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jueves, 10 de octubre de 2024

La Madre Tierra, por Asun Merayo

     (Curso de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)

 

La Tierra continúa girando. Los seres humanos, anclados en ella, también. Y en ese girar continuo, los campesinos dedican su vida a cultivar productos, que han servido, desde hace miles de años, para alimentarnos al resto de la Humanidad.

El rol de los campesinos siempre ha estado presente a lo largo de todas las culturas y civilizaciones. Por ello resulta raro que a este colectivo se le tenga en tan poca estima, incluso en las sociedades democráticas.

Es una pena que los futuros dirigentes políticos solamente se acuerden de ellos a la hora de solicitar el voto y, después, como dice el refrán: “si te he visto, no me acuerdo”. En esta tierra, de donde todo nace y a donde todos regresamos, se aprecian poco los intereses de este segmento poblacional tan necesario.

En Europa hemos asistido a numerosas tractoradas de agricultores reclamando peticiones que eviten la desaparición de este colectivo, que intenta sobrevivir a las políticas nunca bien explicadas y, finalmente, mal comprendidas. 

A nuestros agricultores se les exigen unas normas dirigidas al aumento de la calidad de los productos agrícolas, sin embargo, el control de su cumplimiento no es exigido con tanto rigor a los productos de otros territorios no europeos. 


La competencia legal siempre es positiva, pero cuando el control de las fronteras se relaja, aparecen intereses bastardos, y se produce la “ley del embudo”. Siempre existen,  en aras de unos hipotéticos menores precios al consumidor, una relajación de los controles sobre las prácticas desleales, que aparentan dirigirse a intereses económicos y no al aumento de calidad, única razón por la que fueron dictadas unas estrictas normas para los agricultores europeos.

Deberíamos obligar a los europarlamentarios a que definan con claridad una óptima ley sobre la cadena alimentaria, para evitar así las perjudiciales prácticas desleales. De esa forma podríamos conseguir que los costos en origen fuesen más competitivos; alguna decisión conveniente más sería un doble etiquetado, donde se visibilizase el precio abonado en origen y el precio final que tendrá que pagar el consumidor.

También deberíamos tener presente que si nos falla la agricultura, por falta de personas que se dediquen a ella, no sólo escasearán los productos que el ser humano cultiva desde hace miles de años, sino que la vida peligrará tal como la conocemos.

En El principito se dice que: «en su planeta, como en todos los demás, existen hierbas buenas y malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de las semillas malas, hierbas malas». Y esto lo saben bien, desde siempre, los agricultores. «El sentido de las cosas no está en las cosas mismas, sino en nuestra actitud hacia ellas», podemos leer asimismo en la obra de Saint-Exupéry.

No podemos estar en contra de los productos, vengan de donde vengan, sino ejercer un control sobre todos y cada uno de éstos.

En esta Madre Tierra -Pachamama, según los Incas-, en la todos los habitantes deseamos conseguir mejoras en las condiciones de vida, ambientales y de salud, no valen subterfugios que rocen los intereses políticos, favoreciendo prácticas que no son acordes con las obligaciones exigidas para nuestros agricultores y que, por tanto, favorecen a élites que sólo contemplan intereses económicos, de modo que dejamos  al margen las consignas acordadas para mejorar la salud y el medio ambiente, que unos sí cumplen, pero que otros, en cambio, no lo hacen.

Empaticemos con aquellos agricultores que se están manifestando para recordar la importancia que, desde siempre, tienen éstos. A partir de sus conocimientos, de su experiencia, todos deseamos seguir subsistiendo con una agricultura racional que a su vez no dañe el medio ambiente que nos rodea.

Valga este humilde homenaje a los agricultores de la Madre Tierra, a través de los cuales la evolución de la especie humana ha llegado a tan alto nivel de desarrollo, procurando que las corruptelas humanas sean las menos posibles.

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