubana Zoé Valdés rescata en su novela 'Te di la vida entera'. Confieso que me entusiasma cómo narra Zoé, aunque hace tiempo que no le sigo los pasos literarios.
Cuenta Proust, en 'El tiempo recobrado', que “el libro verdadero lo llevamos dentro antes de escribirlo". Pero la (buena) historia no se escribe sola. Hay que ponerle talento, gancho, fuerza, ganas, tiempo, mucho tiempo (la sangre del escritor/a), mucha escritura y re-escritura, mucha corrección, mucho pulido, porque la literatura (el arte en general) se nutre de la vida pero tiene sus propias reglas y estrategias. Por eso, haber vivido mucho no significa más que eso, otra cosa es cómo lo contamos (la forma) para que eso resulte interesante, que enganche, que despierte la curiosidad de los posibles lectores y "lectrices". Lo importante es saber contar, aunque sea con gusanos en la boca, como alguno de los muertos que se nos aparecen en los cuentos de Rulfo (el genio mexicano), o bien el narrador en 'Sunset Boulevard', de Wilder, que la escritora cubana Zoé Valdés rescata en su novela 'Te di la vida entera'. Confieso que me entusiasma cómo narra Zoé, aunque hace tiempo que no le sigo los pasos literarios.
Por su parte, la escritura, al menos la llamada escritura creativa, no es concebible sin la lectura, sin una lectura activa, como bien nos dijera Umbral en su 'Mortal y rosa', otra de las obras cumbre de la narrativa española en prosa poética, que recomiendo a propios y extrañas. Una obra esencial, un diario imprescindible. Quiero destacar la importancia que tiene durante todo el proceso de escritura-reescritura contar con alguien en quien uno confíe, un analista lector o lectora, que lea-relea, opine, sugiera, abra los ojos al autor o autora sobre posibles errores, erratas, fallos en la estructura, aquello que no funcione, que esté repetido... porque cuatro ojos siempre ven mas que dos. Y, cuando uno está embebido en este proceso de construcción/creación, no logra ver con claridad tantas y tantas cosas, que se le escapan, sin duda. Por este motivo, la lectura creativa es fundamental, esa que emplea lápiz para subrayarla, integrarla, digerirla, porque hay que empaparse de lecturas, lo mismo que hay que empaparse de vida, calarse hasta los huesos con letras, y, en este mismo sentido, se me hace insustituible seguir modelos y estilos. Hay que devolver vida a la lectura, como nos dijera otro grande de las letras, Henry Miller, quien reconoce, sin pudor, que comenzó en la noble tarea de escribir intentando plagiar novelas, lo cual daría para mucha tela que cortar esto de los plagios, y sobre todo los plagios creativos, válidos por lo demás, siempre que se cite a los autores o autoras que uno vaya a afanar, ¿verdad? porque el llamado arte literario a menudo se resuelve en oficio, lo que no está nada mal, y en este oficio, como en el resto, hay una gran parte de transpiración (que las musas y los musos me pillen trabajando),
entrenamiento, trabajo, y re-escritura (ya lo había dicho). Al maestro Pereira le entusiasmaba reescribir, pulir, aplicar la economía narrativa, la precisión verbal. Por su parte, el Premio Nobel Cela (otro coloso y camaleón de la escritura, además de un plagiador, con premeditación y alevosía) confiesa haber reescrito 'La Colmena' hasta treces veces. Quizá se le fue la pinza. Cela era algo exagerado pero muy firme y constante. Un cabrón, aunque muy grande en su oficio/arte, al que tuve la fortuna de llegar a ver en una ocasión en la Vetusta clarinesca.
