En otros tiempos el personal veraneaba, eso sí, quien podía, porque eso se lo permitían las señoritas y señoritos llegados a más... directos a las costas de Benidorm o así.
Ahora el paisanaje, incluso aquel que está agarrado por la pechera hipotecaria, turistea o vacaciona en cuanto luce el sol de verano. Qué tiempos aquellos, cuando el verano parecía una estación interminable, y los chavalines nos divertíamos jugando al escondite en pajares dorados de amores casi imposibles, o bien disfrutábamos eschuchando a ACDC, Led Zeppelin o Deep Purple bajo un firmamento tachonado de estrellas en las Eras de Llamamillas. Qué placer, la infancia, y qué difícil la adolescencia. Pero volvamos a nuestro presente hecho de/con amor y sueño, fiesta y música, porque entre fiestas, festivales y músicas varias y variadas andamos en este Bierzo juliano que atiza el rostro y calienta las bielas, verano que invita a viajar y atrae como poderoso imán a aquellas personas que viven en otros lugares (aunque una gran parte de procedencia berciana). El Bierzo cambia su semblante en cuanto asoman unas rayadinas de sol. La verdad es que le está pegando. Entonces, las paisanas y paisanos se vuelven alegres, sensuales y atrevidos, y no hay pueblo sin romería, ni fiesta en la que no haya una buena comida campestre, a ritmo de jota, o lo que se tercie, que puestos al dance no hay quien se resista a brincar y aun rebrincar. Siempre me ha sorprendido el rostro de fiesta que se le pone al Bierzo en verano. Incluso diría que el “vrano” berciano es como esos veranos breves pero intensos y amorosos que hemos visto y sentido incluso en los Países Bajos (qué vaya calorcito que hacía, no ha mucho, en Amsterdam y en Volendam). Veranos breves pero sustanciosos como los que nos enseñó Bergman en Un verano con Mónica o en Fresas salvajes.
El verano en el Bierzo, como en el norte de Europa, es la vida en todo su esplendor. Como lo es en Suecia, sobre todo en este país, donde la luminosidad, salvo en verano, brilla por su ausencia. Lástima que una gran parte del año también nosotros vivamos en letargo, como los osos que hibernan en sus guaridas, para luego en verano bajar en busca de colmenas en la Sierra de Gistredo (que algún día debería convertirse en reserva o parque natural).
De repente comienzan las fiestas y festivales acá y allá, y uno casi no sabe con qué quedarse, porque a partir de ahora la fiesta está asegurada en todos los pueblos del Bierzo, incluso en los que ya no vive ni un alma, que son varios, cada vez más, a resultas del envejecimiento y la despoblación. Noches templarias, festival de jazz, Fiestizaje, Festival del Mirador de la Reina, fiestas en Cubillos, fiestas por doquier.
Con tanto sarao y verbena uno acaba enfiestado y engolfado, y así no hay quien a agachar el “llombo” y meterle mano a la faena diaria. Si a ello sumamos el próximo Festival de Ortigueira, que aunque gallego me toca el alma, el panorama se me hace/hase músico-balsámico. “Mejor de boda, que de entierro”, dicen los paisanos, y qué razón tienen, porque mientras haya fiesta que nos quiten lo bailao. A seguir dándole, que diría mi amigo Abel (a quien no veo desde hace años, cuando aún vivía en el País de Gales).
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