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jueves, 20 de enero de 2011

A Alfonso Manso y su Fahrenheit 2010

«¿A qué temperatura arde el espíritu?», se pregunta Manso en El Albéitar

Su 'Fahrenheit 2010' puede verse en el ateneo cultural leonés hasta el 8 de abril

 http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/a-que-temperatura-arde-espiritu-se-pregunta-manso-en-albeitar_594792.html


(Diario de León, 28/03/2011)

Me permito la licencia, estimados seguidores, de volver sobre las andadas y colocar este texto, ahora con fotos incluidas, sobre la exposición Fahrenheit 2010. Ensayos sobre la temperatura de las distopías para aquellos que no podréis verla. Así os haréis una idea de la misma. Supongo. Aunque también podéis visitar el blog de profesor y artista Alfonso F. Manso: http://fahrenhait2010.blogspot.com/
Esta exposición podrá verse en el Campus de Ponferrada hasta mañana viernes día 21 de enero de 2011. Debéis daros prisa si aún queréis verla. Merece la pena.


Alfonso, además de profesor de la Universidad de León, es un gran viajero por el mundo "alante", que ha tenido el gusto de recorrer todos los continentes, un analista de la realidad de nuestro tiempo, un filósofo de la transmodernidad. "¿A qué temperatura arde la libertad? ¿Y los ecosistemas? ¿Y la dignidad?", se plantea Manso. Y añade: "¿a qué temperatura se destruye el espíritu humano?", lo que nos devuelve, por ejemplo, a la barbarie de Auschwitz, en cuyos hornos crematorios se calcinó el alma de muchos seres humanos.


2010º F es la respuesta a todos estos interrogantes. 2010 es asimismo una metáfora, una fecha que nos ayudará a nosotros, humanos, demasiado bestiales, a repensar y comprender la distopía del mundo contemporáneo. Una distopía que se nos revela/rebela como una utopía perversa, inversa, castradora, todo lo contrario a una sociedad ideal, feliz, tal como nos propusieron, desde Bradbury, con su Fahrenheit 451 (451º F, temperatura a la que arden los libros), hasta Huxley, con su Mundo feliz, pasando por 1984 de Orwell o Moore, con su Faherenheit 9/11 y aun el propio Zamiatin, con su Nosotros, que tanto y tan bien influyó en 1984 de Orwell, el Gran Hermano que nos vigila, la telepantalla que nos apantalla y nos vuelve a todos monos de feria, peleles, marionetas al servicio del todopoderoso Dios-sistema-financiero. Y es que todo lo manda el dinero. Como nos dijera Valle-Inclán en Luces de bohemia. El Gran Hermano que vigila sin descanso, los primates luchando a muerte para lograr su premio, el confesionario, el Súper... la comuna contracultural, el hippismo reinventado, el moderno convento mixto, con matices incluso de clausura mediática... la telepantalla vigilando las intimidades... los polvos entre los simios encerrados en el zoo humano.


La libertad y los libros sustituidos por una narcótica felicidad, una felicidad irreal, virtual, internáutica, una supuesta felicidad o bienestar construidos sobre los cimientos fangosos del soma (como en Un mundo feliz), con las consiguientes inhibiciones del intelecto y las emociones (sexo sin amor y sin afecto, etc.) o bien a través de las adormideras psicodélicas (entre las que no sólo está la religión, en todas sus vertientes, como opio del pueblo, sino el fútbol, incluso el cine, la televisión, etc., la cultura/subcultura/incultura tal como nos la venden los medios de comunicación de masas, que se encargan de decidir lo que nos gusta y lo que deseamos). Léanse los Apocalípticos e Integrados, de Umberto Eco o El mito de la cultura, de Gustavo Bueno. La nuestra es la uniformidad de la especie (o la unidimensionalidad del hombre/mujer, tal como nos predijo el filósofo Marcuse), la globalización de la miseria, la debilidad y derrota del pensamiento (léase a Finkielkraut), el pensamiento único, la esclavización a las técnicas y tecnologías, el servilismo al sistema caníbal, que funciona como una apisonadora.




