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domingo, 23 de noviembre de 2025

El viaje de mi padre, de Julio Llamazares

Sólo el título, El viaje de mi padre, ya resulta entrañable, porque Julio Llamazares es un hombre entrañable, que escribe con sus entrañas (algo que uno echa en falta en tantos escritores y escritoras, que lo hacen de un modo artificial, en ocasiones retorcido). Dime cómo escribes y te diré quien eres. Y alguien como Julio, capaz de escribir obras sublimes como La lluvia amarilla https://cuenya.blogspot.com/2009/07/llamazares-y-la-lluvia-amarilla.html o Escenas de cine mudo https://cuenya.blogspot.com/2010/07/escenas-de-cine-mudo-de-llamazares.html, entre otras, puede contarnos con maestría, y por supuesto con verdad y belleza, una historia conmovedora como ésta acerca de las andanzas de su padre Nemesio y un amigo de su padre, Saturnino, durante la Guerra Incivil española. 

"Saturnino Díez Tascón, maestro de Aviados, una aldea cercana a La Vecilla y a La Mata de la Bérbula, el pueblo de mi familia paterna y donde yo estaba entonces de vacaciones, era, en efecto, el amigo del que mi padre tanto me habló, su compañero de profesión y de estudios antes de acceder a ella y, en la guerra, su inseparable cómplice", escribe Julio Llamazares. 

"Mi padre apenas viajó. Solamente, ya jubilado, en una ocasión a Cuba para visitar a una hija que hacía allí una especialización médica y algo, muy poco, dentro de España. Pero con dieciocho años hizo por obligación un viaje que le llevó a cruzar la península ibérica de extremo a extremo y que le marcaría por siempre, pues fue para ir a la guerra, de la que volvió milagrosamente, ya que le tocó participar en algunas de las peores batallas de la contienda civil española: la de Teruel y la de Levante, con un punto de inflexión en la sierra de Espadán, en la provincia de Castellón, donde a punto estuvo de perder la vida (...)", cuenta Llamazares en el preámbulo de su libro, escrito con una prosa sencilla (en apariencia sencilla), que es como creo que se debería escribir (como hace asimismo Delibes), una escritura que es pura poesía (no en vano él es poeta), esa que brota como un manantial de las profundidades del alma humana, una escritura que es rítmica, que nos lleva de la mano por donde él camina, "la espina dorsal de la península ibérica", siguiendo las huellas de su padre durante la Guerra Incivil, haciendo un viaje similar al que pudo haber realizado su padre, incluso en los mismos meses del año, eso sí, ochenta y pico años después, de modo que el autor de esta obra trata de meterse en la piel de su padre, un ejercicio realmente de empatía, amoroso, y es que el padre (bien lo sé) ejerce, incluso sin estar ya físicamente, como un faro, un guía, alguien que siempre estará presente en la vida mientras uno tenga dos gotas de sangre y la memoria para recordar. 

Lástima que, cuando su padre le contaba aquellas historias, reconoce su hijo, "no le hacía mucho caso (recuerdo, sí, escucharle hablar del frío de Calamocha y del descubrimiento del mar en el puerto de Castellón, un mar que tanto Saturnino, su compañero radiotelegrafista, como él veían por primera vez a casi mil kilómetros de su provincia) y ahora me arrepiento de ello, pues me gustaría saber más detalles de aquel viaje bélico, algo que ya no es posible", porque su padre -escribe Julio- "murió pronto (con setenta y seis años, en 1996) y sus recuerdos quedaron en ese limbo de la memoria en el que se desvanecen las vidas de los que nos precedieron y a los que no escuchamos cuando estaban vivos". 

Sí, también creo que, una vez que ha muerto nuestro ser querido (nuestros seres queridos), es cuando somos conscientes de su verdadera valía, de su memoria, de habernos parado más y mejor a escucharlos. "Luego nos arrepentimos de ello y, como yo ahora, tratamos de reconstruir sus pequeñas historias con los retazos de lo que se quedó en el aire y aún alcanzamos a recordar. Por desgracia, éste es nuestro destino como generaciones, un destino que se repite y se repetirá siempre".  Aunque ese sea nuestro destino, el autor de Distintas formas de mirar el agua ha logrado, a través de El viaje de mi padre, reconstruir la memoria de aquella época, la de la Guerra Incivil, que viviera/sufriera su padre y el amigo de su padre, entre otros muchos seres humanos que perdieron la vida en una contienda fratricida.  