A uno le gusta sobre todo la escritura como viaje, como aventura narrativa, como exploración de otros mundos. Sobre esto ya he escrito alguna que otra vez, incluso en este mismo blog. Y la literatura de viaje es extraordinaria, incluso la mediocre literatura de viaje, porque ésta es la madre en esencia de toda la literatura. Uno de los retos de los escritores y escritoras es encontrar el lugar idóneo para escribir. Hay manías para todos los gustos. En realidad, uno debe escribir donde pueda y se sienta a gusto, incluso en cualquier sitio y en cualquier momento, provisto de cuaderno (ahora moleskine) y lápiz o boli, ordenador, máquina, tablet, o lo que proceda. Contaba Gabo, otro coloso de las letras (y también del cine), que lo ideal para escribir sería una isla
desierta por la mañana (en busca de silencio) y una gran ciudad por la noche (con alcohol y
amigos para conversar). Pero lo cierto es que cada cual debe encontrar su espacio adecuado al ritmo de su escritura. Al parecer, el escritor José Luis Sampedro (a quien también tuve la ocasión de ver, esta vez en San Marcos en León) llevaba siempre un bolígrafo y cuadernito de
notas que le permitían capturar y escribir ideas
repentinas… Un buen modo, sin duda, de que nada se nos escape. No en vano, era un avezado pescador de ideas. "Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario
para comprenderlos. No dejar escapar los matices, los hechos menudos, aunque
parezcan fruslerías, y sobre todo clasificarlos", nos dice el filósofo Sartre al inicio de 'La náusea'. Por su lado, Torrente Ballester (a este hombre, ya mayor, lo recuerdo en el café Moderno de Salamanca, aunque su estatua figure en el café Novelty) decía que a él le hubiera gustado en verdad ser un marino/marinero, antes que escritor, pero como era enclenque y miope pues se metió a a escritor, qué cosas. Un escritor-marino, con espíritu explorador, en todo caso, este galego afincado en la ciudad charra, con muchos hijos, y una prosa, la de la 'Saga/fuga de J.B,', que me deslumbró por lo que tiene de realismo mágico, con Castroforte del Baralla como ciudad imaginaria, una especie de Macondo galaico. “Caminante no hay camino, sino estelas en el mar”, decía otro marino, amante de la tierra de secano, y las olas trigales, un tal Antonio Machado, gran poeta, sin duda, al que recuerdo con entusiasmo por su filosófico 'Juan de Mairena' y por supuesto sus 'Campos de Castilla'. En todo caso, habría que que buscar mareas, corrientes, vientos que no hayan sido probados
aún, escribir para revelar o desvelar algunas verdades ocultas, algunos tesoros escondidos en los fondos marinos. Algo así llegó a decir el greguerístico y genial Ramón Gómez de la Serna o la Sorna. En ocasiones, en muchas ocasiones, tampoco hace falta descender a los fondos, ni marinos ni de otro tipo, basta con fijarse en un personaje, una situación, un objeto, una mirada… Y ahí que uno puede encontrar el germen de su historia. Y una vez que se tengas, es cuestión de ponerse manos a la tarea. Tampoco uno debe obsesionarse con que lo que va a escribir sea autobiográfico o no, porque "toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción", como bien nos recuerda otro magnífico escritor, el leonés Julio Llamazares, que acaba de publicar nueva novela, 'Distintas maneras de mirar el agua', que hoy mismo presentará en la feria del libro de Ponferrada. En todo caso, si es conveniente que uno conozca de antemano lo que va a escribir. O no. Cada cual tiene su librillo, como los maestrillos. En todo caso, aunque uno escriba sobre algo real o algo autobiográfico, no conviene hacerlo de un modo literal, es mejor, resulta más interesante que la realidad se transfigure o transubstancie. A decir verdad, tampoco sería posible hacer una transcripción fidedigna de la realidad, porque, entre otras razones, no existen traducciones literales de la
realidad a la escritura, ya que estamos hablando de lenguajes diferentes. Ni siquiera entre
lenguas o idiomas diferentes es posible, pues la traducción es traición, siempre. No se imagina uno 'El Quijote' traducido a otras lenguas, a pesar de ser una de las obras más y acaso mejor traducidas a otras lenguas e idiomas. Cabe recordar que el cronista más riguroso no relata, sino
que reconstruye de modo artificial: selecciona detalles, los recorta, omite,
ajusta, sintetiza, procede por elipsis. Por su parte, nuestros personajes cobrarán
realidad (literaria) en la medida en cómo los tratemos, en la manera en que les hagamos decir o
hacer, en función de la carne verbal con que los diseñemos, con independencia
de que tengan una base más real o fantástica, ficticia. Lo importante es que los construyamos de tal modo que resulten creíbles y hasta emocionantes.
