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sábado, 18 de mayo de 2024

Madrid, de Andrés Trapiello

 He terminado de leer Madrid, de Andrés Trapiello. Me ha gustado dejarme llevar de la mano del escritor de Manzaneda de Torío por la historia y la literatura, los barrios, las calles, las plazas, la movida... el entramado de esa capital adonde llegó a principios de los setenta en busca de fortuna, una ciudad que él conoce como nadie porque la ha vivido en carne propia. 

Andrés Trapiello, foto tomada de elespañol.com

Se nota que es un buen viajero a las entrañas de Madrid, que también es su ciudad, como la de tantos, habida cuenta de que se trata de una urbe abierta, acogedora, hospitalaria, aunque en los últimos años la ciudad se haya vuelto, en mi opinión, algo menos amable que antes. Ahora algunos camareros y otros, apresurados ellos, se dirigen a ti con voz de mala chingá o follá diciéndote eso de "caballero", que a uno siempre le ha parecido, en el tono que lo dicen, como si te estuvieran llamando pelotudo, güey, menso o gili-gili-pollas.  

Ahora Madrid está hasta los topes de visitantes, de turistas, tal vez la señora Ayuso haya contribuido a atraer a las masas (la rebelión, por decirlo en palabras del filósofo Ortega) de toda Europa y aun el pijerío y freserío andante de otros primeros mundos. En todo caso, Madrid, como panel de miel de brezo o madroño briago, atrae a todo el mundo, porque los madriles se han puesto de moda. 

Al parecer, la capi del reino mayor se ha convertido en un parque temático (idea que también sostiene Andrés Trapiello), aunque siga conservando por fortuna el sabor castizo y a la vez cosmopolita de barrios como Lavapiés, que tanto me gusta, sobre todo para pasear y manducar tanto platos de la cocina madrileña como de la cocina senegalesa, magrebí o india. 

A través de Madrid, Trapiello nos está contando en el fondo su propia biografía ya desde la primera línea: "El día que decidí venir a Madrid fue el más importante de mi vida". Queda claro que esta ciudad de ciudades le ha dejado huella. "Para unos y para otros Madrid y Matriz son la misma cosa, una síntesis de gestación y memoria". 

Reconoce que la primera parte de su libro es la vida de Madrid en su propia vida, o su propia vida en la de Madrid. Y en una segunda parte nos habla de los retales madrileños: Madrid y la Historia; Madrid y sus reyes (desde Alfonso VI hasta Felipe VI); Madrid y la arquitectura (con unos cuantos estilos: escurialense o herreriano, churrigueresco, neomudéjar, neogótico, floripóndico, modernista, moderno, ecléctico); Madrid y la gastronomía; Madrid y el coronavirus; Madrid y la música y el teatro; Madrid y la literatura (Torres Villarroel, Vélez de Guevara, Larra, Mesonero Romanos, Galdós, Baroja, Gutiérrez-Solana, Gómez de la Serna, Pla, Ruano, Carandell, Chacel, Clara Campoamor, Juan Ramón Jiménez); Madrid y el arte (Goya, Gutiérrez-Solana, Antonio López, Carlos García-Álix); Madrid y la política y la prensa; Madrid y los museos y academias; Madrid y la chulería madrileña (con los majos, majas, manolos y manolas); Madrid y los sucesos; Madrid y el cine (1892-2019): Neville, Nieves Conde, Ferreri, Fernán Gómez, Berlanga, Martín Patino, Saura,  Almodóvar, Jonás Trueba;


Madrid y la fotografía; Madrid y los toros; Madrid y sus parques y jardines; Breve repertorio madrileño (acacias, afrancesados... argot... buñuelos de viento, callos... chinchón, chotis, churros, combros y porras... corrala, cursi, garbancero... gatos, gilipollas, guita... isidros, madrileñismos, tócame Roque (casa de); Personas y personajes; para finalizar con un a modo de epílogo (con algunas cosas raras que pasan en Madrid y no cabían en otra parte). 

