La
música como alimento espiritual y elemento básico en esta época de
convulsiones (ahora más que nunca); la música como medio de relajación y arte terapéutico a través
del cual algunos músicos, como Arto
Tunçboyaciyan, intentan comunicarnos grandes valores, entre ellos el afecto, y
aun “su sonido de la vida”.
Durante estos últimos días se ha celebrado el Día (valga la redundancia) de la música en el Matadero de la capital del Reino.
Madrid siempre vibrando. Aunque recuerdo que mi primer día de la música (21 de junio) lo viví en París hace un montón de años. En esa época no sé si en Madrid se celebraba este día con conciertos gratis en las calles de la ciudad.
En Ponferrada, aparte de la sala Tararí y el Cocodrilo, contamos con un escenario de lujo, el Bergidum, donde he tenido la ocasión de ver/escuchar a grandes músicos y bandas de música, como es el caso del turco, de origen armenio, Tunçboyaciyan, o la saharaui Mariem Hassan o los Gaiteros
de Lisboa, entre otros muchos y variados.
Hace poco actuó Iván Ferreiro, pero no estuve al quite. Bueno, la verdad -para qué engañarnos- es que no conozco casi su música.
En el Bierzo también nos hemos empapado con
buenas músicas, y eso nos ha alegrado la vida, sobre todo en este tiempo de caídas bestiales de la bolsa, primas de riesgo imposibles y todo este baile de endeudamientos hasta las cejas (si es que estamos en bancarrota), que nos meten el miedo hasta en el pote, impregnados todos y todas con su hálito, y a veces su halitosis.
Se agradece esta brisa cálida y musical, que nos sitúa en alguna costa
idílica, véase la cántabra de Castro Urdiales, fuera de ruidos y estreses. Y ahora que me ha dado por irme, aunque sea sólo virtualmente, recuerdo con cariño el concierto de los legendarios The Who en el Bec (Bilbao Exhibition Centre), que resultó extraordinario, con un sonido en directo
impecable, gracias a la energía envidiable de los “viejos mods” Roger Daltrey
(voz y líder del grupo) y Pete Townshend (guitarra), que nos hicieron vibrar -¿recuerdas, amigo Jose?- con su
música psicodélica y algunos temas de sus óperas rock, Quadrophenia
y Tommy.
También me queda buen sabor del concierto de los Gaiteros de Lisboa, a quienes ya había tenido la ocasión de escuchar en el siempre estupendo festival de Ortigueira, los cuales me devolvieron a mis orígenes acaso galaicos.
Puesto a rememorar, a Arto también tuve la ocasión de
verlo, hace ya algunos años, en el Emperador de León, cuando por este magnífico
teatro pasaron músicos de la talla de Philip Glass, Goran Bregovic, Hendningarna, entre otros muchos y buenos.
En aquella ocasión
Arto iba con la Armenian Navy Band,
que de vez en cuando escucho con pasión mientras
escribo a ritmo de sonidos étnicos. http://www.youtube.com/watch?v=EfG1lAEGgDo&feature=related (Dolkaren de Hendningarna)
Además de un hombre-espectáculo, es un
excelente percusionista y cantante, compositor de alguna banda sonora, tocador
de cacerolas, que nos mantuvo despiertos y hechizados durante dos horas.
Por
otra parte, Mariem Hassan fue un descubrimiento, una revelación, a quien nunca había escuchado, ni
siquiera su nombre, aunque uno sienta devoción por los saharauis. Enchilabada
de blanco de la cabeza a los pies, como una virgen y con voz balsámica, logró
que nos adentráramos en el desierto. Acompañada por dos guitarristas, un bajo y
una simpática bailarina-percusionista, Mariem –qué guapo nombre- nos fascinó,
como buena encantadora de serpientes, con el blues del desierto y la canción de
la Intifada. creo recordar que al amigo y músico berciano José Ángel también le entusiasmó.
Pues que prosiga la música, siempre como nutriente espiritual.
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