Me fascina esa sensibilidad suya, esa forma de mirar el mundo, de sentirlo, "para sentir lo que ellos sintieron siquiera sea referido al clima", según nos cuenta Llamazares en referencia a su padre y el amigo de su padre

Llamazares en Lugueros

Tras la dedicatoria: 

A los que perdieron la guerra civil española, de uno y otro bando. A los que pierden todas las guerras, Julio Llamazares nos recuerda algunos potentes versos de Gallo rojo, gallo negro, de Chicho Sánchez Ferlosio (por cierto, en el final de la película El 47 también los canta una adolescente con una emoción estremecedora: "Cuando canta el gallo negro/ es que ya se acaba el día./ Si cantara el gallo rojo/ otro gallo cantaría...") y nos muestra los suyos propios en una canción de cuna para su padre: "...Y tú, con los zapatos sucios de miedo y de tristeza, te/ marchaste a pisar aquella España llena de/ sangre y de inmisericordia".

Después de unos versos que el gran poeta José Antonio Llamas https://cuenya.blogspot.com/2021/05/la-fragua-literaria-leonesa-jose.html   https://cuenya.blogspot.com/2015/08/vi-encuentro-literario-en-noceda-del.html le dedica a su amigo Julio Llamazares, me resulta especialmente conmovedor este pasaje: "me acerco después de subir la cuesta al pequeño camposanto de La Mata de la Bérbula, donde mi padre reposa en la misma tierra en la que nació por expresa voluntad suya. Me he acercado a visitarlo esta mañana de enero en la que el sol, aunque con menos fuerza, resplandece como aquella de agosto de 1996 en la que lo trajimos a enterrar aquí... Como las cruces rotas o desaparecidas ya. Entre ellas, la de mi padre, que yo mismo planté en la tierra siguiendo su petición, exhibe, en cambio, claramente su nombre y apellidos así como las dos fechas a las que se circunscribió su vida...Todo esto lo pienso mientras contemplo su sepultura, alargada como él era y con las flores de noviembre ya resecas, y cuando, después de escuchar un rato el silencio, el único que habita este lugar en el invierno, salgo del cementerio evocando la mañana de verano en la que me despedí de él con las últimas estrofas del soneto de mi amigo Toño Llamas", que me hace rememorar el inquietante inicio de El sur, de Adelaida García Morales https://cuenya.blogspot.com/2014/10/el-sur.html: "Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro... Pero a mí nunca me extrañó. Pensaba que entonces tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios". 
A partir de aquí, el creador de El viaje de mi padre ha logrado meternos de lleno en su historia, la historia de su padre y el amigo de su padre. "...Con los vecinos de La Mata compartiré un año más estos paisajes que me enseñó a mirar y a querer, para contarle mi intención, que nunca imaginaría, y para confesarle mi arrepentimiento por no haberle escuchado como debía cuando recordaba historias de aquella aventura suya que ahora pretendo reproducir con los pocos datos que he reunido", relata Llamazares, quien, con el silbido de un tren como si la mañana quisiera subrayar la hora en la que comienza el viaje, da inicio a su viaje, que lo llevará a cruzar España de punta a punta un día de enero mientras recuerda al gran poeta y narrador portugués Miguel Torga (a quien también rememora en su visita a São Martinho de Anta en Trás-os-Montes)
Plaza de San Martinho de Anta
y por supuesto el autor de
Las lágrimas de San Lorenzo nos habla de la ribera del río del Curueño https://cuenya.blogspot.com/2021/08/la-memoria-de-la-ribera-del-curueno.html, el río de su infancia, el río de su memoria emocional, esto es El río del olvido. "Desde el corredor que se abre al jardín que hoy ocupa el primitivo corral, se ven la vega de La Mata y el caserío de La Vecilla al fondo y la ribera del río Curueño hasta que desaparece al sur, cerca ya de su unión con el Porma. Como desde el cementerio, el paisaje está triste en este tiempo, falto de la vegetación que en verano lo cubre de felicidad. Qué pensaría mi padre la mañana en la que se fue de aquí, asomado, pues estoy seguro de que se asomó a mirar el paisaje como yo ahora antes de despedirse de sus padres... Mi padre... su presencia se siente en esta casa aún, no en vano fue el que más la habitó, y más esta mañana en la que he venido para repetir el viaje que él hizo hace ochenta y seis años partiendo de ella. ¿Qué pensaría al cerrar la puerta detrás de él como yo hago ahora y al embocar el camino que conduce a La Vecilla...?... 
