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sábado, 2 de marzo de 2024

Acordes de luna, de Ana Rico


Ana Rico construye un universo de intriga y tensión sexual a través de cuatro personajes que se embarcan en una aventura por un océano de aguas palpitantes en busca de un metafórico Triángulo de las Bermudas. Y lo hace desde un narrador en primera persona, que se abre en canal, para mostrar los pensamientos y emociones de su protagonista, Irene Aubiz Paniagua. El poético título Acordes de luna evoca en cierto sentido la película Lunas de hiel, de Polanski.  

  (Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya) 

 

Me llamo Irene Aubiz Paniagua. Tengo 26 años, mi pelo es castaño claro, mido 1,67 y luzco un tatuaje; un alambre de espino que rodea el contorno de mi tobillo que me hice a los 18 años cuando me independicé. Mi DNI es 0.977.456E. Hace 6 meses que me casé, nuestro noviazgo duró dos meses y el matrimonio apenas superó la luna de miel; ahora reconozco que fue muy prematuro. Les adjunto una copia de mi DNI a esta declaración que hago pues encontré en la pared de un supermercado un cartel con mi foto y nombre seguido de DESAPARECIDA. Fue algo imprevisto, una decisión perentoria que tomé aquel amanecer, el 27 de septiembre del 2019. A continuación les relato los sucesos de nuestra última noche juntos:

Desde la claraboya podía ver hipnotizada la luna -inmensa- balanceándose sobre un mar expectante, además la seguía un punto luminoso llamado Venus. Estaba emocionada, aquel era mi primer viaje en barco. Pablo y yo ocupábamos el camarote A2, un lujo con dos literas y esa ventana al paraíso de los delfines que saltaban siguiendo nuestra estela.

Sentí sus manos en mis caderas, y comenzó el tarareo de sus dedos sobre mi piel, ese calor que me abría los poros, el sonido tímido de los botones … y finalmente su camisa de lino bajo mis pies descalzos. La luna ahora se bañaba con descaro en esas aguas palpitantes. Lo sentí firme en mis senos calibrando su tersura, y al girarme -cálido en mi cara- en el momento que dibujó el perfil de mis ojos, y también el de mi nariz. Ardía en mis labios cuando introdujo su dedo en mi boca. Él había recorrido los océanos y yo nadaba por primera vez sin amarras. Después de los circunloquios en mi ombligo su lengua me venció sobre la cama. Y no sé cómo llegamos al Triángulo de las Bermudas, pero ocurrió.

Reconozco su esfuerzo con ese viaje; Pablo ya había vivido mucho pero era pronto para mí tener un hijo; lo habíamos pactado, y al querer prescindir del preservativo primero a mí se me cortó el rollo por el pánico, luego a él por la idea de aquel trozo de látex. 

Nos tumbamos a dormir frustrados y malhumorados, Pablo en la litera baja del habitáculo y yo en la superior. En seguida llamaron a la puerta. La naviera nos pedía un favor: debíamos alojar a dos polizones; nuestro camarote era el único con una litera libre en el barco, ideal para la situación.

Primero me llegó un olor a cerveza y sol-sal, a posteriori vi el cabello ondulado de un muchacho de mi edad con rasgos extranjeros, el torso desnudo, tremendamente bronceado, los labios gruesos, la mirada entre franca e intrigada; Eric, dijo que se llamaba, mientras me apretaba la mano. Anna, por su parte, lucía un pelo claro mucho más largo que Eric, el vestido y el cuerpo definido y esbelto de Anna me recordaba a una amazona.

  Él se tumbó en la cama libre de arriba, como yo, mientras me observaba. Anna eligió la que quedaba enfrente de Pablo. Y apagamos la luz, de inmediato me quedé dormida. Al despertar me sentía extrañamente excitada, miré a Pablo, que estaba en el cuarto sueño, seguro. Unos leves gemidos dirigieron mi vista. La luna se adentraba sin pudor hasta el fondo del camarote y en la penumbra podía distinguir la silueta de sus dos cuerpos al vaivén, la muchacha lo cabalgaba,  sus respiraciones se acompasaban por momentos hasta que ella volcó su cuerpo  hacia atrás con un jadeo intenso, desprendían un aroma incandescente, y pensé que habían acabado, sin embargo ella se colocó de rodillas y él detrás comenzó a golpear suave su glúteo, las inspiraciones pasaron de  quejidos febriles a violentos resuellos. Entonces miré a Pablo que dormía plácidamente. Sentí cómo el sudor se apoderaba de mi pecho, y me pedía que retirara la sábana, pero contuve la respiración y me escondí aún más bajo ella, mientras mis manos tomaron vida propia, me acariciaron con urgencia primero los senos, y luego bajaron hurgando en los pliegues más recónditos de mi piel. El chapoteo de sus idas y venidas sonaba como el oleaje de aquella tarde. A posteriori él regresó a la postura inicial, ella se sentó sobre él, aprisionándolo, tirando de sus cabellos, sorbiéndolo. Yo me estaba quedando sin aliento. Lo más desconcertante fue cuando él dejó caer su brazo como un ancla hacia mi litera y acarició mi pelo -un instante eterno-, entonces soltó un gemido, y mi tronco se enervó como si el orgasmo fuera mío, y mía su respiración, y sentí cómo mi cuerpo se derramaba sobre mis dedos. Luego … vino la confusión, y miré de reojo a Pablo, que parecía seguir dormido a pesar de todo.

En el momento que la claridad comenzó a revelarse recogí mis cosas y las metí en una maleta pequeña. Una herida de fuego en el mar desplazaba el añil intenso hacia los rosas, se intuía la presencia rotunda del sol en ese locuaz marasmo de matices. La luna, entonces apacible, parecía iniciar su periplo hacia el silencio. Pablo continuaba durmiendo. Primero salió Anna agarrada de la mano de Eric, después él y de su otra mano yo. Venus persistía vehemente. Bajamos cuando el barco atracó en Pompeya.

No me he arrepentido en ningún momento de lo que hice, pero ahora soy consciente de que debería haber dejado una nota o haberle escrito un email a Pablo. Mi deseo es hacer constar una fe de vida y tranquilizar a aquellos que puedan buscarme. Espero que esta declaración sea suficiente. Y firmo esto para que surta los efectos deseados.

Puesto de Carabinieri Comando Stazione

Sicilia a 02 de marzo de 2020

 

Fdo: Irene Aubiz Paniagua

 

 

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