Se trata de El encuentro, de Andrés Fórez.
Con una prosa
sugerente, el autor logra adentrarnos en el erotismo a través de dos
personajes, dos amantes que se encuentran en la ciudad de Salamanca, para dar
rienda suelta a sus deseos y fantasías.
Os dejo el relato íntegro, para que podáis leerlo.
Saúl, moreno,
con sus 26 años y un envidiable cuerpo atlético, hacía cinco meses que había
roto la relación con su novia y ahora sólo deseaba divertirse con su trabajo, leer, hacer deporte y disfrutar
en el gimnasio.
El primer día,
que Saúl entró en aquel nuevo gimnasio,
se dirigió hacia su bicicleta elíptica y allí al lado estaba ella. Notó un
vuelco en su corazón nada más verla. Aquella chica rebosaba belleza por todos
los poros de su alma. Le resultaba difícil apartar la mirada de su porte
elegante, de su figura esbelta y atractiva. Por su parte, ella también se había
fijado en él, en que la estaba observando con minucioso detalle. Y esto no le
desagradó, como solía ocurrirle en situaciones similares, sino que le pareció
maravilloso.
A la salida del
gimnasio, Saúl la invitó a tomar un refresco en un bar cercano y ella aceptó
con agrado. Mantuvieron una amena conversación, congeniando en todo con
naturalidad.
Aquello se
convirtió, con el paso del tiempo, en un ritual. Ambos sentían el deseo y la
necesidad de compartir, a la salida del gimnasio, momentos de charla
interesantes.
Las
conversaciones, en un inicio de carácter cotidiano, fueron adquiriendo, poco a
poco, un tono subido, picante, con continuas insinuaciones sexuales, sobre todo
por parte de ella.
Vanesa, con 28
años, un largo cabello moreno, ojos castaños claros, una impresionante figura y
una inteligente conversación, tenía entusiasmado a Saúl. Un día le soltó a
bocajarro:
–El 30 de abril me gustaría tomarme el puente de
Mayo y como ayer me dijiste que tendrías
que estar ese lunes en Salamanca, he pensado que podíamos pasar juntos esos dos
días. Así me enseñas esa bonita ciudad de la que parece que estuvieras
enamorado desde que estudiaras allí tu carrera.
–Sí.
Claro. No sé –balbuceó Saúl–. No esperaba esta propuesta. Bueno, lo arreglaré y
haremos como tú dices.
Por fin, llegó
el día de su encuentro en Salamanca. Vanesa esperaba, con ilusión y ansiedad, a
que llegase Saúl. Permanecía recostada en el sillón de la habitación del hotel.
Un intenso y
agradable aroma impregnaba el ambiente. Ella se había puesto perfume en todo su
cuerpo. También había comprado para esta ocasión un deslumbrante conjunto de
ropa interior color salmón, que hacía juego con su piel morena. Vestida con
pantalón corto, tras su amplia camisola se adivinaba un generoso escote.
Nada más entrar
en la habitación, Saúl se quedó extasiado contemplando la impresionante imagen
de Vanesa sobre el sillón. Su postura informal y sensual le hizo pensar que
estaba ante la mujer más bella del universo. Se acercó despacio a ella, la
cogió de la mano. Y ambos se fundieron
en un beso interminable. Sus lenguas se enredaron con ardor, lo que les procuró un placer inmenso.
Se deseaban como
nunca. Y dieron rienda suelta a su deseo, juntando sus labios, besándose,
acariciándose sin cesar.
Saúl se sentía
muy excitado, pero deseaba tomárselo con calma, porque quería disfrutar con
intensidad de aquel encuentro amoroso con Vanesa. Necesitaba controlarse, se
dijo, y tratar de disfrutar mucho de su amada. Y a la vez deseaba hacerle
disfrutar, porque esto le procuraba a él un gran placer.
Se acariciaron
con gran delicadeza y sensualidad durante un buen rato, antes de que él la
condujera hasta la cama, donde la invitó a acostarse. Colocándose de rodillas,
Saúl comenzó a besarle los pies. Se entretuvo lamiendo cada uno de sus dedos a
la vez que le provocaba cosquillas, que ella lograba a duras penas esquivar,
porque le procuraba una agradable sensación.