Río Curueño a su paso por La Vecilla
¿Qué sentiría aquel casi adolescente caminando en solitario hacia un destino del que lo ignoraba todo pero que enfrentaría con miedo, pues ya conocía lo que era la guerra?", escribe Julio Llamazares, que emprende viaje desde la estación de tren de La Vecilla a Carrión de los Condes, en Palencia, siguiendo las huellas de su padre, "el adiós de verdad de mi padre... comenzó en esta estación de tren que hoy espera solitaria la llegada de unos convoyes en los que apenas viajan personas, pues los pueblos de su recorrido están vacíos y, cerradas ya las minas, no transportan el carbón que fue el motivo de que se construyera. Por las ganas yo me subiría a él, pero, como he venido en mi coche, no podré hacerlo", cuenta el escritor mientras recuerda un poema de Antonio Gamoneda, "quien lo escribió cuando, siendo joven, viajaba también en el tren". Las palabras del poeta Antonio Gamoneda vuelven a sonar en la cabeza del narrador de El viaje de mi padre mientras camina por la calle Ancha de León, "la antigua vía principal romana, en dirección a la catedral..., alfa y omega de este León que aún conserva su trazado antiguo, la cuadrícula del campamento romano que fue su origen". 
El viaje desde León a Carrión de los Condes lo hace en medio de la niebla. Sin duda, es un buen motivo para mostrarnos Carrión de los Condes, el pueblo sin tiempo. "—El pueblo está medio vacío —me dice una mujer a la que le pregunto por su salud demográfica a la vista de tanto local cerrado como me encuentro... El paseo por Carrión confirma lo que la señora de antes me comentó de su decadencia". Y es que nuestra España está medio vacía, o vacía y vaciada, abandonada, como ya nos dijera el propio escritor en La lluvia amarilla. 
"Imagino la emoción y el miedo con los que mi padre y sus compañeros... viajarían en aquellos camiones por esta carretera por la que ahora yo voy mirando el paisaje, que no es otro que la vega del Carrión... Palencia no tarda en aparecer en medio de la llanura que el río Carrión y el canal de Castilla", según nos cuenta el escritor-viajero, que nos invita a viajar también a Palencia porque "a pesar del frío, pasean muchos palentinos mirando los escaparates y saludando a los conocidos como en la película de Juan Antonio Bardem". Se refiere, cómo no, a la película Calle Mayor https://cuenya.blogspot.com/2013/03/calle-mayor.html
Desde Palencia el escritor nos lleva hasta Venta de Baños, a su estación de tren, en otros tiempos importantísima: "los trenes hacían escala en Venta de Baños y el pueblo estaba lleno de trabajadores del ferrocarril..Pese a su actual soledad y apariencia, tan estratégica era que, en la Guerra Civil, el edificio era defendido por ametralladoras, según testimonio de Saturnino que refrendé luego en los libros de historia". La niebla lo invade todo dando la impresión de que no existiera este pueblo. El escritor-viajero continúa su viaje por Valladolid hasta Ariza, ya en la provincia de Zaragoza, "me dispongo a recorrer los doscientos cincuenta kilómetros que al parecer tuvo y tiene la línea de Valladolid a Ariza como mi padre y sus compañeros del Regimiento de Transmisiones hicieron para ir a la guerra, sólo que ellos en vagones de ganado y yo en coche. El mes del año es el mismo, pero la diferencia de temperatura es mucha. A pesar de la niebla no hace demasiado frío y cuando se disipe hará menos aún". 
Siguiendo el Duero cruza la ribera (Tudela de Duero, Peñafiel, Aranda...) que es famosa en el en el mundo entero por sus vinos. "En la llanura su horizontalidad conmueve tanto como su soledad en medio de los viñedos y de los pinos... En la estación de Aranda, cuando mi padre y sus compañeros llegaron a ella, la actividad debía de ser enorme, con ferroviarios y militares yendo de un sitio a otro por los andenes y los trenes echando vapor y humo mientras los avituallaban para continuar camino". También ahora Julio Llamazares despierta nuestro deseo por viajar a esta ribera, como ya lo hiciera en su inacabado Cuaderno del Duero. "El cuaderno de aquel viaje lo publiqué tal y como lo escribí y en él había descripciones de estos paisajes y pueblos de la ribera que valdrían para hoy", apostilla el escritor en El viaje de mi padre.  
Torreón medieval de La Vecilla

