Me ilusiona haber podido escribir este prólogo para mi amiga María José Prieto (Marisé), que es sin duda una mujer entrañable, a la que le envío todo mi afecto, sobre todo ahora que acaba de perder a su madre. Le agradezco mucho que escribiera el epílogo de mi libro Desde las entrañas. https://www.ileon.com/cultura/075459/maria-jose-prieto-es-mejor-reir-que-llorar-y-creer-por-otra-parte-en-un-futuro-esperanzador
Conozco a María José Prieto Vázquez desde hace tiempo. Y he tenido el gusto de leer algunos de sus libros. Con lo cual se me antoja todo un placer leer y aun releer este manuscrito que tengo entre manos, titulado Luces y sombras del mundo rural, que espero pronto pueda ver la luz, como nosotros también podamos verla al final del túnel, a resultas de este tinglado vírico en el que nos hemos metido (o mejor dicho, nos han metido, algo sobre lo que no ahondaré ahora, pues el tema que nos ocupa es otro).
En todo caso, quiero
subrayar que María José (Marisé) es una excelente persona. Y por supuesto una
magnífica profesional de las letras y la enseñanza, que a menudo suelen ir de
la mano. Pues ella ha ejercido durante años como Catedrática de Lengua y
Literatura española en diversos institutos y centros de la geografía española,
lo que, a mi entender, también le ha dado un gran bagaje cultural, bagaje que
sabe plasmar con maestría en cada de las obras que escribe.
Se trata por tanto de una persona íntegra, con una estupenda formación (es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación) y un extraordinario currículum, avalado no sólo por sus sustanciosos libros, entre ellos Había una vez un instituto, además del que aquí nos ocupa, sino por su actividad pictórica. Es una buena pintora. Imágenes y palabras se complementan.
Luces y sombras en el mundo rural son estampas literarias acerca de un modo de vida, el rural, que ha ido desapareciendo a lo largo de estos últimos años, porque la ruralidad ya no es ni la sombra de lo que fuera.
Por eso, tiene gran
valor que su autora, a través de costumbres y tradiciones, cuentos y leyendas,
con la lengua leonesa (el llionés)
como urdimbre, nos deje constancia por escrito de esta forma de vida, tan
peculiar de finales del siglo XIX y principios del XX, con sus luces y sus
sombras, habida cuenta de que la tan cantada vida rural, la vida pastoril, no
es tan maravillosa como pudiera creerse a primera vista.
Por una parte, estaría
la solidaridad, la solidaridad de los pueblos, como diría la poeta nicaragüense
Gioconda Belli en el plano de las luces. Y por otra estarían las rivalidades y
enfrentamientos entre vecinos, debidos a una falta de respeto, tal vez por un
exceso de confianza, propias de sociedades cerradas, tribales, condicionadas
asimismo por la religión.
Y de ello nos da buena
cuenta Marisé, que una vez más acierta de pleno a la hora de adentrarse y
adentrarnos en una zona familiar, como es la ribera del Órbigo y sus pueblos
aledaños, en la provincia de León, que ella conoce tan bien porque allí están
sus orígenes.
Se trata de una novela
basada en hechos reales, que su autora recuerda, o bien le han contado nuestros
mayores, entre ellos su padre, que es un hombre sabio y centenario (ya se sabe,
de tal palo tal astilla).Aparte de estas fuentes orales de información, su
creadora las ha complementado con fuentes bibliográficas y notas a pie de
página, que nos ayudan a comprender toda aquella terminología, esa lengua que
ella emplea para construir los diálogos entre personajes, y así darles aún, si
cabe, una mayor verosimilitud.
Estampas contadas con
la técnica del contrapunto, es decir que ocurren a la vez en distintos pueblos
de la provincia de León, mostrándonos a los personajes (personajes de carne y
hueso), si bien transfigurados, a sabiendas de que están novelados, con su
característica forma de hablar, de ser y actuar, en ocasiones tan primaria e
instintiva, siempre en función de su contexto, de su hábitat, y por supuesto en
función de su educación. Qué importante es la educación, la cultura en los
seres humanos. Y de eso Marisé sabe mucho, que se ha dedicado a lo largo de su
vida a la enseñanza, incluso a la enseñanza de la escritura creativa.
Historias de calumnia,
de falsedad y apariencias, de brujería, de emigración a América (Méjico, Buenos
Aires), de la morriña del terruño, de machismo, de clasismo, de la codicia de
las herencias, de la mezquindad (que en esencia reflejan la condición humana
universal), o bien leyendas como la del lago de Carucedo y de las Médulas
(ambas en el Bierzo), o la de San Froilán y el lobo, y aun otras que se sitúan entre la leyenda y
la historia como la del Caballero Don Suero de Quiñones. Tal vez por eso se
torna verdad aquella frase, atribuida a Tolstoi, de que “quien conoce su aldea, conoce el universo”,
convirtiéndose este libro en universal al relatarnos Marisé cuentos con los que
nos sentimos identificados como humanos, no sólo en el ámbito rural sino en el
urbano. Y aun en los tiempos que corren.
Canciones, bailes al
son de la pandereta o de la flauta y el tamboril, bodas (la tradición del rastro y la cuelga), carnavales (los antruejos), filandones, labores varias, entre ellas las facenderas… paisajes, gastronomía… aparecen en sus páginas, de
forma que este volumen bien podría servirnos como un interesante documento
etnográfico, antropológico, que nos enseña cómo se vivía, cómo se sentía otrora
en los pueblos.
Mi enhorabuena, Marisé, por trasladarnos a una época que nos ayuda a entender quiénes somos y quizá hacia donde caminamos.
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