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miércoles, 21 de septiembre de 2022

Tenerife, con sabor hispanoamericano y africano

Si uno viaja a Tenerife no puede perderse el Teide, que, por lo demás, puede contemplarse en días despejados como un coloso (en llamas no, por fortuna) desde diversos puntos o zonas de la isla. Lástima que, como ya apuntara en anterior entrada de este blog, la panza de burro o los cielos nubosos, tan característicos en verano, no permiten por lo general una gran visibilidad. 

Teide

Cuenta el periodista y escritor tinerfeño Juan Cruz que Tenerife es todas las estaciones a la vez. Y aunque sólo permanecí unos días en esta isla, tuve la impresión de vivir o revivir la primavera, el verano, el otoño y hasta el invierno. "Tenerife tiende hacia la melancolía", apunta Juan Cruz. 

Aunque estuve recorriendo la isla casi casi desde que puse los pies en la misma, ahora me doy cuenta (bueno, eso ya lo sabía desde un inicio) que hubiera necesitado mucho más tiempo para poder adentrarme en sus esencias. Y eso me procura cierta añoranza. Pude visitar sobre todo el norte, con sus playas de arena negra, que llaman poderosamente la atención, sus paisajes con chumberas, palmeras, plataneras y coloridos flamboyanes, sus barrancos sobrecogedores como el de Masca así como el espectacular macizo de Anaga. Si bien me acerqué al sur, a la costa de Adeje, este fue un viaje relámpago. 

parque del Teide

En todo caso, no quise perderme el Teide, esa gran mole que es símbolo de la isla. El propio Juan Cruz, que es oriundo y por ende buen conocedor de esta isla canaria, dice que, cuando uno se acerca al entorno, a las cañadas o planicies del Teide, "lo ideal sería retratar el aire, pero el viajero a lo sumo puede fotografiar el tiempo". 

Qué hermoso: retratar el aire y fotografiar el tiempo. Congelar, detener el tiempo, que en el fondo es una pretensión literaria. Retratar el aire en esta región caliginosa, que de repente se vuelve del color del azul desvaído. O tal que así. 

"La gente viene a fotografiar el tiempo, que es la quietud, y lo sublime sería fotografiar el aire", escribe Juan Cruz. Una experiencia cuasi mística sería eso de fotografiar el aire del Teide, ese aire que me lleva inevitablemente a Luvina, de Rulfo, cuento donde este mago de la palabra mejicano plasma con maestría el viento, hasta el punto de convertirlo en un auténtico protagonista. 

"De aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes", escribe el autor de Pedro Páramo, que logró fotografiar las ruinas, la soledad, el silencio, los horizontes infinitos... la muerte, en definitiva. 

La Orotava

Estando en las cañadas del Teide uno siente que se ha adentrado en África y a la vez en algún desierto de América, cuyos roquedos o peñascos me devuelven a una película por la que siento devoción como es París, Texas, de Wenders, protagonizada por la maravillosa actriz Nastassja Kinski, que luce en estado de gloria, y el músico y actor Harry Dean Stanton, que al inicio de la película se nos muestra como un caminante amnésico. 

Me permito la licencia de incluir estas entradas en color azul, que escribiera, a modo de diario en mi muro de Facebook, durante mi estancia en Tenerife. Al final el Facebook puede servir, llegado el caso, como un diario de a bordo. 

22 de julio

Este paisaje, que tanto me hace recordar a Tataouine o bien a Ouarzazate, resulta siempre sobrecogedor, inquietante, enigmático.

Hay algo en este tipo de paisajes que me religa con lo espiritual. No en vano, el Teide se eleva como una catedral de los volcanes, como tan bien señalara el escritor Julio Llamazares. 

De un modo inevitable, me asaltan las imágenes iniciales de París, Texas, con un viajero que no habla, ni recuerda, solo deambula a través del desierto. Y por supuesto me llegan los ecos ultratúmbicos de Pedro Páramo de Rulfo.

El paisaje africano me envuelve. Y me devuelve como a otra dimensión espacio temporal.

En este caso, el paisaje se me antoja comestible, acaso con el sabor de un rancho canario.

Los Gigantes

Después de la visita al parque nacional del Teide uno se queda como desinflado. Conviene reponerse, reponer fuerzas, pues es como si hubiera dejado algo de mí en este lugar tan especial. El descenso desde tanta altura (la cumbre está a casi 4.000 metros desde el nivel del mar) da vértigo. Un recorrido no apto para quienes sufran de mareos. La nubes cubren cielo y tierra. Como un caminante sobre un mar de nubes. El Puerto de la Cruz me espera con una sonrisa tropical. 

Puerto de la Cruz

Continúo con mi periplo por la isla, en esta ocasión por los Gigantes, esa verticalidad rocosa que también procura vértigo, esa muralla del diablo, de origen volcánico, como la llamaran los guanches. No olvidemos que Tenerife es una isla volcán. 