De Aranda hacia la provincia de Soria, remontando el Duero, con Langa como primera población de Soria, el escritor-viajero prosigue su trayecto por San Esteban de Gormaz y también por el Camino del Cid Campeador tras las huellas de su padre. Nos enseña las poblaciones sorianas de El Burgo de Osma, Berlanga de Duero, la comarca de Almazán.... "Yo sigo camino... por la carretera en seguida llego a la raya de Castilla y Aragón, la antigua frontera entre los dos reinos que recuerda todavía en lo alto de una muela el castillo de la Raya... y a cuyos pies una ermita continúa dividida...: al parecer, la mitad de la ermita está en Castilla y la otra mitad en Aragón. Ariza, mi destino desde Valladolid, es ya Aragón inequívocamente...Ariza, pese a su historia, es hoy un pueblo sin mucha vida, un lugar como tantos otros del alto valle del Jalón, el río que comunica la meseta castellana con el Ebro".
El escritor sigue rememorando el viaje de su padre por estas tierras aragonesas: "Bastantes menos -se refiere a grados de temperatura-debía de haber cuando mi padre cruzó a esta misma hora este valle del Jalón, pues, a juzgar por el testimonio de Saturnino, en Calatayud estuvieron parados cinco horas, hasta que salieron en dirección a Teruel cerca de la medianoche. Imagino qué irían pensando y cómo se sentirían sabiendo —como sus compañeros de vagón— que el frente de guerra ya estaba próximo". 
La llegada del viajero a Calatayud es buen motivo para recordarnos que es: "La segunda ciudad de Zaragoza, famosa en toda España por haber sido la cuna de una mujer de vida azarosa, la popular Dolores de la canción, y menos por haberlo sido también del poeta latino Marcial, el autor de los célebres Epigramas". Y a quienes no conocemos estas tierras, el escritor nos mete el gusanillo en el cuerpo para visitarlas, porque uno ha estado de paso en Zaragoza, nomás, hace ya un montón de años. 
El viaje continúa por el valle del río Jiloca, cuyo curso transcurre por las provincias de Teruel y Zaragoza. "La nieve y el frío polar que ese año asolaron Aragón y gran parte del país fueron en la provincia de Teruel dos enemigos más para ambos ejércitos, ninguno de los cuales estaba preparado para un temporal así... mi padre y Saturnino... nunca se olvidaron del frío de Teruel... En Villafeliche un letrero señala que por aquí, antes que mi padre y yo, pasó el Cid Campeador... Va a ser ése mi destino: el de seguir los pasos de otros en busca de no sé muy bien qué. O sí: en busca de esa huella en el paisaje que los hombres vamos dejando a lo largo de la historia y que es nuestra verdadera memoria. Porque el paisaje nos sobrevive a todos, sobrevive al paso del tiempo y a los sucesos de los que fue testigo y cuyo rastro queda impreso en él para siempre.", nos cuenta este poeta romántico o posromántico para quien el paisaje es memoria. "Para el hombre romántico, el paisaje es, además, la fuente principal de la melancolía. Símbolo de la muerte, de la fugacidad brutal del tiempo y de la vida —el
paisaje es eterno y sobrevive casi siempre al que lo mira—" (El río del olvido). 
La memoria de la nieve y también El libro del frío (Gamoneda) como claves para entender la obra de Julio Llamazares. Y Daroca, en la provincia de Zaragoza, como antesala de Teruel, donde tuvo lugar una de las batallas más sangrientas de la Guerra Incivil española, con temperaturas gélidas como ocurriera asimismo en la batalla de Stalingrado de la Segunda Guerra Mundial. 
"El frente de guerra ya estaba muy cerca: a seis kilómetros de Daroca da comienzo la provincia de Teruel... De todo lo que mi padre y su amigo y compañero de aventuras Saturnino me
contaron de Teruel lo que más grabado se me quedó no fueron las escenas de guerra y los muertos, fue el frío de Calamocha, al que ambos se referían continuamente con horror. Y eso que los dos pasaron mucho en su vida, que transcurrió en el caso de ambos en León, una provincia tan fría como la de Teruel... la Guerra Civil sigue presente entre los vecinos de todos estos pueblos
de Teruel". 
