http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/alexandre_285835.html (Diario de León, 16/10/2006)
El gran Manuel Alexandre, que recibiera hace unos años un premio-Retina de manos de los responsables del Festival de Cine de Ponferrada, nos ha dicho adiós.
Alguna vez llegué a verlo en el café Gijón de Madrid, mirando hacia el exterior, como si estuviera contemplando, hipnotizado, alguna película. Su mirar nostálgico y su pose serena lo hacían parecer un tipo entrañable. Su ya avanzada edad (y sus pocas ganas por el viaje, supongo) no le permitieron acercarse a Ponferrada a recoger su premio. Lástima, porque me hubiera gustado verlo en la capital del Bierzo y charlar con él.
En alguna entrevista leí que a Alexandre no le gustaba viajar, ni salir de Madrid, salvo cuando era pequeño, que veraneaba en el pueblo de sus padres. También le daba miedo viajar en avión. La verdad es que, tal como se nos avecinan los tiempos, lo mejor es quedarse en casa, al amor del hogar, y dejarse de andar tumbos de un lado a otro, en busca a veces de trastornos varios. "Todos los problemas provienen -algo así decía el filósofo Pascal-, de salir de casa". Y Alexandre se confesaba un hombre cómodo, que siempre le pidió bienestar a la vida. Reconocía, asismismo, que el cine tiene muchos inconvenientes porque le hace a uno pasar frío, y también resulta mareante, porque te llevan y te traen de un lado para otro, aseguraba él. Sin embargo, y a pasear de las incomodidades que le pueda procurar el cine a un actor (creo sinceramente que el trabajo en la mina, por poner sólo un ejmplo, resulta muchísimo más duro), nuestro singular y querido actor hizo más de trescientas películas, que se dice pronto. Una carrera larga y hermosa para un rostro inolvidable. Recuerdo que Chinín Burmann, el magnífico director artístico -quien además impartiera clases en la Escuela de cine de Ponferrada-, me dijo que eran muy amigos, él y el actor, y que les gustaba ir al café Gijón a charlar, a pasar el tiempo, a hablar de literatura, que era, por otra parte, una de las aficiones del veterano y extraordinario actor madrileño. Solían colocarse en una mesa, que mira a la calle, casi todos los días de la semana, salvo cuando tenían algún compromiso ineludible. Al actor le entusiasmaban las tertulias, ver a sus conocidos, y el Gijón era un buen lugar de encuentro.
De entre los actores españoles de siempre me parece que Alexandre es un icono, una leyenda, que uno lo lleva en el alma, sobre todo después de verlo en El año de las luces de Fernando Trueba, película ésta que me dejó impresionado en su día, entre otras razones por su interpretación, en ese su papel de librepensador apasionado y buen conocedor de la cultura francesa: Montaigne, Balzac, Flaubert.
De entre los actores españoles de siempre me parece que Alexandre es un icono, una leyenda, que uno lo lleva en el alma, sobre todo después de verlo en El año de las luces de Fernando Trueba, película ésta que me dejó impresionado en su día, entre otras razones por su interpretación, en ese su papel de librepensador apasionado y buen conocedor de la cultura francesa: Montaigne, Balzac, Flaubert.
Actor fetiche en varias películas de Berlanga -quién no recuerda Bienvenido Mister Marshall, Plácido, El Verdugo, Calabuch o París Tombuctú-, y algunas otras de Fernán Gómez, otro buen amigo y aun valedor suyo, así como en Cómicos, Muerte de un ciclista y Calle Mayor de Bardem.
En realidad, Alexandre ha trabajado con los grandes directores del cine español, desde Mario Camus y Fernando Trueba hasta Gutiérrez Aragón (El Quijote) o José Luis Cuerda (El bosque animado, en Amanece, que no es poco. ¿Quién no se acuerda de su interpretación en Elsa y Fred, del argentino Carnevale, o sus últimos días en el papel de Franco, de Bodegas?
Sigamos disfrutando con sus películas.
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