Recuerdo con agrado tomarme unos boquerones en un pequeño restaurante regentado por una chica belga en la población de los Gigantes. Y luego un mojito, tal vez para celebrar mis reencuentro con mis gilantes. La charla con ella me resultó interesante porque me hizo reflexionar acerca de lo que quiere uno de verdad. Y ella se dio cuenta de que no le gustaba vivir en Bélgica y prefirió poner tierra y agua de por medio para montar su negocio en Tenerife. 

Entorno de Masca

Desde estos acantilados gigantescos podría treparse uno, por un barranco, hasta Masca, que es un caserío, una aldea hasta hace no tanto tiempo remota, entre las montañas del macizo de Teno, a la cual puede llegarse ahora por una carretera retorcida, que parece conducirte al abismo, donde se abre todo un mundo de sueños y fantasías.  

Masca atrae de un modo irresistible al viajero/turista, que de repente se siente como en un espacio familiar y a la vez sorprendente, una mezcla entre un paisaje africano y aun otro que podría asemejarse, con su luz surreal, como un sueño o una alucinación del noroeste español, por ejemplo los Picos de Europa. Quizá esta impresión sea excesiva e imprecisa pero es lo que percibiera este viajero/turista en su paranoia crítica, acaso daliniana. 

Masca

Masca podría ser una aldea bereber en mitad del Atlas y a la vez un pueblecito de los confines de la provincia leonesa o el principado astur, incluso de la Cantabria montañosa. 

25 de julio

Una belleza natural del oeste tinerfeño son los Gigantes, unos acantilados que resultan impactantes nada más que se aproxima uno a ellos. Soñaba incluso despierto cuando era un niño con gigantes, mis gilantes. Como si me elevara en vuelo. Los Gigantes de esta isla me han devuelto a la infancia, acaso a una matria y/o patria verdadera, cuando aún conservamos las ilusiones intactas. 

Costa salvaje

Lástima que la panza de burra o de burro sea un hecho en Tenerife por esta época, en la que no ha lucido el sol ni un solo día. Curioso.

Antes de viajar a Tenerife, no me imaginaba que fuera una isla tan montañosa. Y, a medida que la recorría, me di cuenta de su magnitud, de sus macizos, como el parque natural de Anaga.


Un viaje inolvidable, que cala hondo por su belleza boscosa, también por su zona de viñas. Y hacia el final se muestran vistas vertiginosas a la costa... al Roque de las bodegas. El vértigo de lo sublime. Como ocurre en el síndrome de Stendhal, el que experimentara el escritor francés en la ciudad-museo al aire libre de Florencia, en concreto en su visita a la basílica de la Santa Croce. Me llamó la atención el blanco reluciente de la aldea de Taganana en medio del verdor, como un poblado de otro tiempo.

25 de julio

Otro lugar que merece una visita es el macizo de Anaga, en el noreste de esta isla volcánica, que es como una enorme pirámide, la que corona el gigantesco pico Teide, el cual puede verse desde casi toda la isla en días despejados. Lástima que las nubes, la panza de burro, lo impidan. Bueno, hoy podía intuirse la silueta del Teide incluso desde Puerto de la Cruz.

Hacia la costa salvaje

Boscoso en una de sus partes, con su laurisilva subtropical tocada por la humedad de los vientos alisios, el macizo de Anaga, que es asimismo Reserva de la Biosfera, también nos muestra esa ladera vitivinícola de Taganana. Y la belleza de su costa casi salvaje.

Quizá esperaba más de la capital, de Santa Cruz de Tenerife. Es probable que la hubiera idealizado. No sé. Llegué a estar hasta en dos ocasiones en la misma.


Y no logré que me fascinara, aunque reconozco que, como cualquier sitio, tiene su encanto. Es sólo cuestión de saber mirar y ver. En todo caso, viajar es sentir, viajar es percibir y sentir. Y en ocasiones uno no se conmueve, no siente sacudidas ante determinados lugares ni personas.

Auditorio de Santa Cruz
Lo del amor a primera vista, aun siendo un tópico, tiene su validez. Existen sitios, también personas, que ya en una impresión despiertan nuestra curiosidad, nuestro interés, tal vez porque nos procuran buenas vibraciones, en cambio con otras no ocurre lo mismo. En esta ciudad noté como demasiado bochorno, excesiva calima, algo de sofoco. Quizá debería visitarla con su Carnaval. Con su vida festiva. 

26 de julio

Considerada capital mundial del Carnaval, con casa del Carnaval incluida, no podía faltar la visita a Santa Cruz de Tenerife, que en una primera impresión no resulta muy atractiva al visitante, aunque, cuando uno se adentra en la misma, comienza a descubrir rincones y lugares que sí le llaman la atención, como el mercado de África o bien el auditorio diseñado por Calatrava, a orillas del mar, que al viajero le recuerda, por momentos, a una cobra al acecho. Qué cosas se le vienen a la mente al viajero.