"¿Nostalgia del Madrid de los Austrias? Por nada del mundo querría vivir uno en las casas en las que vivió Cervantes, ni obteniendo por ello el primer premio de haber escrito el Quijote. ¿Estamos seguros de que no nos gustaría ir por la calle con una espada al cinto o privarnos en una taberna de la plaza Mayor de que nos sirvieran una caña fría con un bocadillo de calamares fritos, y nos pusieran en su lugar un comistrajo de gallinejas?", se plantea en el a modo de epílogo el autor de Salón de pasos perdidos. 

Y es que un bocata o ración de calamares fritos saben a gloria bendita. 

Al inicio de Madrid dice que el arroyo (Guadarrama, término de origen árabe, ahora llamado Manzanares) creó un profundo vallejo, y a uno y otro lado de este se formaron dos barrios. 

"Los árabes aprovecharon los buenos auríferos del lugar y canalizaron el agua con diferentes minas subterráneas, llamadas mayrat, y de ahí le dieron a ese lugar el nombre de Mayrit, que evolucionó pronto a Magerit", agrega. 

Andrés Trapiello nos cuenta cómo llegó en tren a Madrid un 5 de mayo de 1971 en compañía de su hermano Pedro, el cual regresó a León una semana después. 

El propio Pedro le contó a su hermano Andrés que su apellido Trapiello significa arroyo en leonés antiguo. Y arroyo, manadero, es también Madrid. Qué curioso. Un arroyo en otro arroyo. 


"De haberlo sabido entonces -escribe Andrés- habría dicho... cualquier cosa menos que era una casualidad, lo mismo que el nombre de Isidro, patrono de Madrid, viene de Isidoro, famoso obispo enterrado en León". 

Al respecto de San Isidro (en mi pueblo y mi barrio también existe la plaza de San Isidro, lugar de fiestas y juegos varios), nos recuerda que es patrón de labradores en general y de Madrid en particular, que hizo cinco milagros canónicos, "pero tendría que haberlo sido también de los escritores, o por lo menos de aquellos que nos hemos visto obligados a escribir mucho para ganarnos la vida", añade él, que ha escrito mucho y bien. 

Los almorávides dejaron la ciudad en manos de cristianos. Y para entonces Madrid tenía, según él, tres barrios: uno judío (Lavapiés), otro moro (el vallejo de San Pedro o calle Segovia) y otro mozárabe, junto al Alcázar y San Ginés. 

Una vez llegados a Madrid -Andrés era la segunda vez que viajaba a esta ciudad, mientras que su hermano Pedro era la primera- se preguntaron: ¿Y ahora qué? Entonces, Andrés se atrevió a llamar a su prima desde una cabina telefónica, y esperaron cerca de una hora junto a la boca de metro de plaza de España, donde se halla el monumento a Cervantes, con don Quijote y Sancho invitando a los visitantes a lanzarse a la aventura de desfacer tuertos o entuertos. 

Cincuenta años después de aquel día Andrés Trapiello no se imaginaba escribiendo este libro titulado Madrid. 

"A la semana mi hermano, compadecido de las tribulaciones de nuestra madre, se volvió a León y me quedé solo", escribe, a la vez que rememora, de aquellos primeros meses en la capital, los paseos por el Madrid viejo y por los arrabales de Carabanchel, sobre todo al caer la noche, mientras traía a mientes a Pessoa viajando por la carretera de Sintra o a Pamuk paseando por Estambul. 

Para sobrevivir, se dedicó durante algunos meses a vender libros y enciclopedias. "Acababa de descubrirse en España la mercadotecnia, y el 'puerta por puerta' hacía furor... nunca en mi vida había pasado tanta vergüenza... 


La cultura no le interesaba a nadie, pero se respetaba bastante", agrega él, que aún no sabía quién era Umbral, el cual aparece a lo largo del libro en más de una ocasión. Inolvidables los pasajes que les dedica a Umbral y a Cela. "El libro de Umbral -se refiere a La noche que llegué al Café Gijón- es como un apéndice de una novela de Cela, La Colmena, llena también de tipos mezquinos y escritores fracasados, parodia a su vez de Luces de bohemia... Cela y Umbral son los epígonos de la picaresca... deudores del estilo estrepitoso de Torres Villarroel y el cinismo de Ruano.


