Rescato esta foto del baúl de los recuerdos y, al verla de nuevo, siento sacudidas emocionales porque es una imagen de la infancia, la única patria verdadera, como nos dijera el poeta Rilke, en la que estoy en brazos de Toño Arias Crespo, vecino del útero de Gistredo, que recientemente nos ha dicho adiós para siempre. Con Toño Arias Crespo, vecino de Noceda del Bierzo. Un recuerdo maravilloso. Me da ternura verme ahí en la foto, tan pequeñín.
En realidad, no sabía que Toño estuviera enfermo. Y su fallecimiento, una vez más, me pilló por sorpresa. La muerte, en todo caso, siempre (casi siempre) nos pilla por sorpresa. Es lo que tiene la vida, el reverso de la muerte. Eros y Tánatos forman parte de una misma realidad. Ojalá el Eros triunfará sobre el Tánatos pero me temo que no es así porque al final, más tarde o temprano (es cuestión de tiempo) acaba por imponerse, guadaña en mano, la muerte, la más cruel de las certezas.
La imagen se me antoja entrañable. Y me hace reflexionar acerca del paso inexorable del tiempo (imposible detenerlo, congelarlo), acerca de la vida y la muerte.
Qué breve y efímera es la vida. Un día eres un rapacín y al día siguiente te despiertas y ya eres un rapazón. Por decirlo de un modo amable. Descansa en paz, querido Toño. |
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