American Beauty
se estrenó en 1999, una época de desencanto en la sociedad estadounidense, en
especial entre la juventud, que en mi opinión sigue confundiendo la
felicidad con el bienestar material. Y de eso va esta película, de la
superficialidad, de las apariencias, de la vida rutinaria, de las relaciones
familiares, de cómo encontrar lo que uno desea realmente.
American Beauty me dejó
trastocado, con la cabeza vuelta del revés, cuando la vi por primera vez, lo recuerdo,
porque a los pocos días volvía al cine para verla de nuevo. Es tal su fuerza
audiovisual, tal su garra escénica, sobresale desde mi punto de vista la banda
sonora de Thomas Newman, con su tono melancólico y por instantes dulce (uso diversos instrumentos tradicionales, entre ellos flauta y piano, además de otros exóticos como el khim), así como la dirección
artística, que te invita a reflexionar en profundidad sobre tu propia
existencia. Es como si de repente pudiéramos vernos reflejados (me refiero
a los seres humanos) en esta obra, por lo demás ganadora de varios premios
Óscar: A la mejor película; la fotografía de Deakins -que acierta a captar la
belleza superficial y la oscuridad subyacente, y fue director de foto de 1984, de Radford, a partir de la novela homónima de Orwell -; el mejor director Sam Mendes -que debuta con esta película, hasta entonces se le conocía como director teatral-;
el mejor guion original, de Ball; el mejor actor, Kevin Spacey, que compone un
personaje extraordinario, redondo, en el sentido de que sufre una
transformación, en busca de la autenticidad en su vida, sabedor de la fugacidad
de la vida.
Aunque uno no sea ni lleve la vida del
protagonista, un tipo de cuarenta y picos años llamado Lester Burnham (Kevin Spacey), que sufre una
crisis existencial y no le encuentra sentido a su monótona, estúpida e
insignificante vida (pues no le gusta su trabajo y la relación con su mujer y
con su hija es mala), cuyo mayor estímulo es una masturbación mañanera en el
baño, ay, la crisis de los cuarenta, porque después de ese instante feliz todo
va a menos, según el mismo nos relata. Podría decir, sin ánimo a
confundirme ni a confundiros, que su estructura narrativa es perfecta, en todo
caso, me hace recordar a esas novelas cuya estructura redonda, circular nos
enganchan desde el arranque hasta el final, y nos dejan casi casi al borde, sin
respiración, aunque también haya (sabiamente administrados y dosificados)
momentos de "relajo" y aun de risa/sonrisa. Me refiero, naturalmente,
a esas obras que nos están anunciando ya desde el inicio, el final, como El
túnel, de Sábato (colosal), o Crónica de una muerte anunciada, de
García Márquez (magnífica).

A modo de prólogo, la
voz en off de un chico (Ricky, encarnado por Wes Bentley), que está grabando con una cámara de vídeo a una
adolescente (Jane), nos anuncia la muerte, un asesinato: ¿Quieres que lo mate?...
Sí -responde ella-. ¿Lo harías?A continuación (a modo de segundo comienzo), y también en voz en off, mientras
sobrevolamos una urbanización, el prota, Lester, nos muestra su barrio, su
casa, a sus vecinos, a su mujer, a su hija, a la vez que se nos presenta, de un
modo salvaje, definitivo: "Aún no lo sé, pero dentro de un año habré
muerto... en cierto modo ya estoy muerto". Como para infartarse.
Asistimos, por tanto, a la narración de un muerto (al menos en vida) como
ocurre en los relatos de Juan Rulfo, y aun en su novela, Pedro Páramo.
Véase, asimismo, la película de Billy Wilder, Sunset Boulevard, cuyo
narrador es también un muerto. A partir de ahí, el espectador (al menos uno) se
queda pillado, sin pestañear, durante las dos horas que dura la peli.
Por enésima vez veo esta película, el pasado sábado en la tele, y siempre
encuentro algo que me entusiasma. Es lo que tienen las obras maestras, por más
veces que las veas, nunca te cansan, antes al contrario. Tiene todos los
ingredientes para que uno se quede boquiabierto: situaciones y diálogos
verdaderamente chistosos, al borde de un ataque de risa, cierto suspense, unos
personajes que se salen, todos ellos, sobre todo Lester, perfilado con la
textura del existencialismo y el descreimiento, todo ello aderezado con buen
humor y la aceptación de su vida insignificante de perdedor en una sociedad, la
gringa, en la que sólo parece contar lo apariencial y el materialismo sacado de
madre; su esposa Carolyn (Annette Bening, recordada también por su papel en Valmont, de Milos Forman), que está
obsesionada con mantener las apariencias de una vida perfecta, es una
histriónica insoportable (valga la redundancia); su hija Jane, que es una
rebelde sin causa, insegura, confusa (como su propio padre dice de
ella); Ángela (interpretada por Mena Suvari, conocida por sus papeles en American Pie, en la primera y en la segunda), la amiguita "ado" de Jane (Thora Birch), que es una
niñita fresa, la cual parece vivir en la nubes rosas de color rojo (motivo y símbolo de esta película, ya que representan una belleza superficial, efímera, además de que el rojo sea el símbolo de la pasión, del deseo) de una irrealidad perversa (a Lester, no obstante, lo enciende, hasta
que se da cuenta de que es sólo una niña "inocente", harto vulgar,
virgen, con muchas ínfulas); Ricky, el voyeur y excéntrico traficante
de droga, que acaba enrollándose con Jane; la madre de Ricky, que es una mujer
ausente (interpretada por la actriz Allison Janney), anulada por el castrador padre de Ricky, el rígido coronel de la
marina, Fitts (interpretado por el actor Chris Cooper), un homosexual encubierto y reprimido, para más
recochineo homófobo, con una fiereza pusilánime y grimosa, quien acaba
poniéndole gatillazo (ay, se me fue) a Lester. Ah, olvidaba mencionar a los
simpáticos vecinos de Lester, a quienes acompaña a correr por la barriada.
Creo que no importa desvelar o desentrañar la trama porque se trata de una
crónica de una muerte anunciada. El
final, al igual que el comienzo, resulta portentoso: en una sucesión de
imágenes (prodigio de montaje, también a lo largo de toda la obra) vemos
desfilar algunas de las vivencias de Lester, alternadas con acciones presentes,
contadas en planos breves e intensos. Qué lástima, cuando el prota parecía haber alcanzado ciertas dosis de
felicidad, mientras contempla una foto familiar, su vida se
esfuma. "Podría estar bastante enfadado con lo que me pasó -se
confiesa Lester- pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el
mundo... (uno de los temas que se abordan en esta peli, como el título
indica)... No tienen ni idea de lo que les estoy hablando seguro, pero no se
preocupen... algún día la tendrán". Sí, algún día la tendremos, seguro, señor Lester, porque todo el mundo desfila
de este mundo efímero y provisional, el cual merece la pena ser vivido por amor
y con amor, que engendra belleza (la contenida, por ejemplo, en una bolsa de
plástico volando con ritmo por el aire, como nos muestra, en alguna de sus
secuencias, American Beauty). Si aún no la habéis visto, no os la perdáis.