Su Madrid es el de los maleantes, pero al final sólo de oídas o de recuerdos o de libros (vivieron los dos todo lo lejos que pudieron del Madrid antiguo, de los barrios bajos y de la gente que decían retratar, aunque a diferencia de Baroja o de Solana nunca se hubieran sentado a tomar un chato de vino con ninguno de ellos)... Sin la poesía de Baroja ni la humanidad de Solana, el retrato que les sale de Madrid es aterrador, expresionista y chillón como los carteles de caseta de feria... La colmena trata del Madrid de los cuarenta y La noche que llegué al Café Gijón de los sesenta, estirado en Trilogía de Madrid". Demoledoras estas palabras sobre Cela y Umbral. 

"Madrid fue la primera ciudad que conocí, después de León... Creo que si Madrid me ha llegado a gustar tanto luego es porque en aquella época fue mi único y mejor amigo", precisa Andrés, cuya  vida entró, en su opinión, en un periodo de "hablar interno", como Felipe II. Casi siempre solo. Aunque él seguía manteniendo contacto con su prima, adonde iba con ella a uno de sus jardines favoritos, el de Sabatini, al pie del Palacio Real, hasta que un día los sorprendió la guardia y los multó con cien pesetas por besarse, esto es, por "darse el lote". Qué terrible época, me atrevo a subrayar. A partir de aquel suceso, confiesa no haber vuelto por allí. No obstante, el Palacio Real, que a Ramón Gómez de la Serna le caía 'gordo', está emplazado en un espacio magnífico, el mejor de Madrid, algo que suscribo, y es uno de los sitios donde Andrés dice haber entrado en dos ocasiones. 

"Suele uno escoger para la visita de esta parte de la ciudad el atardecer. Es la hora de esta plaza. Debería llamarse de Poniente, porque desde allí se ven algunos de los mejores atardeceres, con la Casa de Campo delante y un trocito de la Sierra de Guadarrama a la derecha", montes que pintó muchas veces Velázquez como fondo de sus cuadros, puntualiza él, que nos habla también de las vistas desde templo de Debod, sobre todo de noche, "con el mar oscuro de la Casa de Campo y esos miles de luces que parecen faenando, como barquitas... El otro mirador de atardeceres es el de las Vistillas, al lado del Viaducto, a diez minutos a pie de esa plaza... Las vistas desde el de la Zarzuela son quizá las más bonitas, con Madrid al fondo, sobre un mar de seculares encinas", afirma Andrés Trapiello, quien también menciona la bonita vista desde el cementerio de San Isidro, "al otro lado del Manzanares, con el Palacio Real, La Almudena, el seminario y San Francisco enfrente. Y así lo han visto siempre los pintores, desde Goya a los últimos...". Algo de lo que doy fe después de mi reciente visita a Madrid. 

"Al Palacio Real sólo se puede ir si te hacen rey o te invitan los reyes", explica con humor, refiriéndose asimismo a la bonita galería de estatuas de la plaza de Oriente, a la que deberían añadir, en su opinión, la de Mohammed I, y la de José Bonaparte, "porque hicieron por Madrid más de los que figuran en ella", añade él,  que recuerda haber conocido al poeta Gil de Biedma en el Palacio Real. También en el palacio del Pardo recuerda haber tenido un encuentro con Umbral, del que dice: "era una de esas personas cuya conversación versaba siempre sobre él... Umbral era un gran funambulista... incluso un buen acróbata". 

Reconoce Andrés Trapiello que la poesía (Antonio Machado, Bécquer y Unamuno) fue su única compañera de verdad, la que le daba un poco de sentido a su vida en aquella época. Incluso echaba de menos los mercados que había en la plaza Mayor de León, "aquellos puestos de hortelanas del Bierzo... las de Mansilla con sus tomates, las del Órbigo con los sacos de alubias... En la de Madrid hubo los mismos cajones y puestos hasta bien entrado el siglo XX. La Fortunata de Galdós vendía en esa plaza volatería de corral y huevos...". 

