En breve impartiré clases sobre cultura
Iberoamericana, y en especial sobre México, ese país que me trae tantos y tan
suculentos recuerdos. Una y otra vez. Es como si siguiera enganchado a sus
tuétanos. Imposible desprenderme de sus paisajes y paisanajes. De su forma de
ser y estar. De todo aquello que viviera/sintiera en una época gobernada por un
jijo de la trompada llamado Salinas de Gortari. Y por toda esa bola de pendejos
que le hacen la corte a sus mandatarios. Chivatos, que se dice. Panzas agradecidas.
Arrastrados. Corrupción al por mayor. La
consabida mordida a todas horas. Ahorinita no, cabrón. No me chingues, viejo.
Los presidentes
mexicanos han sido dictadores constitucionales, y su poder se revela casi
absoluto, casi sagrado. México no se entiende si se omite al PRI, el partido
político que detenta todo el poder, ese bien tan preciado en este país.
México, tan rico y sabrosón para algunos y
tan mísero para muchos, que esnifan pegamento para combatir la amargura,
hacinados en chabolas, a orillas de la gran urbe, surcada de norte a sur por la
impresionante Avenida Insurgentes… Todo está hecho a lo grande en esta metrópoli,
construida sobre zona lacustre y en tierra sísmica. Hundiéndose cada día. Siempre
temblando como un álamo en medio de una contaminación atroz, sobre todo en
meses de primavera, cuando el smog se queda colgado, clavado del cielo, como un
puñal asesino, devorador. Desde el cerro del Tepeyac, donde está la milagrera
basílica de Lupita, se atisba un horizonte de nieblas y neblinas. Ensabanado cielo grisáceo, tirando a negruzco. Así se revela
esta megalópolis de milagros, una de las más grandes del mundo, acaso la más
grande, si dejamos de lado Tokio/Tokyo. “La virgen de Guadalupe es –según
Octavio Paz- uno de los pocos mitos vivos de México”.
Ciudad de México, el distrito defequense, no deja indiferente a
nadie/naide/naides. Es un monstruo, con sus hedores (Ciudad de México es una ciudad
que huele mal, decía el inglesito Ashey en uno de sus programas de Ciudades del
Pecado), y también guapina en el bosque de Chapultepec, el pintoresco
Xochimilco, con sus floridas trajineras, o barrios como Coyoacán, donde se
halla la casa-museo de Frida Kahlo y un monumento dedicado a los coyotes, que
dan nombre a esta colonia.
A peso, a peso, todo se vende a peso. Eso era
antes. Ahora, desde hace tiempo, el peso ha perdido su valor, está devaluado
con respecto al dólar y al euro, las monedas potentes. Pero este es otro cantar
de cantares de ciegos. Buñuel también rodó una espectacular película, Los olvidados,
en esta “ciudad de los palacios”, polucionada hasta decir basta, escasa de
agua, aunque paradójicamente esté construida sobre el que fuera el extenso lago
de Texcoco. Y aun rodeada por el lago de Chalco (donde este menda impartiera docencia, y Mateo Alemán, el autor de El Guzmán de Alfarache, pasara sus últimos días de existencia, o eso cuentan) y Xochimilco (que se conserva vivaz y colorido).
Algún día regresaré a su nopalito-símbolo, “al
país de la cortina de nopal”, a su maguey, a su pulque, a sus esencias. Al país del águila, con una serpiente en sus fauces,
posada en un nopal. Águila, serpiente, acaso emplumada, y nopalito como señas de identidad.
México, “castellano y morisco, rayado de
azteca”, dijo alguien. Rayado de náhuatl y de maya y de tolteca y de olmeca y de mixteco
y de zapoteco y de lacandón y de purépecha...
México, tan lejos de Dios y tan cerca de los
Estados Gringos de Norteamérica. Algo así dicen que largó Porfirio Díaz. ¿Quién se acuerda de este cuate? México, separado nomás por Río Bravo/Río Grande (depende de quien lo observe y lo nombre): un auténtico
paso infernal para espaldas mojadas, y aun para otros. Un brecha bestial, una herida sangrante (léase merito Gringo Viejo, de Fuentes), que
divide a unos y otros. “El otro lado” extraño y a la vez soñado: USA. La sombra
de un gigante que cubre y apantalla a todo un continente.
