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domingo, 30 de agosto de 2020

Del Silencio a Casariego

El viaje continúa por tierras astures. Del Silencio a Casariego, que es como decir de la playa del Silencio, próxima a la población de Cudillero a Tapia de Casariego, donde estuviera asimismo el pasado año, sin Covid, por fortuna.

Playa del Silencio

Y es que a uno le gusta volver a aquellos sitios en los que fue feliz, o bien se sintió a gustín. 

Nunca ve uno, por fortuna, el mismo lugar con los mismos ojos. Ni nunca se baña uno en el mismo río. Porque todo permanece y a la vez todo cambia. Incluso uno mismo cambia, aunque en esencia sea el mismo de ayer, hoy y mañana. El mismo en su interior (ni siquiera, porque la procesión va por dentro), pero distinto en su apariencia física, que los años no perdonan. Y el ser humano, como máquina cuasi perfecta que es, se va deteriorando. Vaya obviedad que acabo de soltar. Bueno, a veces lo obvio es lo más difícil de explicar (incluso de entender, aunque nos hagamos los listines, en realidad, uno dejó de tomarse en serio hace mucho tiempo, y a veces me digo que soy un burrín, conviene reírse de uno mismo, que la vida, aunque vaya en serio, no deja de ser una farsa que debemos tomarnos como comedia.

Monumento al marinero

O algo tal que así). Es lo que tiene viajar, que nos permite reflexionar, sacarle punta al lapicero. Viajando uno se distrae, se entretiene y además se instruye. Sólo hace falta abrir bien las entendederas. Dejarse fluir. Fluir por las veredas y los ríos y los mares que en el mundo son. Y la costa astur occidental nos permite acercarnos, una vez más, a la belleza, al mar bravío. A esas olas que nos arrullan con el salvaje afecto de las mareas atrevidas. Me entusiasma la costa, el mar, los acantilados, las playas recónditas. Me encanta la vida, que es un genuino viaje, en todo caso hacia otra dimensión, desconocida, hacia una dimensión espiritual. Eso quiero creer. Aunque nuestro cuerpo, nuestra corporeidad sea mortal, ojalá también rosa, como aquel verso de Salinas que inventara el infinito. Y retomara Umbral, el coloso de las letras, el Henry Miller español, en su sobrecogedor libro-diario a la muerte de su hijo Pincho por leucemia.
Puerto de Tapia

El viaje acaba siendo un pretexto, un motivo para conocerse más y mejor a uno mismo. Y de paso visitar lugares desconocidos. A veces familiares. 

La playa del Silencio, virginal y paradisíaca, resulta exótica para contemplarla desde la distancia. Y acogedora para acurrucarse en sus aguas. 

Y Tapia de Casariego, con su puerto, con su faro, y aun con su estatua al marinero en la plaza del mar, es un espacio agradable para retirarse del mundanal ruido, aunque en esta ocasión esté atestada de turistas y peregrinos, que acaso buscaran la salvación, al menos el alejamiento del virus, porque en un sitio tan bello como Tapia (estoy como una tapia, decía un paisano y vecino) no pueden existir virus, sólo armonía y paz celestiales.

Tapia goza de playas hermosas. Y de un camping maravilloso, en el que alojarse puede uno con todo lujo de servicios. Y encima baratito. Qué no está la situación como para andar derrochando la guita. 

Y si uno desea degustar una buena comida recomiendo el mesón restaurante El Puerto, un lugar concurrido y popular, donde se come de rechupete. Los cachopos rellenos de cecina están de muerte. Pero también la fabada, cualquier plato. Con una sidrina, la felicidad está servida.  La terrenalidad vuelve a hacer acto de presencia en el viajero, a quien nada de lo humano le es ajeno. 


El viajero también recuerda un lugar que visitara hace años conocido como Palermo, en el que en tiempos servían un atole riquísimo. El atole es una bebida de origen prehispánico típica de México, que uno tomaba con devoción durante su etapa en el país azteca.

Lástima que en esta ocasión no busque el Palermo para saborear un exquisito atole. En una próxima ocasión. Porque Tapia de Casariego ya forma parte de mis mapas afectivos. 

1 comentario:

  1. Tapia de Casariego, otro pueblo bonito de la costa astur como tantos otros tan hermosos. Te lo has montado muy bien, Manuel, de viajero por esos lares tan familiares disfrutando de sus parajes, costas y gastronomía tan variada y abundante con los pucheros y perolas que te ponen encima de la mesa para que te sientas como de la familia. No dejes de seguir disfrutando que sería un pecado. Un abrazo y cuídate.

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