"Antes da mirada, a paixaxe era só un territorio", leo en un libro cuyo título es Eloxio da distancia, como el documental de Felipe Vega y Llamazares. Un libro, escrito en galego, en el que figuran interesantes reflexiones y miradas de los autores de este singular y hermoso documental, cuyas fotos corresponden a Cecilia Orueta, la compañera de Julio Llamazares, y que Bolaño conserva como un tesoro en el Cantábrico, su restaurante. Bolaño –en realidad José Lombardía Pereira, según me cuenta su hijo Adrián- es uno de los personajes que aparecen en Elogio de la distancia, en concreto en la estación de otoño porque este documental está estructurado según las estaciones, como la película Amarcord de Fellini. “Ser es una película –aclara Bolaño con humor-, pero llámanlo documental para no pagar a los actores”. En cualquier caso, Bolaño confiesa que se divirtió mucho rodando de la mano de Felipe y Julio, hablando con Yuma sobre su afición común: las setas, y jugando con el hijo de Llamazares y Cecilia Orueta. "Un aguilucho", dice Bolaño de este niño con mucha simpatía. En cambio, Adrián asegura que no quiso aparecer en el documental porque tenía que madrugar mucho para rodar, y eso no le gusta nada. Adrián es, por lo demás, un rapaz despierto y amable, que atiende a los visitantes con generosidad, incluso los invita -al menos a este menda y a su amiga- a unos cafés y chupitos. Nos cuenta, asimismo, varias anécdotas, entre ellas, que su padre, Bolaño, toma este nombre de la casa donde nació/se crió. "Mi padre tenía que escaparse de las labores diarias si quería ir a la escuela", sentencia. Le pregunto por Atilano, así como por su hijo Cándido, y nos cuenta que viven a las afueras de A Fonsagrada urbe, aunque en el concello, Palmean, creo recordar.
"Atilano -confiesa Adrián- se conserva en alcohol... son muchísimos los litros que ha bebido en su vida, tal vez más de 5000". "Atilanarse", sugería Llamazares que se incorporara, supongo que en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, como término y sinónimo de embriagarse.
El Cantábrico (en tiempos escuela y bien conocido por el restaurante Bolaño) es un buen sitio para reponer energía al amor de una cazuela de caldo y un vino (un decir) o cualquier otro manjar, postre incluido, por ejemplo una tarta de A Fonsagrada, que está deliciosa. Ya se sabe que Galicia es el paraíso de la gastronomía, y aquí se come bien y abundante.
Volveré sobre este territorio mítico, alejado de casi todo, aunque cercano a Grandas de Salime y San Antolín de Ibias (la tierra que naciera a la abuela materna del escritor berciano César Gavela), en las Asturies matria querida de mis amores. Espectacular el embalse de Grandas, que por instantes -sublimes, tal vez- me traslada a los paisajes canadienses.
A Pénjamo (qué nombre tan lírico y lejano) 5, supongo que kilómetros, según reza en un cartel. ¡Y uno que siempre había creído que Pénjamo era un limbo o algo así! Pues nada de eso, existe este lugar en el mundo... Continuará... Y existe incluso en México/Méjico, qué curioso, en el Estado de Guanajuato. Confieso mi ignorancia al respecto hasta hace bien poco, y ello a pesar de haber tenido el privilegio de estar en Guanajuato, no una sino un par de veces en el afamado Festival Cervantino, adonde por cierto puede ver/escuchar a Michael Nyman en concierto. Pero este es otro cantar, que daría para alguna que otra tonada, corrido o quebradita.
Sigo repasando algunas notas tomadas a propósito de Eloxio da distancia, el libro que me presta Adrián para hojear/ojear (no sé si será fácil conseguirlo en alguna librería) y me encuentro con pasajes como: "Eloxio da distancia é a película dun escritor e o libro dun cineasta ou mellor: é a película dun viaxero que escribe e o libro dun cineasta que viaxa". Qué bonito. "O cine é viaxar e as películas deberían propoñer viaxes". Algo que me resulta muy acertado. La propia vida, no sólo el cine, es un viaje, acaso hacia alguna nada. Pero mientras sigamos disfrutando del viaje, en medio de algún bosque encantado de San Martín de Suarna, la matria del "padre" Ramón R. Mondelo, ya bajo el chorro hipnótico y arrullador de la cascada de Seimeira, que me devuelve a mi espacio primigenio, la catarata de La Gualta, en Noceda del Bierzo.
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