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miércoles, 1 de julio de 2020

En Babia

Estar en Babia es expresión que se usa a menudo para señalar que uno está en la inopia, en el limbo, en algún lugar no lugar, en una dimensión acaso desconocida. 

Estar en Babia es como decir estar en Las Batuecas, que es lugar exótico en medio del secarral charro. Vergel divino cercano a la medieval La Alberca (perteneciente en el siglo XIII a la corona leonesa). Pero esto merecería otra entrada. 
Babia y Las Batuecas son lugares recogidos, entre otros, por el escritor Julio Llamazares en su Atlas de la España imaginaria. 
"Babia, la lejana y bellísima comarca leonesa que baña el río Luna y preside la solemne Peña Ubiña desde su soledad geológica y lejana, ofrecía aún en aquel tiempo múltiples alicientes para la actividad y el ejercicio cinegéticos y, como todavía ahora, óptimas condiciones para el entrenamiento y la cría de caballos (Babieca, por ejemplo, era, según la leyenda, originario de sus montañas) y no es extraño que los reyes leoneses, que allí tenían entonces sus picaderos reales —cabe pensar sin duda que en el sentido más amplio de la palabra— prodigasen sus visitas a la zona y alargasen en ella con frecuencia sus estancias, dando origen de ese modo a una expresión que, contra la opinión vulgar, no alude en modo alguno a un estado de inopia o de ignorancia, sino, por el contrario, al humano deseo de los reyes leoneses de permanecer alejados de las luchas e intrigas cortesanas", escribe Llamazares en su libro En Babia.

Son varias las hipótesis o teorías que se barajan acerca de esta expresión: Estar en Babia. 
Que si los reyes leoneses que se ausentaban en este idílico lugar, apartado del mundanal ruido. Que si la trashumancia. Y la morriña y el ensimismamiento de los pastores que se iban durante meses a Extremadura. 
En cualquier caso, Babia existe en el mapa, y también en el mapa de los afectos. Y es un espacio, una comarca con mucho encanto verde, con sus lagunas y sus elevadas montañas calizas, que me hacen recordar las dolomitas. 
Las Ubiñas
Como un sueño impresionista se alzan las ubiñas, con esa Peña Ubiña mirador al mundo, a toda Babia y aun a la Asturias verde de montes y negra de minerales. 
La subida desde San Emiliano al puerto Ventana, que delimita Babia del Principado, es todo un chute de adrenalina. Tanto a un lado como al otro del puerto las estampas paisajísticas son auténticos cuadros pictóricos poblados por rebaños de vacas y unos mastines que parecen dormir una siesta eterna. Me ha fascinado visitar Babia el pasado fin de semana, adentrarme en sus entrañas, lo que me ha devuelto a mi mocedad y aquellos viajes desde mi útero a Oviedo atravesando esta tierra donde campan a sus anchas los caballosCaballerosidad de brañas y aldeas que invitan al sosiego. Como Truébano, donde veranean tan ricamente los amigos Jose y Ludi. 
O Villasicino, con su atractiva ermita o sus casas solariegas o de indianos. Resulta magnífico tomarse algo en el prao-terraza del bar del pueblo. 
El hostal Collada de Aralla, enclavado en la Reserva de la Biosfera Omaña-Luna, en el Parque natural Babia-Luna, es un sitio excelente para pernoctar. Y degustar unas torrijas con café de puchero, entre otros nutrientes. 
Desde este hostal rural, situado a más de 1300 metros sobre el nivel del mar, las vistas son estupendas. Al fondo se intuye el embalse de Luna. 
El puerto de Aralla es buen punto de partida para recorrer Luna, Babia y aun el valle de Arbás (hace un tiempo recorría y escribía sobre Casares de Arbás y el restaurante el Embrujo, en Poladura de Tercia, donde merece la pena tomarse un respiro al amor de una sidrina). 
Vistas desde Branillín
Desde Aralla -haciendo parada técnica y oficial en el Ezequiel de Villamanín- me hace ilusión acercarme a Busdongo (vamos a parar en Busdongo, recuerdo que se decía en aquel tren en el que viajaba en tiempos de juventud a la ciudad vetustense, Busdongo es la matria del empresario Amancio Ortega y el profesor y escritor Suárez-Roca). La ruta continúa por Arbás del Puerto-Alto Pajares-Brañillín. Y desde ahí la aldea de Pajares está al ladito. A estas alturas, León y Asturias se tocan por todos los costados. 
Desde aldea de Pajares
Un paseo por la aldea de Pajares, cuyas vistas serraniles se me antojan puro hechizo, me hace topar, por azar, con una placa en la que se menciona al filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal (así se llama también el colegio público de Bembibre). Allí se halla la casa paterna, donde el ilustre folclorista veraneaba en su infancia. 
Cuenta don Ramón que en la aldea de Pajares se formó física y espiritualmente, despertándose sus aficiones intelectuales. 
Casa paterna de Menéndez Pidal en Pajares
"Aquellos prados eran mi libertad, las huertas, el edén paradisíaco", escribió el autor de Dialecto leonés, una obra de obligada lectura para quienes sentimos la llamada de la palabra.
http://www.fundacionramonmenendezpidal.org/wp-content/uploads/2018/07/ELDialectoLeones.pdf
Estar en Babia es no sólo una frase hecha y un lugar real (además de un espacio legendario como la Comala de Rulfo, el Macondo de Gabo o Región de Benet) sino un estado de arrobamiento que nos permite seguir contemplando el mundo con ojos de asombro. 

2 comentarios:

  1. ¡Qué preciosa narración viajera! Los paisajes de Luna de Babia, de Arbás... se prestan para ello. Las palabras del texto nos hacen abrir los ojos y ensanchar el espíritu, especialmente a los que conocemos esos lugares. Lugares mágicos, como bien dices, como la Comala de Rulfo, pero andando por ahí no hay que olvidar tampoco la Celama de Luis Mateo Díez. Me identifico contigo en lo de las paradas del tren en Busdongo cuando íbamos y veníamos a estudiar a Oviedo, paradas a veces muy largaaaaas, en medio de la nieve. Espero poder hacer pronto otra excursión por esos lugares. Y quizá lea un situ algún fragmento de este sugerente texto. Me presta mucho leer textos referidos a un lugar cuando estoy en él.

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  2. Has hecho una descripción de encantamiento, Manuel, que es lo que se merece Babia. Ese lugar y comarca tan bonito que parece de ensueño o de otro planeta con esas rocas, pueblos, valles y praderas llenas de vacas, caballos (en otros tiempos de ovejas y cabras), árboles, plantas e hierbas con multitud de colores destellantes formando un arcoiris en medio de ese edén. Cada vez que lo visito me es difícil tener que marcharme, es como quisiera llevamelo conmigo para seguirla disfrutando, y, tengo que resignarme solamente al recuerdo. Bien sabían elegir los reyes leoneses para recrearse y disfrutar en éste lugar.

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