Cada vez que paso al lado de la librería Zorrilla de Ponferrada siento como
alegría y nostalgia a la vez. Me alegra saber que se mantiene en pie, aunque la
vista exterior de la casa colindante no ofrezca mucha confianza.
Aunque hace
muchos años que no entro en esta librería, tengo por costumbre pararme delante
de su escaparate, cuando me dejo caer por donde está ubicada. No da la
impresión de que venda muchos libros, aunque puede que siga vendiendo libros de texto.
Su aspecto actual, en cualquier caso, es más
el de una papelería que el de una librería.
La
librería Zorrilla fue mi librería de infancia. Y la infancia, si nos fiamos del
poeta Rilke, es la única patria verdadera. La infancia es la tierra que te
arrastra de un lado a otro a lo largo de tu vida, con sus buenos y malos
recuerdos. La infancia, aunque algunos no lo quieran reconocer, es algo que
marca al individuo de por vida.
La
librería Zorrilla fue como mi patria libresca de infancia. Recuerdo que era en
esta librería donde solía comprar los libros de texto que nos encomendara
nuestro maestro. Aquel señor franquista y despótico de cuyo nombre prefiero no
acordarme. La mayoría de los escolares dejaban que el maestro se hiciera cargo
de los libros. Pero uno, que siempre ha sido o ha querido ser un espíritu
libre, prefería comprar los libros en la legendaria librería Zorrilla. No debía
agradarle mucho al maestro que fuera por libre. También había algunos pupilos
que compraban los libros de texto en la ya desaparecida librería Campano de
Bembibre, hace años reconvertida en cafetería, La Corona. Hay anécdotas
graciosas al respecto, en las cuales no entraré ahora.
La Sierra de Gistredo (nuestro Everest) al fondo
Ahora, cada vez que me da por
acercarme a la antigua librería Zorrilla, me entran como unas ganas enormes de
subir al Everest.
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