A diez kilómetros de Calamocha está, según Llamazares, Caminreal, "el pueblo en el que finalmente se detendrían y en el que acamparon hasta que cayó Teruel...La imagen de la estación de Caminreal, en la que desembarcó mi padre una madrugada gélida de 1938, es ahora una estampa del Far West más que la de un lugar de Aragón, una fotografía de cine en la que sólo falta un tren envuelto en vapor deteniéndose ante un andén desierto... Caminreal... es un pueblo tan tranquilo que cuesta imaginar aquellos días pese a las historias que recuerdan sus vecinos". 
La siguiente parada: Rubielos de la Cérida, el pueblo de las trincheras. "Teruel fue la única capital de provincia española que cambió de manos dos veces a lo largo de la guerra", nos dice Llamazares, cuyo paisaje le hace recordar "al de las películas sobre la Guerra Civil de García Berlanga o del inglés Ken Loach, rodadas algunas por esta zona, o al de la que dirigió el francés André Malraux en plena contienda. El título con que la bautizó: Espoir. Sierra de Teruel https://cuenya.blogspot.com/2025/11/sierra-de-teruel-de-malraux.html, hace alusión a estas sierras que recorren una provincia tan hermosa como dura tanto por su climatología como por la delgadez y pobreza de sus suelos". 
El viaje prosigue por Singra, al noroeste de la provincia de Teruel, el altiplano montaraz de los altos de Celada, las trincheras del Cerro Gordo, los llanos de Caudé, la ciudad de Teruel, "la capital del arte mudéjar... los treinta y cinco mil vecinos de Teruel se conocen todos. Desde la guerra apenas ha duplicado su población, lo que dice mucho de su anquilosamiento... Su insólito emplazamiento en lo alto de una muela inexpugnable unido a su falta de crecimiento han hecho que la ciudad conserve todo el sabor de su historia"
Sea como fuere, Teruel existe, aunque uno no haya estado en esta capital, que es mucho más pequeña que Ponferrada. "—Pero ¿Teruel existe de verdad? —le digo a la camarera del café Turia, en el que entro buscando un poco de compañía... 
—Hombre, yo creo que sí… —me responde la chica, sorprendida".
El autor nos propone una interesante visita por Teruel: la catedral, algunos edificios de la plaza del Torico, el antiguo monasterio de las Claras, el Seminario, el paseo del Óvalo... Me los apunto para cuando tenga a bien visitar esta ciudad. 
"De su paseo por Teruel... lo que Saturnino recordaba muchas décadas después era el gran rastro de destrucción y los muertos abandonados por las aceras, pero también, con un punto de ternura, la visión en algunas casas de las camas hechas, muchas de ellas con sábanas de hilo, un verdadero sueño para unos soldados que llevaban semanas durmiendo en el suelo... Vine aquí buscando una fantasía, la que albergó la memoria de mi padre toda su vida, pero ahora que estoy en Teruel siento que esa fantasía nunca existió excepto en mi conciencia culpabilizada por no haberle escuchado cuando debí hacerlo. Sólo así puedo entender mi desasosiego, que me acompaña desde que comencé este viaje pero que hoy, en Teruel, siento con más intensidad quizá porque sigo sin saber cuál es su verdadero objetivo. ¿Conocer los lugares en los que mi padre se jugó la vida como tantos jóvenes de su edad? ¿Sentir lo que él pudo sentir pisando los escenarios que pisó con sus botas militares mucho antes de que yo naciera? ¿Experimentar el frío y el miedo que él experimentó, algo que ni siquiera he podido hacer, puesto que las temperaturas son muy diferentes a las que le tocó soportar a él cuando estuvo aquí, aquel terrible invierno de 1938?".
De Aragón al mar (junio de 2024). "Tras la toma de Teruel, mi padre y Saturnino, junto con otros muchos soldados, fueron llevados a Zaragoza, donde permanecieron descansando un mes... Por dónde pasearían mi padre y Saturnino con aquellas chicas zaragozanas
que los ayudaron a olvidar las pesadumbres de la guerra no es difícil suponerlo". 