Me da la impresión de que la realidad (los recuerdos, la nostalgia, las
imágenes primigenias…) sirve o puede servir como punto de partida para después trascenderla,
llevarla por los derroteros de lo fantástico. Pero para ello deberíamos mirar, sentir lo cotidiano-real como si lo
hiciéramos por primera vez, con ojos atentos, asombrados, hiper-sensibilizados,
logrando una visión no estereotipada y a ser posible “original”. Qué difícil es ser original, término por otro lado que nos remite a un origen incierto. ¿Cuál?
La mirada "singular" como algo importante, mas no sólo debemos trabajar con la vista sino con todos los sentidos, con sensorialidad y puntual detalle (fundamentales se me antojan los olores -ahí esta 'El perfume', de Süskind-,
sabores, tacto, sonido…) a la hora de escribir, que resulta estimulante hacer con un
lenguaje fluido, elocuente, que cause emoción en el lector o "lectriz", perdón, lectora. Cabe recordar que escribimos hacia fuera, para
otros y otras, para que nos lean. Asimismo, deberíamos encontrar el punto de vista narrativo
adecuado, el tono del relato, el personaje clave, un desenlace sorprendente… esto siempre, un desenlace impactante, como la vida misma, que siempre acaba en tragedia, en muerte. Qué pena. Todo lo que escribimos, además de escribirlo con nuestra propia sangre, es conveniente hacerlo por placer y con regularidad, sin
marcarnos, al menos en un inicio, grandes retos, porque la escritura es una carrera de
fondo, no obstante, no está nada mal que escribamos algo a diario, o casi, de forma que podamos ejercitarnos en la escritura y que ésta se convierta en algo habitual, que logremos un plan ordenado de trabajo -habida cuenta de que la escritura es un trabajo-, de modo que desafiemos el supuesto bloqueo ante la página en blanco. Tampoco está de más aproximarnos a los concursos literarios (aunque sepamos de antemano que lo tendremos muy complicado, pero que muy difícil, salvo que conozcamos al jurado, sobre todo si se trata de premios sustanciosos y siempre amañados), a crear nuestro propio blog (buena herramienta, a mi entender), a
escribir a diario en redes sociales como el Facebook, Twiter… (esto sirve sobre todo para relacionarse, cierto es, y poner en valor nuestros escritos). Si deseamos dedicarnos a escribir, en cuerpo y alma, debemos ser persistentes, perfeccionistas (por eso debemos corregir lo que escribimos y reescribirlo tantas cuantas veces sea necesario). Asimismo, es fundamental, estimados alumnos y alumnas, que seamos auto-disciplinados. Y si mostramos sentido del humor en lo que escribimos, mucho mejor. Las chispas humorísticas se agradecen mucho en la
escritura. Y no olvidemos que para aprender, lo que sea, hay que ser humilde y en esto de la escritura funciona muy bien que seamos buenos transmisores de sentimientos. También, para determinados tipos de escritura, será
necesario tener vena investigadora, documentalista (para eso nos apoyaremos en bibliotecas, Internet…). Como ya apunté, es imprescindible que, para escribir, seamos buenos lectores o lectoras, habida cuenta de que muchos de los grandes escritores y escritoras han sido/son autodidactas. Para finalizar este recorrido, si os parece bien, estimadas y estimados, podéis inscribiros en algún taller literario, que sin duda os obligará a escribir con pautas, con cierta técnica y rigor. Recuerda que si aspiráis a escribir, de un modo creativo, convendría que tuvierais una sensibilidad
especial (al menos para este asunto), además de gusto por el manejo de la palabra, escrita y oral, también. Y sobre todo una gran
capacidad de observación. Mucha imaginación. Una excelente memoria. Casi nada.
(aquí va la entrevista de Mar Iglesias para Bierzo 7. Muchas gracias, Mar).
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