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martes, 22 de febrero de 2022

Madrid, con aroma a mar ensoñado, dehesa y serranía

 3 de enero de 2022

El viaje se prolonga por esta capital extraordinaria que es Madrid, los Madriles, el centro de la península, de nuestro país de paisitos. Y en este caso el viajero callejea por el castizo y multi culti barrio de Lavapiés, que conserva su sabor ancestral, de otros tiempos, a la vez que ha ido incorporando, con el transcurrir de los años, toda una cultura universal, pudiendo uno disfrutar de la cocina india o árabe. Por ejemplo.

Además de todo ese Madrid de corralas. Me presta, casi siempre que aterrizo en la capital del Reino, darme un garbeo por Lavapiés. Por cierto, he pasado por la calle Sombrerete y no he reparado en la estatua de Agustín Lara. Volveré.


Viajar a Madrid de vez en cuando tiene sus recompensas, porque uno puede disfrutar de su cultura, de su paisaje y su paisanaje. Otra cosa sería vivir allí, aunque tampoco estaría mal si uno tiene bastante tiempo libre para callejear, para saborearlo en todo su esplendor, porque Madrid, como todas grandes ciudades y ciudades grandes, atesora mil encantos. Y mil y un misterios.

Siempre encuentra uno un pre-texto para regresar a esta villa cargada de historia, que resuma arte por todos los poros de su intra-ánima. Esta ciudad literaria, que engatusa al viajero hasta que se rinde de puro placer. Otra cosa sería, decía, vivir allí de continuo y no gozar de tiempo libre.

4 de enero de 2022

Un magnífico descubrimiento esto de treparse a la terraza del hotel Riu, desde donde se gozan de extraordinarias panorámicas a la ciudad de Madrid. Lástima que el día de hoy esté grisáceo. Y no se pueda apreciar la capital del Reino como uno desearía. Prosigo re-descubriendo esta ciudad con tanta belleza.

Era la primera vez que me subía a la azotea del hotel Riu. Siempre hay una primera vez. Y espero que no sea la última. Porque me quedé con las ganas de otear un Madrid nítido desde las alturas, de cielo despejado, azulito. Como un mar de fantasía. Incluso dejarme caer al atardecer cuando se pone el sol.

Me fascina caminar por la Gran Vía, que es un poco como caminar por Manhattan, pero con el encanto que procura saberse en una tierra familiar y a la vez cosmopolita, de teatros y de cines, de bares y cafeterías tan nuestras, tan con aroma a jamón serrano y calamares fritos. Porque a eso me huele a veces Madrid. A mar y dehesa y serranía. A ese mar ensoñado, que luce en el horizonte helicoidal de las sonrisas.
También me gusta adentrarme en la bohemia de Malasaña, haciendo un alto en la casa leonesa, que ya siento como mi casa.

5 de enero de 2022

Agustín Lara en Lavapiés
Por este Madrid de Madriles donde caben desde las afamadas letras (no en vano existe el barrio de las letras en torno a Huertas, que Margarita Álvarez Rodríguez conoce bien) hasta el Palace o el Gijón, que ya no es lo que era desde que Umbral falleciera. Eso creo. Pues Umbral hizo de Madrid un inmenso libro, que es pura vida andante y sonante, al igual que lo lograra el bohemio y lúcido Valle-Inclán. Ahí sigue en pie el Callejón del gato con sus espejos deformantes. Y toda esa estética expresionista.
El Madrid de Recoletos y del paseo del Prado (me ha encantado hacer una visita a este museo del Prado para volver a ver cuadros de Velázquez, Goya, Rubens, El Bosco, Durero o Bruhegel el Viejo, entre algún otro), el Madrid de Colón, con el centro cultural Fernán Gómez. Y también el Madrid de la casa América y la biblioteca Nacional presidida por San Isidoro y Alfonso el Sabio. Y sí, por fin me encaré con Agustín Lara en Lavapiés. De Madrid al cielo.

Desde que nos dejara Umbral, La noche que llegué al café Gijón, Madrid ha perdido la impronta de uno de nuestros más grandes escritores y columnistas y ensayistas, como lo era este monstruo de las letras, con sus placeres y sus días, con su prosa dinamitera y su poesía brotando como un manantial impregnado de tristeza infinita, como la que le quedó al coloso de Mortal y rosa tras la muerte por leucemia de su hijo Pincho.

En el Gijón también se daban cita artistas como Manuel Alexandre (inolvidable su papel en El año de las luces) y Wolfgang Burmann (de la saga Burmann), que fue profesor de la ya desaparecida Escuela de cine de Ponferrada. Un tipo estupendo Chinín Burmann, que me contaba anécdotas extraordinarias. Escenógrafo de películas como Abre los ojos, Remando al viento o La flor de mi secreto, entre otras. https://cuenya.blogspot.com/2010/10/manuel-alexandre.html
Ahora es Justo Sotelo quien lleva la batuta en el Gijón. O eso creo. Y me ilusiona que así sea, porque me parece que Justo es un escritor con mucha cultura y sensibilidad.

Madrid es Cervantes (con su casa en el barrio de las letras...), Quevedo (con su calle...), Lope de Vega (con su casa museo...), Calderón de la Barca (con su estatua en la Plaza de Santa Ana), Larra (con El día de difuntos de 1836), Valle-Inclán (Luces de bohemia, La noche de Max Estrella, como recorrido literario), Ramón Gómez de la Serna (con El rastro), Umbral (Travesía de Madrid, Spleen de Madrid...), Cela (con La colmena)... Julio Llamazares (El cielo de Madrid), Andrés Trapiello (Madrid) y tantos otros ilustres e ilustrados.

El cielo de Madrid se le llama ahora a la terraza del hotel Riu, que antes mencionaba, desde donde se tienen panorámicas de toda la ciudad, con el templo Debod, la casa de campo, el palacio Real, la Gran Vía en primer plano y en segundo plano las cúpulas y los tejados de color rosa y las zonas verdes.
La monumentalidad y la vida del Madrid de los Austrias sigue embelesando al viajero, que se siente dichoso.

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