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viernes, 27 de septiembre de 2024

Asturias en el alma

Playa de Espasa
A medida que transcurren los años, uno se da cuenta de que Asturias, las Asturies, es como si fuera mi propia tierra, que lo es, porque incluso mi apellido Cuenya -ya lo he contado en más de una ocasión- es originario de esta verde y hermosa tierra, habida cuenta de que existe una aldea, en el concejo de Nava, cuyo nombre es Cuenya.

Sea como fuere, en Asturias pasé cinco cursos en la Universidad de Oviedo. Y eso también marca. Cinco cursos como cinco soles (esto me ha quedado algo cursilondio, excusez-moi) en los que se comienza a explorar el mundo (en realidad, uno mismo), porque nada de lo humano nos es ajeno, como bien sabemos.

Cabo de Vidio
El asunto es que, cada vez que visito el Principado (un sitio de príncipes, princesas y hadas buenas como en un cuento de fantasía y emoción), se me estremece el alma ante tamaña belleza. Y es que Asturias tiene todo y de todo, ríos (no en vano ástur o astura significa río), montañas, mar, verdes prados... reservas de la biosfera y/o parques naturales... una gastronomía excelente (fabada, cachopos, quesos...), gente cercana, que habla y entona como hablaban mis ancestros en el útero de Gistredo, porque Gistredo es un algo astur, además de berciano-leonés. No en vano, también los osos bajan desde las altas cumbres de Somiedo a Gistredo. Si es que en línea recta estamos cerquita unos de otros. Sería estupendo poder cruzar la sierra de Gistredo en helicóptero hasta Asturias. Creo que en poco más diez minutos podría realizarse este viaje.
Desde el mirador del Fito

Para despedir el verano, coincidiendo con la Encina ponferradina, viajé a Asturias. Y pude visitar y disfrutar de lugares que no conocía en absoluto, como el cabo de Vidio, las playas de Salinas y de Espasa o el mirador del Fito. Todos estos paisajes me entusiasmaron pero he de confesar que los que más me impactaron fueron el cabo de Vidio y el mirador del Fito.

La belleza de la costa occidental


La costa occidental del cabo de Vidio, que se halla en la parroquia de Oviñana, próxima al singular pueblo de Cudillero, se me antoja realmente espectacular.

https://cuenya.blogspot.com/2023/07/de-ortigueira-las-asturies-de-los-mios.html

Me fascinó asomarme a la belleza de estos acantilados grandiosos. Incluso tuve la oportunidad de saborear los sones de un grupo de música al aire libre. Lástima que el aire soplara algo frío.

En la aldea de Soto de Luiña, perteneciente al municipio de Cudillero, cuya historia está vinculada al Camino de Santiago, tienen casa Ángela y Robert, que son buenos amigos de la amiga Raque. Ángela fue alumna del escritor Suárez-Roca (natural de Busdongo, la tierra de Amancio Ortega, y autor de República de almendros). Y Robert es compañero de instituto del paisano, profesor de inglés y poeta José Yebra, con quien coincidí hace unos dos años en Llanes. Algo que cuento en El verde aroma del Noroeste.

https://cuenya.blogspot.com/2023/09/viajar-nos-abre-otros-horizontes.html

https://cuenya.blogspot.com/2023/10/acaso-el-viaje-no-es-vuelo-en-libertad.html

Salinas
Curiosamente, en este viaje también pude visitar Salinas, considerada una de las mejores playas en el norte para la práctica de surf. Cabe recordar que, como una prolongación de Salinas, se halla la playa del Espartal, singular por sus dunas, catalogadas como Monumento Natural. El Espartal ocupa el tramo costero que va desde el área de servicios del puerto de Avilés, situado sobre la margen izquierda de la ría, al área urbana de Salinas. Digo curiosamente porque tantas veces en las Asturies y nunca antes había estado en este sitio. Pero siempre hay una primera vez.

En Avilés, una ciudad ahora conocida por el centro cultural Niemeyer -un lugar para la educación, la cultura y la paz-, vive desde hace un tiempo mi sobrino Rodrigo.