En el mito de la cultura, el mestro Bueno nos recuerda que la religión como «opio del pueblo 'democrático' o brebaje espiritual» no sólo tiene en cuenta la analogía con el opio que se administra el pueblo a sí mismo para calmar el dolor derivado de su estado de opresión, sino también el opio que le es administrado al pueblo por los explotadores para mantenerlo en estado intermitente de entontecida ilusión. Las funciones del opio del pueblo "democrático" las ejerce hoy la cultura, incluso la llamada cultura selecta, una vez que la religión ha perdido, al menos en nuestra sociedad industrial y materialista (no así en las sociedades musulmanes, por ejemplo), las virtudes de adormideras psicodélicas. La élite -insiste el profesor Bueno- se administra a sí misma dosis de cultura operística, de cultura literaria, de cultura vanguardista (pero no, por ejemplo, de «experimento vocal» o de «exploración combinatoria») para mantener su ensueño de minoría despierta, elegida, consciente; mientras que la plebe se administra, o le es administrada, cultura selecta ad hoc (cultura de consumo) para mantener su ensueño de libertad activa, de rebeldía suprema, de entusiasmo. De este modo, tanto la supuesta élite como la plebe alcanzan la conciencia (mejor dicho, la falsa conciencia) de la «realización de su plenitud vital, de su libertad». Pero, en el fondo, vivimos en la quimera de la libertad, por decirlo a lo Chaplin.




Por su parte, Marcuse en El hombre unidimensional, tal vez su obra más famosa, nos presenta a la sociedad capitalista “avanzada” como una sociedad en la que el ser humano ha perdido su sentido crítico. El ser humano se aborrega. Como ya nos anticipara el filósofo Nietzsche. El consumismo y la “liberación de las costumbres” lo transforman en un ser cada vez más adaptado e integrado al sistema. Ya no hay espacio para la oposición y la crítica, porque la sociedad unidimensional “integra en sí toda auténtica oposición y absorbe en su seno cualquier alternativa”. En ella se da “una confortable, tersa, razonable, democrática no libertad”.




El capitalismo avanzado ejerce su dominio, su control total, de un modo sutil, manipulando los deseos y las necesidades de las personas. “No sólo determina las ocupaciones, las habilidades y las actitudes socialmente requeridas, sino también las necesidades y las aspiraciones individuales”. En esta sociedad unidimensional manda el positivismo, que sirve de base a la racionalidad tecnológica y a la lógica del dominio. Y el positivismo no tiene rival porque se ha anulado el espacio de la crítica. Incluso el proletariado ha perdido su impronta revolucionaria, seducido por el confort y el consumismo. Todos conformes en el carro del bienestar, que ahora parece venirse abajo, a resultas de la cabrona crisis finaciera, mundial, creada, cómo no, por los tiburones, y todo ese vivir por encima de nuestras posibilidades, hipotecándonos hasta las cejas, creyendo que todos éramos ricos -pobrecines, qué ingenuidad- cuando nos comimos las hostias de canto.

Marcuse cree, al menos, que los sujetos revolucionarios deberían ser los extranjeros, los explotados, los desocupados, las minorías, los marginados y los excluidos del sistema. Mas también estos están anulados. Pues no son más que los chivos expiatorios de la sociedad, algo así como las brujas de la Inquisición, incluso algunos/as se chutan con lo que pueden para poder sobbrevolar el hastío putrefacto de esta sociedad. Como bien sabemos.




También es Marcuse quien, a principios de los 60 del pasado siglo, pronostica el triunfo del pensamiento único, a través de la influencia de los medios de comunicación de masas, que han generado un refuerzo de las características de este tipo de ser humano, que se caracteriza por recoger la mayoría de sus experiencias de la televisión y "la experiencia televisiva tiende a incrementar el sentido de la impaciencia... Analfabetismo a esgaya.




Mientras que la letra impresa obliga a ejercitarse en la postergación del placer... porque sólo después de realizar complejas operaciones de análisis lógico y gramatical se comprende el sentido, y sólo entonces puede producirse el placer, pues el goce del texto escrito proviene del significado, no del significante. Las imágenes, en cambio, ofrecen una gratificación inmediata derivada del propio significante. A esto hay que añadir la hiperestimulación sensorial que incrementa aún más la gratificación instantánea. Y cuando la experiencia no es gratificante, cabe siempre la posibilidad de cambiar de canal televisivo. Zapping o zapeo va y viene.

Por otra parte, la televisión, sobre todo la basura fabricada, es un agente colaborador a la violencia que hay en el entorno. Violencia, individualismo y gratificación instantánea van moldeando al ser del siglo XXI. Ahora, la sociedad industrial organizada a partir de la tecnología opera “a través de la manipulación de las necesidades por intereses creados, impidiendo por lo tanto el surgimiento de una oposición efectiva contra el todo.” Estamos en un totalitarismo "aparentemente apartidario", un sistema de mercancías (personas, capitales, objetos) de neoliberalismo económico. La sociedad moderna se ve invadida de “necesidades falsas que perpetúan la fatiga, la agresividad, la miseria y la injusticia, un mundo social en el que el trabajo convierte al hombre en un esclavo del sistema.” Terrible panorama, ya pronosticado por Marcuse... por Huxley, Orwell, Bradbury, etc. Incluso Walden Dos, la novela de Skinner, deja entrever que el ser humano no tiene capacidad de elección, y por ende no es libre. Pasen y vean.

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