La plaza Mayor de Madrid está llena de turistas a todas horas, según él. "Pero casi ni se notan, como tampoco lo notamos en la plaza de San Marcos en Venecia... El fenómeno mundial de turismo está convirtiendo las llamadas ciudades monumentales en parques temáticos y decorados de cine", apunta, algo que suscribo letra a letra. Sobre todo después de la pandemia todo está atestado, y hasta dan ganas de dejar de viajar, algo que no ocurría allá por los noventa cuando uno se lanzaba a la aventura en aquellos inter-raíles por Europa durante un mes sin reservas de ningún tipo y conseguía posada casi sin ningún problema. Cierto es que uno era joven, con energía. Entonces, el mundo estaba a mis pies, eso creía, con la ingenuidad de un rapaz ilusionado y hasta diría que feliz. 

"Para mí la plaza Mayor, aunque se parezca ya poco a la de hace ciento cincuenta años, es, principalmente, donde vivió y murió la Fortunata de Galdós". Adoración que siente Andrés Trapiello por Galdós, quien "nos ha descrito esas calles madrileñas del siglo XIX como nadie lo ha hecho jamás". 

"Después de la Puerta del Sol, la parte de Madrid que cuenta con más libros dedicados a ella es la Gran Vía... una calle con joroba... tiene mucho de decorado de unos estudios cinematográficos al aire libre...", escribe el autor de Madrid, la ciudad de los osos (como Berna, en Suiza), la villa surcada por el Manzanares, al que Quevedo llamó "aprendiz de río", "arroyo sin brío... con esperanza de río", según Lope.  

Dedica Andrés Trapiello también unas palabras a la sacramental de San Justo, "una especie de corralillo a modo de panteón portátil... en una de cuyas tumbas reposan los restos de Larra junto a los de Gómez de la Sena... A su lado Espronceda, Rosales, Núñez de Arce, Bretón de los Herreros... ninguna mujer", reivindica él porque en esa época vivieron en Madrid Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán, por ejemplo. 

"Madrid huele en primavera a las acacias (árbol tótem de la ciudad, aparte del madroño), y en verano a geranios... En invierno tuvo la ciudad el olor, ya disipado, de las gallinejas y fritangas (esto me hace recordar, de mi puño y letra, las fritangas de Bruselas en la parte norte, sobre todo antes de la pandemia), y en otoño... el de las castañas asadas, acaso el más melancólico de todos los olores del mundo", el más morriñoso de todos, eso creo también como berciano-leonés de nacionalidad cervantina, esa nacionalidad de la que nos habló el premio Cervantes Juan Goytisolo. 

Andrés Trapiello recuerda aquel Madrid nocturno de principios de los setenta poblado por vagabundos, crápulas y algunas mujeres de la vida (cantoneras). "Casi ni coches y apenas taxis. Mal iluminado. Y el silencio... Todo el viejo Madrid era poético". 

Luego, ya en los ochenta, llegó la movida, alentada por Tierno Galván, alcalde de Madrid que a Andrés le parecía un pedante y un pelma: "A colocarse y al loro", decía Tierno. 

"En la movida... casi todo el mundo había dejado la universidad y nadie tenía oficio ni beneficio (I vitelloni, como la película de Fellini)... la movida fue nuestro ultraísmo... Hay en la actualidad una gran controversia sobre el alcance de la revolución cultural que supuso la movida... Que yo sepa, nadie ha escrito aún la novela de la movida... A Almodóvar (el Alfredo Landa de la Transición, según Ferlosio) lo recibían en el extranjero como si hubieran recibido a Federico (García Lorca)".  Y es que Almodóvar, en mi opinión, quiere parecerse a Lorca, sobre todo en películas como Volver, que es como una versión postmoderna de La casa de Bernarda Alba en el contexto de La Mancha, con toques neorrealistas y surrealistas, como ya escribiera en una ocasión: https://cuenya.blogspot.com/2010/03/almodovar-y-volver.html

Del olor de Madrid a gato, a brecolera hervida, al ajillo de las tabernas, a churros, a gallinejas... ha hablado nuestro autor. ¿Pero cuál es el color de Madrid?, se pegunta él. 

"Madrid entero era color pensión (las pensiones de las que habla el propio Umbral en sus libros, se me ocurre decir), color ferroviario, color cárcel... color ceniza, color hambre, color san Isidro, color "vuelva usted mañana", color carmín, color conejo... Y tantos otros colores.

"La fachada de la mayor parte de las casas de Madrid ni se había reparado ni se pintaba desde hacía un siglo", escribe Trapiello, que en los ochenta llevaba, según él, una vida rutinaria y austera... ocupándose de su hijo y también escribiendo en casa, mientras su mujer Miriam Moreno se iba a trabajar. 