Playa de Espasa

El Oriente astur o la fantasía hecha realidad

Si el Occidente astur tiene un gran encanto, el Oriente resulta magnífico. El Oriente siempre invita a fantasear. Con sus valles profundos, sus cumbres elevadas y sus playas paradisíacas, como la de Espasa, entre otras muchas, el Oriente despierta todos los sentidos del visitante, incluso la extrasensorialidad propia de quien se adentra en un territorio de fabulación. Una belleza comestible, como me gusta decir, porque la belleza será comestible o no será, como la suculenta gastronomía astur.


Habida cuenta de que soy un devoto de la sidra, tal vez la mejor bebida del mundo, en todo caso una delicia (disculpad mi osadía, es probable que me esté viniendo arriba), me pareció oportuno darme un voltión por la capital de esta bebida de diosas y dioses (a saber, primarios, secundarios y terciarios, como diría a buen seguro el maestro Gustavo Bueno desde el materialismo filosófico en El animal divino), o mejor dicho la capital de la manzana con la que se elabora. Hablo, cómo no, de Villaviciosa -curioso nombre-, que cuenta asimismo con la mayor ría del Principado.

Y atesora un gran patrimonio románico y prerrománico, además de una escultura,
Exaltación de la manzana, realizada por el artista vasco-astur Úrculo dedicada a las manzanas que salen de un sombrero.
Sidra el Gaitero, cuántos recuerdos de infancia.
Esta visita a Villaviciosa coincide con el Festival Internacional de la Gaita.

El Fito, un mirador al mundo

En plena sierra del Sueve, a pocos kilómetros de Arriondas (de ahí eran Víctor y Celestino, mis compañeros de piso en Oviedo en época de estudiante universitario) y Colunga, se halla el mirador del Fito.

Sólo por la visita a este mirador (Fito o Fitu) ya estaría justificado un viaje a Asturias, porque se trata de un lugar que se te queda clavado para siempre en la retina de la memoria emocional.


Un espacio, a más de mil metros sobre el nivel del mar, desde el que uno logra tocar el cielo. Se trata de un paisaje sublime, cuya belleza extrema te sobrecoge, te eriza todos los vellos del alma.
Desde aquí es posible alcanzar la tan ansiada espiritualidad, fusionarse con la esplendorosa naturaleza, con esas montañas sagradas, inmensas. Y también con el mar Cantábrico, que se muestra como una alucinación visual.

Un paraje único, imprescindible, para enmarcar en un cuadro, aunque también para disfrutarlo en movimiento, en panorámica fílmica, una visión de 360 grados que te permiten arrojar la vista a la Reserva natural del Sueve, el parque natural de Ponga y los picos de Europa, que se elevan majestuosos.
A esta altura los sentidos se agudizan. Y acabas convirtiéndote tú mismo en un mirador al mundo.
Me encantan los miradores. Y este en especial.

Oviedo y Xixón

La Paloma en Oviedo

El viaje también me permitió, por supuesto, dar una vuelta por Oviedo, que por lo general suele procurarme nostalgia. Esta vez estuve tomando algo en La Paloma, un bar con solera donde es típico el vermú y las gambas a la gabardina. Y puede adentrarme en el colorido barrio de Cimadevilla, donde late el alma de Xixón, y caminar por su largo y precioso paseo marítimo, donde, por azar, me encontré con el amigo Pablo Huerga, lo que me hizo mucha ilusión.

Paseo marítimo en Xixón

Ahora Pablo, que es un gran filósofo y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad ovetense, ha organizado unas jornadas en torno a la figura del maestro y filósofo Gustavo Bueno, que no quiero perderme por nada del mundo. Así que Asturias sigue llamándome. Y tendré que acudir a su llamada en octubre, que es cuando se celebrarán estas jornadas filosóficas en homenaje al gran Bueno, profesor en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, al que siempre recordaré con cariño porque él me enseñó a desarrollar un espíritu crítico.
Puerto Pajares
Asturias, las Asturies, siempre en el alma.

El regreso por el puerto de Pajares me procuró un chute de dopamina porque es este puerto otro mirador a lo sublime.


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