La llegada del escritor-viajero a Zaragoza lo hace, a su entender, con la animación y el bullicio que le son propios. "Por el paseo de la Independencia la animación continúa acentuada por la hora, que saca ya a la gente mayor a pasear y a los jóvenes a invadir los parques y los jardines, incluido el del bulevar central del paseo. El paso de los tranvías, que la recorren de arriba abajo, hace que la Gran Vía zaragozana se convierta en un escenario casi cinematográfico, un cristal que transparenta la vida de la ciudad y la de los zaragozanos mismos... De vuelta al centro de Zaragoza, pienso en qué harían mi padre y sus compañeros en aquellos días de 1938 antes de regresar al cuartel después del paseo. ¿Entrarían a ver a las vedettes del Plata y de otros cafés cantantes, de los que Zaragoza entonces estaba llena según se cuenta? ¿Se sentarían en alguna sala de cine a soñar despiertos, solos o en compañía de aquellas novias que, al decir de Saturnino, se echaron mi padre y él?". 
De Zaragoza a Castellón por Fuentes de Ebro: "Aunque
animado, Fuentes no deja de ser un pueblo y su ritmo no tiene nada que ver con el de una ciudad", el valle de Rodén, Quinto, los paisajes lunares camino de Caspe por la ribera del Ebro... "Hasta La Zaida, que es el siguiente pueblo después de Quinto, el paisaje sigue igual, con el Ebro humedeciendo la ribera, pero a sus lados la tierra se hace más árida, tanto que parece arena. Es como si el río atravesara un desierto, que es lo que es la estepa ya por aquí... Por estos pueblos de la ribera baja del Ebro limítrofes con el desierto de los Monegros y con el Bajo Aragón de Teruel se establecieron durante la Guerra Civil las colectividades agrícolas que implantaron los anarquistas llegados de Cataluña en los primeros meses de la contienda y que han inspirado algunas películas de cine y muchas historias.". 
Caspe, la capital de la comarca del Bajo Aragón, gracias a los inmigrantes, es una Babel, donde hay gente de cincuenta y tres países. "El resultado es que Caspe parece una gran Babel sólo que con la arquitectura típica de un pueblo aragonés... pienso en la
paradoja que supone que la ciudad que albergó un Gobierno que promovió la utopía anarquista de la colectivización de la tierra y su autogestión por los campesinos sea ahora refugio de extranjeros que, como los españoles hasta que estalló la guerra y después, trabajan para sus propietarios a cambio de un sueldo", reflexiona el escritor cuya llegada a Alcañiz coincide con que ya está anocheciendo, aunque a la mañana siguiente podrá visitar esta ciudad en la provincia de Teruel, donde puede visitar, gracias a su sagacidad, un refugio antiaéreo. Después de comer y recoger sus cosas, el viajero sale camino de Torre Miró, "el puerto que comunica Alcañiz con Castellón y que debió de ser por el que pasó mi padre en su viaje al mar, pues Morella fue uno de los lugares que se quedaron en su memoria y en la de su compañero y amigo Saturnino para siempre". Su viaje continúa rumbo a La Cerollera, el pueblo de los maquis o guerrilleros, "agarrada a la ladera de un vallejo cuyos bancales luchan contra los pinos que amenazan con invadirlo todo". 
Cabe recordar que las historias de maquis están presentes en Luna de lobos, novela que el autor le regala a Ángel, uno de los personajes de El viaje de mi padre. 
El escritor-viajero continúa por el Puerto de Torre Miró (por Morella) ya en la provincia de Castellón, siempre tras las huellas de su padre. "Camino de Morella mi padre y Saturnino aún no sabían cuándo se terminaría su viaje, pero para muchos soldados como ellos el suyo se había terminado ya. Por las laderas de Torre Miró, como por las montañas de toda la zona, cientos de combatientes yacían muertos en las trincheras o entre los pinos mientras que los que continuaban con vida huían en dirección a Morella perseguidos por la aviación enemiga". 
Resulta revelador cuando, en el transcurso de un conversación con un tal Ismael, el narrador le dice: "—No todos los que hicieron la guerra con Franco eran de derechas... Ni los que la hicieron con la República eran de izquierdas todos. Muchos no eran de ningún bando, lucharon en el que les tocó". 
El autor sigue preguntándose: "¿Qué harían mi padre y Saturnino en Morella en el tiempo que estuvieron en el pueblo antes de que les ordenaran seguir hacia Castellón? ¿Pasearían por estas calles por las que yo vago ahora embriagado por su belleza y su soledad? ¿Se detendrían igual que yo cada pocos pasos para mirar arriba el castillo pese a que no estaría iluminado como esta noche, al revés: la oscuridad lo protegería de los bombardeos?". 
La Mata de la Bérbula