"Cada día tenía menos ganas de ver a nadie", recuerda Andrés al tiempo que se pregunta qué queda del Madrid de Larra y de Bécquer. 

Larra reivindicado como maestro por tantos autores. Y Bécquer como escritor de algunos de los poemas líricos más hermosos de la lengua española. 

En todo caso, "a uno le gusta mucho media hora una vez cada cuatro años -se refiere a Larra-, y a la media hora, ya no puedo más", señala Trapiello, quien habla de Galdós como un escritor imprescindible. "Para saber del romanticismo español y madrileño hay que leer a Galdós... hay que leerlo siempre... Galdós se hizo con todo Madrid, el austriaco y borbónico, el neoclásico y romántico, y lo tiñó de galdosismo". 

Aparte de Galdós, y su mentor Ramón Gaya, dice que "Cervantes es maravilloso sobre todo en el tono: la naturalidad con que cuenta las cosas... Se le lee siempre con una sonrisa en los ojos... Hay que leer a Cervantes (casi todo) y a Lope (sus romances) y de Quevedo la Vida de la corte... y su Buscón y alguno de sus sonetos...". Y nos recuerda, entre otros muchos asuntos, que en la calle de Atocha hay una placa de bronce muy historiada, muy siglo XIX, que cuenta que allí estuvo la imprenta de Cuesta donde se imprimió la primera edición del Quijote. 

En todo caso, el comercio importante de la ciudad de Madrid, los grandes cafés, fondas y pensiones de lujo y los primeros hoteles, que se ubicaron en la Puerta del Sol y calles aledañas... (Mayor, Montera, Alcalá, Carrera de San Jerónimo), tienen que ver con Galdós, pero nada con Cervantes, precisa él, que se siente encantado con Madrid, "ciudad generosa con las gentes sin oficio ni beneficio, como ha sido mi caso", detalla él, que vive en un barrio casi galdosiano (barrio de Justicia, en la calle conde de Xiquena). 

A Trapiello le gusta sobre todo pasear por el Retiro, "un milagro", a todas horas, cualquier día y en todas las estaciones. 

"El Retiro siempre es bonito, con lluvia, con sol, sin gente, con ella, solo, acompañado... Cómo describir el Retiro a quien no lo haya visto", se pregunta. 

"Es un bosque y es un jardín... es el mejor bálsamo para el alma aquejada del esplín moderno o de las nostalgias campestres", explica el autor de Manzaneda de Torío, el cual llega a decir que el Museo Romántico llegó a ser su casa, "la Cuesta de Moyano y El Rastro acabaron siendo mi segunda y tercera residencia, respectivamente... En la Cuesta iba de caseta en caseta mirando libros viejos... el mundo de los libros viejos es de lo más barojiano, pero también de lo más azoriniano... El barrio del Rastro es uno de los más deslucidos de Madrid. Yo lo encuentro muy bonito", matiza, acordándose de La busca, de Baroja, donde recoge el mundo miserable de los rastreros de los primeros años del siglo XIX. 

"También La horda, de Blasco Ibáñez, nos contó ese barrio, y el libro de Gómez de la Serna El Rastro, verdadera almoneda, entretenida, caótica, repleta de sorpresas, con sus tesoros y cachivaches... El Rastro es el espejo roto en el que se ha mirado siempre Madrid... Y al Paraíso voy yo cada domingo, como quien tiene el deber de salvar a granel el mundo... Únicamente se anima las mañanas de los domingos, el resto de la semana aquello se vuelve metafísico como un cuadro de De Chirico... El Rastro es como un Prado al revés, decía Umbral... Hasta ahora (se refiere al Rastro) ha resistido de milagro, como milagroso es que no haya desaparecido el Madrid de Galdós", sostiene Trapiello, para quien Madrid no se entiende sin el autor de los Episodios nacionales, "como no se entiende España sin Velázquez ni Cervantes". Siendo uno un rapacín sentía fascinación por los cuadros del creador de Las Meninas. Y cuando leí por primera vez El Quijote fui consciente de que viajar por el mundo adelante era tal vez lo mejor que a uno podía sucederle, porque el que mucho ve y mucho lee, mucho sabe. 