La plaza España, el lago artificial y la comercial calle Castillo, además del puente de los leones, que no se llama así, pero me hace recordar a la ciudad de León, son espacios por los que el viandante puede darse un paseíto.

Ciudad africana, así se revela en cierta medida esta capital chicharrera.

Santa Cruz de Tenerife, con sus tranvías, me hizo viajar al pasado. En este caso, la ilusión también viajó en tranvía. 

 26 de julio

Enclavada en el macizo de Teno, en el poniente isleño de Tenerife, se halla la hasta no hace tantos años remota aldea de Masca, cuya visión se me antoja puro espejismo. Otro destino para guardar en la memoria afectiva.

Masca mira, desde su elevada altitud, hacia el océano Atlántico, a los impresionantes acantilados conocidos como los Gigantes.

Después de visitar la ciudad de La Laguna, entiendo por qué Tenerife tiene ese aire hispanoamericano. En realidad, sería al revés. Las ciudades hispanoamericanas han imitado el estilo colonial de esta ciudad canaria.

La Laguna
Un sitio que sí procura buenas vibraciones, al menos a este viajero/turista, que se sintió a gusto durante su recorrido por las calles de esta ciudad universitaria. Incluso puede saborear un zumo o juguito exquisito. Su casco histórico, que es patrimonio mundial, resulta realmente atractivo, con sus casas señoriales y palacios coloridos. Como la casa del corregidor, entre otros. 

 27 de julio

 La universitaria ciudad de La Laguna o San Cristóbal de La Laguna como ejemplo de ciudad colonial, con su color, su arquitectura y su trazado en forma de tablero de ajedrez, que tanto recuerda a algunas ciudades hispanoamericanas.

Exotismo lagunero

No en vano, en Hispanoamérica se tomó como referencia a la hora de construir allí ciudades, imitando pues ese estilo de La Laguna, que es Patrimonio de la Humanidad.

La Laguna, con su mercado y sus casas señoriales y sus balcones. Un lugar tranquilo para pasear con placer.

La Orotava, que queda a unos pocos kilómetros del Puerto de la Cruz, es un sitio realmente interesante para visitar. Su casco histórico es precioso. 

La Orotava
Con sus molinos, donde se elabora el gofio, y sus casas solariegas, con sus característicos balcones, los cuales son todo un emblema. No en vano, ahí puede visitarse la Casa museo de los balcones. Con todo esa vegetación exuberante y ese colorido que le procuran un aire de fantasía, de cuento poblado por seres amables, dispuestos a ofrecerle al visitante lo mejor de sí mismos. La Orotova procura muy buenas vibras, o eso experimentó el viajero/turista. Creo que hasta sería un sitio estupendo para vivir. También por su proximidad con el Puerto de la Cruz, que, a pesar de ser una población harto turística, me cameló, con su antiguo barrio de pescadores, conocido como La Ranilla, y su playa Jardín de arena negra. 
La Ranilla, Puerto de la Cruz

Cabe recordar que en Puerto de la Cruz estuvo y escribió algunas obras la misteriosa Agatha Christie. Como El misterio del tren azul. Al parecer, a esta famosa dama británica le molestaba la bruma tinerfeña que descendía de la montaña al mediodía y que convertía lo que había sido una espléndida mañana en un día completamente gris, la panza de burro, o sea, de la que ya he hablado.

 27 de julio 

Otro lugar con encanto, cercano a Puerto de la Cruz, es la villa de la Orotava, con cierto parecido a La Laguna y todo ese exotismo hispanoamericano, que la han convertido en Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.

Chiquita y coqueta, la Orotava cuenta asimismo con una biblioteca preciosa. Como para quedarse allí estudiando toda la historia y la cultura que entrañan estas tierras isleñas, guanches.

Garachicho

Casi me olvidaba de Garachico, curioso nombre, que en el siglo XVI fuera el puerto más importante de la isla, que recibiera barcos provenientes no sólo de Europa sino también de África y América. 

En la actualidad es un sitio donde se respira tranquilidad, con sus características piscinas naturales, sus iglesias y conventos, su castillo y su roque, además de ese rincón de los poetas, donde figura el busto del poeta Alberti, que me cautivó. 

Alberti en Garachico

 29 de julio 

 La experiencia tinerfeña ha llegado a su fin. Todo llega a su fin, desgraciadamente. Me gustó la experiencia, el viaje, y poder conocer un poquito la isla. Ahora quedan los recuerdos, las vivencias. La vida es lo que se recuerda. Y acaso lo que se olvida. La vida es también un presente, un aquí y un ahora, que debemos disfrutar, si es posible, en cada instante.

Con una última mirada a ese coloso llamado Teide, lo que me procura cierta melancolía. 

Drago 

No sé si Tenerife tenderá hacia la melancolía, de lo que sí estoy seguro es de que este turista o viajero ha sentido saudade al abandonar la isla, incluso al dejar Puerto de la Cruz, con esa última mirada al Teide y recuerdo presente del drago centenario o milenario de Icod de los Vinos.  

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