Camino de Castellón, el creador de El viaje de mi padre viaja por Vallivana, Chert, Salzadella, "el paraíso de las cerezas", Cabanes, Puebla Tornesa...Villafamés, lugares que a decir verdad uno desconoce. Y por fin la Plana de Castellón, "reverberante como un gran delta lleno de verde y de construcciones; un verde intenso de naranjales y de cipreses y un mar de construcciones que hacen difícil saber dónde termina la huerta y dónde empieza la ciudad... El final de mi viaje está cada vez más próximo", nos anuncia el viajero. 
"La toma de Castellón, al decir de los historiadores, fue tan sangrienta como confusa y supuso la muerte de muchas personas, no sólo entre los combatientes de ambos ejércitos sino de civiles", apunta el escritor-viajero, recordando que está solo. "Lo estoy desde que salí de Zaragoza, al contrario que mi padre y su amigo Saturnino, que iban juntos y a los que imagino ahora deambulando hace ochenta y seis años por una ciudad que esta mañana estalla de limpia, con sus calles y jardines resplandecientes bajo la luz de la primavera, y que ellos encontraron llena de escombros y de cadáveres producto de la destrucción de varios días de asedio y de bombardeos". 
El mar como sueño. El Grao. "Cuando mi padre y Saturnino viajaron hasta el Grao (no sé si caminando o en algún tipo de vehículo), la ciudad y el puerto estaban separados por cuatro kilómetros que además serían muy peligrosos, puesto que la guerra seguía en los alrededores de Castellón. Nada que ver con lo que este mediodía sucede, con el autobús lleno de domingueros que van al Grao a comer y a pasar la tarde... El autobús me deja enfrente del mar, cuyo azul intenso deslumbra como debió de hacerlo a aquellos soldados que lo veían por primera vez. «¡El mar!», repetía Saturnino emocionado cada vez que recordaba ese momento muchas décadas después.". 
Final en la sierra de Espadán: "Cuando ya consideraban que, en efecto, su viaje al frente se había acabado y contaban los días para iniciar el de retorno a sus casas (aunque la guerra continuaba ya no era cosa de ellos), su regimiento recibió la orden de dirigirse hacia el sur de Castellón, hacia la sierra que separa la provincia castellonense de la de Valencia". 
Una guerra fratricida que sigue estremeciéndonos ochenta y muchos años después. Y que Julio Llamazares nos cuenta en un viaje nostálgico, escrito con belleza y verdad. 

He de confesar que me entusiasma la literatura de viajes (las crónicas, las aventuras...), pero también los relatos intimistas, la literatura de la memoria, el diario, y Llamazares nos relata este viaje como un excelente viajero que es, con sensibilidad, con pasión, donde el paisaje que es memoria y paisanaje se funden en un abrazo lleno de ternura, el abrazo a un padre siempre presente. 

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