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domingo, 22 de marzo de 2020

Aveiro en canal



Bajo una luz primaveral y acariciadora, se abre Aveiro en canal, o en canales, en su corporeidad vital y multicolor, en sinfonía sensorial, en polifónico espíritu.


Aveiro luce espléndida con sus canoas, esas trajineras que navegan por las arterias de un espacio que bombea sangre y alma, que irriga una realidad ensoñada. Que tal vez me devuelve a Xochimilco, en tierras aztecas.
Mientras, las palomas corretean en busca de migajas y libertad. El sueño de la libertad, el vuelo sosegado de una belleza sentida.



Siento la visita de Aveiro como si fuera la primera vez, aunque esta, rememoro, sea mi segundo viaje a esta ciudad tocada por la varita mágica de lo vibrante, con el sano estremecimiento de lo eterno y el exotismo de lo palmeral.


Bajo un prisma de irrealidad que palpita y envuelve.


A menos de cien kilómetros de Oporto, Aveiro es un sueño real, la Venecia portuguesa, aunque me late submarina como una una cidade holandesa, acaso danesa, siempre universal y sanadora. 

Un brindis por la belleza, que engendra una dulce sensación de mapa de los afectos. 
Volveré, aunque aun no me haya ido. 
Esa es al menos mi intención.

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