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viernes, 4 de octubre de 2013

El Fúmbol/Fútbol

 Habida cuenta de que el fúmbol/fútbol despierta pasiones desbocadas entre la población, vaya aquí este texto, que recupero del baúl apolillado, para darle nueva vida. Lo escribí hace algún tiempo, como podréis comprobar por algunos datos, pero me sigue pareciendo de rabiosa actualidad, ¿se dice así?


Retomo este blog después de unos días ausente, lo que se agradece, porque entre escribir y viajar no sabría con qué quedarme. Mejor dicho, uno debe viajar para poder escribir, que no todo va a ser inventiva y fabulación. 

A decir verdad, me gusta contar lo que veo, siento, toco... Escribir con los cinco sentidos, incluso con la extrasensorialidad propia de quien experimenta una suerte de desdoblamiento o viaje astral por algún universo curvado, bañado con la fluidez vital y roja del ser. Debo confesar -a la Virgen de la Purísima- que me perdí el "fúmbol" del Mundial Sudafricano -no todo, claro, aún hay más-, mientras paseaba por calles impregnadas de maría y arenque, puro lirismo montado en bicicleta. 

El "fúmbol"/fútbol me entusiasmaba cuando era un guajín, y hasta aspiraba en algún momento de la historia de la infamia (en aquel tiempo aún no sabía de la infamia humana/animal) a convertirme en Rojo Primero. Entonces, era devoto del Atletic de Bilbao. Quién sabe por qué. Transcurridos los años infantiles, coleccionando cromos y muchos álbumes de jugadores -lo que me ayudó a leer de carretilla y carrerilla- se me pasó la fiebre futbolera, me entraron otras fiebres, y ya... No obstante, seguí, durante décadas, viendo los partidos de los Mundiales como con reverencia. Y en realidad aún no se me ha pasado la fiebre mundialera, si bien ya no veo puntualmente cada partido. Como antaño. Como aquel Mundial que ganara la France, cuya exhibición bajo la Torre Eiffel, en el mítico Campo de Marte, fue apoteósica, como si talmente hubiera ganado la tercera guerra mundial. 

El tiempo apremia. Hay cosas que hacer. Y cuando se viaja, no se puede estar al plato y a las tajadas. En un avión difícilmente puedes ver la televisión, salvo que el comandante te informe del resultado: España 1-Portugal 0. Qué notición. 

Lo que nunca me ha gustado nada son esos domingos muertos, hechos a base de fútbol de liga, que a uno lo acaban enterrando vivo.

Sobre todo en el Bierzo Alto, cuando llega la temporada de invierno, no hay muchos entretenimientos en los que ejercitar el espíritu. Llega el domingo y hala, aquí me las den todas en la misma rabadilla, que el mundo se expanda y se corra, al rojo, quizá. Qué más da. No tardando mucho todo se irá al carajo. Esto te lo dijo una pitonisa, aunque tú, que eres un descreidín, no acabas de encajarlo. Entre otras cosas, porque ni los futurólogos ni las adivinas te ofrecen confianza. No obstante, la mosca la tienes detrás de la oreja. 

El domingo o día del Señor (la señora que se joda y friegue los platos, diría el machín de turno), te tirarás a la bartola, que para eso estuviste currelando como un borrico durante toda la semana. Sólo faltaría que, el día más y mejor señalado de la semana, tuvieras que trabajar. Necesitas reposo. Estás abatido. A espatarrarse se ha dicho. Para eso eres el rey de la casa. A chulo y machote pocos te ganan. Eso es seguro. Además, aún sigues siendo el rey, aunque no tengas trono ni reina ni nadie que te comprenda, como en la canción aquella de Chentín Fernández, el mejicanito. Entonces, la recuerdas con cariño y te entra una morriña que ni pa'qué…

Te tumbas en el butacón de la sala de estar -no se te vaya a ocurrir despertarme, le sueltas a tu paisana, que anda atareada limpiando el polvo de la casa-, ensayas la postura del muerto, la más cómoda posible, claro está, y te quedas traspuesto delante de la caja imbécil, cada día más vomitiva, sobre todo si se te aparece la "pantasma" de Belén Esteban, el maripuri Jorge Javier o cualquier friki catódico y "apostódico", son tantos... 


 No le prestas la más mínima atención al televisor. Pero el ruido de fondo te sirve para conciliar el sueño. Una siestina te sienta como dios. Tu siesta es más sagrada que el vermut al salir de misa. Tú también vas a misa de doce como buen feligrés. Eso te dices para consolarte. En el fondo, no eres tú, es tu doble. O tu inconsciencia. En realidad, la misa la utilizas como pretexto, para rellenar espacios muertos. Hay que matar el tiempo como sea. Te aburres como un cangrejo. Pero tampoco haces nada por salir del hastío en que te sumerges cada domingo.

Con legañas en los ojos, y amodorrado, te introduces el auricular en el oído tonto, ya lo tienes amaestrado. No puedes perderte los chillidos que meten los radiofonistas futboleros. La verdad es que son unos gritones. No se cansan de vocear goles, a veces inexistentes. Pero deben hacerse notar. Ese es su trabajo. Para eso les pagan. Tampoco paran de soltar fraseologías propias de un sacerdote en trance. Parecen misacantanos, los muy jodidos. No abandonas la iglesia ni cuando estás en casa, piensas en voz alta. Qué vida más chunga.


Los radiofonistas de marras son capaces de embaucar y embabucar a propios y extraños desde su púlpito catedralicio, o sea, desde la radio. Tú te dejas hacer. Bueno, consientes el engaño. Una farsa dominguera que vives y sigues con entusiasta fervor. Acabas por creerte tu propia fábula.


Así te las gastas tú un domingo cualquiera este país de las maravillas. Venga, todos al trapo fumbolero o funambulero. Y que la Roja, nuestra furia, vaya al estrellato, zampándose primero a Paraguay este sábado y luego al que se tercie. A ver si la Roja, que te quiero roja, me devuelve, de una vez, la confianza en el fútbol, como cuando era un rapacín. La copa es vuestra. Pero tú no eres él, o sea, uno mismo. Vaya lío.

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