Saúl gozaba
recorriendo cada mínima porción del cuerpo de Vanesa. Escalaba su precioso
cuerpo, del que admiraba cada centímetro que iba cubriendo de besos, mientras
ella sentía una gran excitación. Cuando llegó a la mitad de sus muslos, ella se
estremeció al sentir la humedad de su lengua. A ella se le había acelerado
mucho su respiración, y temblaba de placer. Su piel era extremadamente suave.
Por su parte, Saúl tenía el pene totalmente erecto, pero deseaba dilatar la
penetración, que ella le estaba sugiriendo.
Él le quitó sus
braguitas con suavidad. Y continuó recorriéndola con su lengua hasta alcanzar
su sexo, que sintió humedecido y perfumado al acercar sus labios. Era el suyo
un aroma fresco con sabor a Aloe Vera. Vanesa se estremeció y comenzó a gritar,
de un modo suave, cuando él se puso a jugar con su clítoris. Pero, a medida que
él continuaba besando y lamiendo su clítoris, ella gritó con más fuerza, de
modo que su placer era acorde con el clímax que estaba alcanzando.
Entonces, le pidió
que por favor la penetrase porque quería sentirlo dentro de ella. Saúl, aunque
se resistía a su petición, continuó
recorriendo su escultórico cuerpo. Dejó multitud de besos en su ombligo, su
vientre, sus brazos hasta alcanzar sus generosos pechos, de considerable tamaño
y delicioso tacto aterciopelado. Se entretuvo saboreando sus pezones que, al
contacto con su lengua, se erizaron y endurecieron. De sus pechos pasó a
su cuello, que besó y mimó con pasión,
provocando en ella un enorme goce, a la vez que él se embriagaba con su aroma
juvenil. Después de acariciarse ambos con entrega, se fundieron en un tierno
beso, al que Vanesa puso fin empujando a Saúl hacia atrás. En ese instante,
ella lo forzó a darse la vuelta, tomando ella el dominio de la situación. Ahora
era ella quien deseaba devolverle todo el placer que él le acababa de procurar.
Comenzó besando el empeine de sus pies, para continuar recorriendo sus piernas,
sin prisa, con decisión. Él se sentía muy excitado. Y muy sensible a las
caricias y los besos de ella. Le estaba costando mucho resistir, en actitud
pasiva, aquella excitación. Vanesa tomó en su mano el órgano sexual de Saúl,
para acto seguido llevárselo a su boca con extrema delicadeza. El ritmo de las
caricias fue en aumento, aunque ambos deseaban retrasar el clímax, querían que
aquello no se acabara nunca. Vanesa siguió recorriendo, de un modo sensual y
tierno, el cuerpo de Saúl. Continuó con
suaves movimientos y continuos besos mientras le masajeaba su miembro. La
penetración llegó de un modo natural. Y Vanesa creyó tocar el cielo cuando se
sintió penetrada. Saúl la penetró una y otra vez hasta alcanzar el orgasmo.
Vanesa ya había tenido varios orgasmos antes de que Saúl lograra finalizar.
Luego se
quedaron inmóviles y relajados, en la misma posición en que habían culminado su
acto amoroso, hasta que se durmieron plácidamente. Al despertar, se fundieron
en un largo y entrañable abrazo que les
procuró una sensación de bienestar, que les incitó a volver a las andadas. Como
si quisieran experimentar de nuevo su aventura. Deseaban que aquello no se
terminase nunca.
Saúl, después de
volver a amar a Vanesa con devoción, se quedó rendido y tirado, desnudo sobre
la cama, con el aspecto de felicidad dibujado en su cara. Vanesa lo miró con placer, sonrío y lo invitó
a que se diera una ducha con ella. La abrazó por detrás y comenzó a acariciarla
como si antes no lo hubiera hecho. Puso una abundante cantidad de gel en su
mano y se dispuso a acariciarla a la vez que se frotaba en sus nalgas. Le acarició
con avidez sus senos, su vientre, su entrepierna. Y acabó penetrándola por
detrás.
Volvieron a la
cama. Necesitaban reposar. Contemplarse. Mimarse. Conversar. Sólo querían vivir
el presente. Habían perdido la noción del tiempo. Su tiempo era sólo el
presente. Se sentían felices.
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