A este ritmo también uno acabará abandonando el psicoanálisis y sus derivados psicagógicos –es un decir- por el diván musical, en concreto por el jazz, como hiciera el director de cine Woody Allen. De este modo, sería posible relajarse a pata suelta en el sofá de los trombones, las trompetas y los saxos. Tal como hace el cineasta neoyorkino, harto ya de tratamientos y análisis retrospectivos, introspectivos, y otros, cansado al fin de sufrir torturas en procesos verborréicos y terapias llevadas a cabo por personajes históricos y aun otros no recogidos en las últimas revisiones psicopatológicas, que entroncan con lo puramente kafkiano. Como hemos visto en sus pelis, que por otro lado están impregnadas y tocadas con el sonido del jazz.
El asunto es que durante los próximos días se celebrará en Ponferrada el VI Festival de Jazz, con la presencia de grupos como los portugueses Gio Yáñez Ibertet o los bercianos Jazz... Ta!! Cuarteto y Juanita Banana. El broche de despedida lo pondrán los castellano-leoneses El caracol andador.
A la banda Juanita Banana he podido verla en varias ocasiones. Su bajista Farah es "vieja" amiga porque fue estudiante de cine en la Escuela de Ponferrada. Y a Yolanda Arias, su cantante, la he visto y escuchado en concierto en la Sala Tararí. Hoy mismo da comienzo este festival en el patio del Castillo de los Templarios. Buena ocasión para pasar un rato agradable.
Siempre que hablo de jazz, me viene a la mente Woody Allen, quien, después de tanto sufrimiento moral, decidió cambiar a su psicoanalista de turno por el clarinete. Y creo que con este cambio ha ganado en salud. Que todo sea por sentirse bien y en forma. Incluso se ha convertido en un buen instrumentista. Y ahora, desde hace años, se divierte tocando el clarinete en compañía de su banda. Creo que últimamente actúa en el hotel Carlyle de Nueva York.
La primera vez que tuve la ocasión de verlo/escucharlo fue un lunes corriente, allá por el mes de julio de 1995, en el Michael's Pub de Nueva York, en la Avenue 55 E, 211 Building.
Quien se sienta angustiado y con las neuronas a flor de piel debería acudir, al menos, una vez por semana a una sesión de jazz. Y dejarse de cuentos y terapias absurdas, que a nada bueno deben conducir. Siento largar que hay mucho impostor y edematoso entre el gremio psicoterapéutico. Pero vayamos al meollo jazzístico, que es lo interesante. El jazz como nutriente espiritual. Música que conmueve e invita a sumergirse en los trópicos de la alegría y el jolgorio.
Confieso, una vez más, mi debilidad por la música y reconozco que es tal vez el arte más sublime, por encima del resto, aunque esto no deje de ser una opinión. Un auténtico arte cuando esta música es de Duke Ellington, Coltrane, Chano Domínguez, Roy Palmer, entre otros.
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