El pasado mes de mayo fallecía en París (donde se había exiliado con su mujer Lélia Wanick a finales de los sesenta) el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, que se convirtió en el maestro de la fotografía en blanco y negro, un artesano o artista que dibuja, escribe y reescribe con la luz (en la fotografía la luz es la esencia), el cual nos ha legado una obra extraordinaria, el fotoperiodismo convertido en arte. "La fotografía: la munición de los movimientos sociales de la época", según el propio Salgado, que logró captar la belleza así como el sufrimiento humano en el planeta Tierra.
Acabo de ver La sal de la tierra (2014), un documental premiado en los festivales de Cannes y San Sebastián, cuyos realizadores son Juliano Ribeiro Salgado (el hijo de Sebastião Salgado) y el cineasta alemán Wim Wenders (que también es un magnífico fotógrafo y por cuya obra, tanto documentalista como de ficción, siento devoción).
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Me he quedado impresionado después de ver este documental, porque sus imágenes hablan por sí mismas, con una fuerza inaudita, salvaje, como esas iniciales en que vemos a una masa desesperada: los buscadores de oro de Serra Pelada, imágenes que nos dejan hipnotizados y a la vez nos invitan a reflexionar acerca de la condición humana.
La sal de la tierra son las personas, se dice en este revelador trabajo fílmico, aunque también se nos dice que la historia de la Humanidad es una historia de guerras, de barbarie. Y ser humano es un animal violento. A Sebastião Salgado, que recibió en 1998 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y fue miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia, podríamos calificarlo como un viajero incansable que recorrió el planeta para darnos fe del horror, de las hambrunas, de las guerras, de la migración, de la explotación del ser humano... Un artista, un fotógrafo humanista, que retrató como nadie la realidad de los oprimidos, los marginados, los desfavorecidos de la tierra, porque él mismo reconoció que retratar a los más vulnerables no fue una elección personal, sino un puro reflejo de su origen. “Soy una persona del Tercer Mundo. Conozco África como las líneas de mi mano porque hace solo 150 millones de años África y América eran el mismo continente”.
La sal de la tierra nos muestra al protagonista Salgado explicando, de un modo sobrecogedor, qué significado tienen sus imágenes, algunas de las cuales nos asoman al lado más oscuro del ser humano, ¡el horror! ¡El horror! (como leemos en El corazón de las tinieblas de Conrad) en conflictos del Congo, Angola, la antigua Yugoslavia, el Sahel o el genocidio de Ruanda. Un mundo terrible, donde reina la barbarie, la crueldad humana. No obstante, La sal de la tierra también nos muestra la bella y potente relación de Salgado con su mujer Lélia y el proyecto Instituto Terra, que permitió repoblar la selva amazónica perdida (la selva de la Mata Atlántica) de la hacienda familiar de Salgado. Y su otro proyecto fotográfico titulado Génesis es una maravillosa crónica de los paraísos o lugares del mundo que se conservan en estado prístino, con su población nativa, desde una tribu en el Amazonas hasta una isla en el Polo Norte cuyos habitantes conviven con las focas y los osos polares.
“La naturaleza le permitió a Salgado no perder la fe en la humanidad”, dijo Wenders.
La sal de la tierra es un documento imprescindible para conocer más y mejor la obra y la vida de este gran artista, Salgado, y concienciarnos acerca del mundo en que vivimos, para adentrarnos en los subsuelos de la condición humana (en el horror) y descubrir y/o redescubrir asimismo la belleza del planeta Tierra.
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