Recupero este texto, de hace algún tiempo, aunque reelaborado.
Sospecho que a los gatos bercianos no se les trata como se merecen tales criaturas. Esta es mi impresión. Ya sé que de todo hay en la viña del Señor, como suele decirse de un modo castizo, religioso, catolicón, y que algunos gatos viven cual reyes en el palacio del bienestar y el confort. Pero estos animales, que según refrán popular tienen hasta siete vidas, no disfrutan ni de una sola vida como dios manda. Pobres felinos.
En tiempos los gatos eran animales bien considerados porque se zampaban los ratones de las casas. Eran útiles y laboriosos, orgullo de las casas. Entonces había muchos ratones en los desvanes y en las bodegas de las casas. Ahora, que al parecer vivimos sin ratones, ya no necesitamos gatos que nos echen un diente. Son un lujo que no se permite el personal. “Tener un gato es como tener un adorno encima del mueble-bar del comedor. Están todo el santo día ronroneando la sopa boba. No tienen olfato ni para entrarle a los ratones”, se le oye decir a alguna gente. Y se les apedrea y despelleja en cuanto se pasan de la raya, o les da por salir a la calle a tomarse un respiro. Hay que andar con ojo avizor si no quieres que te hagan la vida del gato, esto es, que te metan las barbas a remojo, te emponzoñen la sangre y acabes estopando o estoupando como una castaña a fuego de carbón.
Hace años asistí con angustia a la desaparición de un gatín, un siamés precioso. Lo busqué con insistencia. Lo esperé con devoción. Pero nada. No apareció. Confieso que le tenía un gran cariño. Era un gato noble, amoroso y juguetón, al que le gustaba subirse a mis libros para recostarse en ellos. Se echaba grandes siestas al amor/calor de los libros. Y parecía dormido con un sueño sin fin. Un día salió de casa y nunca más se le vio el pelo. No dejó ni rastro. Es evidente que alguien tuvo que cargárselo. Se debió descuidar, era muy confiado, lo pillaron a “geito”, a la trampa, y le cayó el garrotazo encima. Me llevé un calentón y se me bajaron los alientos. Me dio mucha pena. Un animal también tiene derecho a la buena vida.
Hace años también me di una vuelta por el Monasterio de Yuso, en La Rioja, y se me alegró el ánimo al enterarme de que los gatos han sido casi casi los protectores de nuestra cultura libresca. El Monasterio de Yuso, en San Millán de La Cogolla, es la cuna de las primeras letras en castellano, y los gatos se encargaron de salvaguardar en buen estado los libracos que hay en este monasterio, en unas hornacinas o nichos de madera. Libros éstos con pesos superiores a los cuarenta kilos. Incluso hay un ejemplar que llega a los cien kilos.
Los monjes, dicho sea a vuelapluma, debían pasarlas putas para manejar estos tochos. Gracias a los gatos, que se colaban de rondón por una gatera hecha ex profeso, estos libros no fueron roídos, devorados por los ratones. Algo así me contó un guía que peinaba greña engominada en cabeza calvorota. Uno de estos guías que te cuentan la historia como si te estuvieran leyendo o rezando el catecismo con voz monocorde. ¿Qué hubiera sido de nuestros libros sin estos guardianes de las letras? A decir verdad, no vi un solo gato por aquellos pagos.
Esto de viajar enriquece, engorda el espíritu gatuno que uno llevaba en las venas. Y este viaje a La Rioja me supo a gloria monacal y a cuba de roble con sabor a coco, vainilla y pan tostado.
Los gatos, aparte de animales de místicas pupilas, divinos, son seres letrados, instruidos, cultivados. Baudelaire, que tenía alma de gato y era amante de cuerpos eléctricos, se le ocurrió hacer versos a los gatos: “amigos de la ciencia, del deleite gustosos,/el silencio y el vértigo de las tinieblas buscan”.
Esto de viajar enriquece, engorda el espíritu gatuno que uno llevaba en las venas. Y este viaje a La Rioja me supo a gloria monacal y a cuba de roble con sabor a coco, vainilla y pan tostado.
Los gatos, aparte de animales de místicas pupilas, divinos, son seres letrados, instruidos, cultivados. Baudelaire, que tenía alma de gato y era amante de cuerpos eléctricos, se le ocurrió hacer versos a los gatos: “amigos de la ciencia, del deleite gustosos,/el silencio y el vértigo de las tinieblas buscan”.
Baudelaire, en Las flores del mal, les dedica varios poemas a estas amables bestias. Los gatos son, pues, los intelectuales del reino animal, si exceptuamos a Hans, el caballo calculador o matemático, que era un bicho muy listo. Ya sabéis, cuidad de vuestros gatos, y de los del vecino, como si estuvierais velando por vuestras entendederas y nuestros ancestros culturales.
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