México, país lindo y querido, acaso chido y
jodido, o chingado. Me mola un chingo. Me chinga y me gusta. ¿Qué más se puede
pedir... y dar? México es para que te vaya mal (si eres un olvidado) o bien (si
formas parte de la fresería andante). En
la región más transparente, como dijera Alfonso Reyes, y después Carlos Fuentes en aquella novela
memorable. No nací en México, pero viví en este país de contrastes a toda madre, durante una
temporada, qué se le va a hacer. Han transcurrido muchos años ya desde que
morara allí, allá. No obstante, me siguen asaltando los recuerdos. La vida/muerte. El deseo rozándose con el Thánatos. La muerte exhibida. Los
ataúdes en las aceras de Chalco. El culto a la pelona en Tepito, en Mixquic
(sobrecogedor). País tragicómico al que le va la farra, a todas margaritas.
Todos como arañas panteoneras subidos a las bardas de lo insólito. País
surrealista, adonde todo es posible, al cual fueron a parar tipos como Artaud
(en busca de una energía especial, que encontró en los Tarahumara), Breton,
Buñuel (que hizo, además de Los olvidados, algunas de su mejores películas en
esta tierra: El ángel exterminador, Nazarín,
Simón del desierto, entre otras muchas)…
Se vive de un modo más intenso en México
durante unos años que cien años de soledad en el Bierzo. Al menos para un
gachupín ávido de sensaciones, capaz de sumergirse en los cenotes sagrados de la hiperrealidad. Aunque
decir esto así parezca una boutade, una salida de tono o de madre. Quizá no sea
ésta una ocurrencia de última hora, sino algo que siento, algo que viví. Vivir,
siempre hacia adelante, mirando hacia atrás, es inevitable. O al menos eso
parece.
Para entender el México contemporáneo habría
que regresar a la historia de Nueva España. La historia moderna de México está
marcada por el fracaso de sus guerras de Independencia. En el fondo, este país nunca ha
logrado instaurar una democracia que ofrezca soluciones reales a sus inmensos problemas,
entre ellos la desigualdad brutal entre ricos y pobres, el narcotráfico, la
violencia a punta de pistola, la inseguridad ciudadana, sobre todo en el Distrito
Federal, Tijuana, Ciudad Juárez… porque su historia –por desgracia- está infestada
de caudillos, canónigos quema-herejes e izquierdosos con vocación de carceleros. Para más inri, en la actualidad proliferan los sicarios y bandas organizadas que te pueden
calzar en menos que roedor se trinca a una camada de conejitas.
Me ha ilusionado recibir noticias de Erika,
una chamaca que conociera en el reino francés de la moutarde, de la mostaza,
"oh seah", y a quien luego tuve la ocasión de ver en el DF, Distrito
Federal, Ciudad de México, que se abre como un mar de luces en la noche oscura
de las almas... purgadas. Aterrizar en Benito Juárez es todo un orgasmo visual.
A uno le entran como espasmos cuando el avión está sobrevolando la inmensidad
de esta urbe, y de repente parece que fuera a estrellarse contra las azoteas de
las casas. El aeropuerto está engullido literalmente por esta ciudad de
dimensiones colosales, la que fuera metrópoli de los aztecas, Tenochtitlán, la
capital del imperio colonial de la Nueva España, situada en el valle de Anáhuac, a unos 2.200 metros sobre el nivel del mar, lo que a un turista, poco o nada habituado a
las altiplanicies, le acaba produciendo mal de altura.
Me alegra, digo, que Erikita me haya escrito
un mail desde las Alemanias, donde vive ahora, desde hace algún tiempo. Europa
está muerta. Europa ha muerto, cantaba Jorge Ilegal. Conozco Europa, me decía
un cuate mexica, y no es nada comparable a nuestro Mexiquito… acá se puede vivir
mucho mejor que en Europa... ya, en México todo es posible... hasta se pueden
comprar títulos... no me diga, señor lisensiado...
ay, licenciado... no me cotorree, güey... que le digo que sí... pues vaya... En
México el que tranza avanza... en México y en el resto del orbe... Joder, acabo
de entrar en una verborrea que me está carcomiendo pero lo que quería era hablaros
de México/Méjico, para unos el ombligo de la luna, qué guay, para otros, el
ombligo del maguey, la cuenca lacustre, en todo caso, que tanto impresionara en
tiempos a los descubridores (en realidad, México ya estaba bien descubierto, no
chingues, manito). Así nos lo cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España. México, la Venecia indígena, espejismo y ensueño. Ciudad de los tres ombligos o lagos, ciudad del hedor torcido, ciudad del tianguis.
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