"Para Madrid Galdós ha sido más importante que Felipe II, Carlos III y todos los reyes juntos... Llegó desde su Gran Canaria a la capital con diecinueve años, en 1862, y en ella murió (1920) y quiso que lo enterraran en La Almudena", escribe Trapiello. 

https://cuenya.blogspot.com/2023/12/gran-canaria-con-su-exotismo-palmeral-y.html

Hace poco tuve la inquietud de acercarme al cementerio de la Almudena, en Madrid, para visitar la tumba de Galdós. Y la pasada Navidad estuve en la casa-museo del autor de Nazarín y Tristana (novelas adaptadas por Buñuel) en Gran Canaria. 

https://cuenya.blogspot.com/2024/05/de-madrid-al-azul-celeste-de-la.html

"Hablando de Galdós -dice- cuesta mucho salir de los barrios bajos, esos que van desde la plaza de Tirso de Molina... hasta el río, o desde Cuchilleros por las Cavas...". Un Madrid que, en mi opinión, sigue latiendo y enganchando al visitante. 

A todo esto, Andrés Trapiello añade El Prado y la Puerta del Sol, por supuesto.

"El Prado es un manicomio de cordura, de realidad, de certidumbre... Velázquez, Murillo y Goya han bastado para que España pueda codearse con las otras fortalezas pictóricas: China, Japón, Italia, Holanda... El Prado es un regazo, un consuelo...".

Por su parte, la Puerta del Sol es "el origen de las carreteras radiales". Se siente fascinado nuestro autor con la ilusión de esa gente que se pone sobre ese cero que tienen en la acera... Y el reloj tiene también su historia. Un reloj que construyó y donó en 1866 el relojero Rodríguez Losada, que era originario de La Cabrera, o sea, leonés. Y además amigo del poeta Zorrilla. 

"Casi todo lo importante de lo que ha sucedido en la España moderna ha empezado en la Puerta del Sol: desde el motín de Esquilache o el 2 de mayo de 1808 a la Segunda República... El mes de diciembre la plaza conoce las tumultuarias colas de ilusos de todas partes de España que vienen a comprar los herederos de Doña Manolita, conocida lotera, el número de la suerte para los sorteos de Navidad y El Niño", cuenta Trapiello con retranca, el cual está convencido de que Madrid ha sido una ciudad antes de la guerra civil y otra muy diferente después de ella. 

"La rutina de la guerra convirtió Madrid en una ciudad que cada día pasaba del surrealismo a lo dantesco por el corredor kafkiano... Madrid está lleno aún de heridas de la guerra... Madrid se convirtió en la capital del silencio... Todos, principalmente los perdedores, comprendieron que la única lucha que les estaba permitida era la de la supervivencia, y cada cual se centró en salir adelante como pudo, con la ayuda del fútbol y los toros, del cine y de la radio", escribe el creador del ensayo Las armas y las letras.

Andrés Trapiello, que es un gran paseante, como deja claro en este libro, reconoce que va muy poco por los barrios modernos porque están a trasmano y para ello tendría que echar bota y merienda. Y todo lo que no sea recorrer una ciudad a pie no le sirve de nada. Y es que, como mejor se conoce y reconoce un sitio, es caminándolo, sintiéndolo bajo los pies, dejándose empapar por sus colores, sonidos, sabores, olores y la sensación térmica que uno tenga. 

"Las entradas en Madrid, por carretera y por ferrocarril, son deprimentes, podía uno estar llegando a cualquier parte... En avión es aún peor, porque descubrimos a Madrid colocado en medio de una calera, árida y pobre", escribe Andrés Trapiello, al tiempo que arroja una mirada realista sobre nuestra capital, esa ciudad en la que tantos nos sentimos como si hubiéramos nacido y crecido en la misma, porque todos tenemos cabida. 

Una ciudad que no me canso de recorrer, porque para conocer una ciudad como Madrid se necesitan varias vidas. 

Esta es, pues, mi lectura del Madrid de Trapiello, que a buen seguro requeriría de al menos otra lectura, a sabiendas de que se quedan en el tintero, como se decía otrora, muchas más cosas de interés.  

https://andrestrapiello.com/

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