Como el aullido de un lobo en el invierno de la vida, corre el Selmo, veloz y desprendido, por los montes de Oencia, como si quisiera llegar el primero al destino, aunque para ello tuviera que arrasar con lo que se va encontrando en su camino, en su curso, como si en verdad tuviera prisa por alcanzar alguna “presa”, antes de que otro río se la quite de entre sus colmillos y sus garras.
De tan rápido, el Selmo parece desbordarse, desdoblado a fuer de vigoroso. Es tal su fuerza, el poder de su canto, que resulta sobrecogedor, en ese su afán por ganar la contienda, al precio que sea, con tal de llevarse el ansiado botín.
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