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martes, 1 de agosto de 2023

Confieso que he vivido

     Acabo de leer Confieso que he vivido, del escritor chileno Pablo Neruda, un libro de memorias o recuerdos que son, en su opinión, "intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es  la vida... Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta". 

    Me suelen gustar los libros de memorias. Y este me ha gustado, por supuesto, sobre todo me han fascinado aquellos pasajes en los que hace referencia a sus poetas amigos como Lorca -al que conoció en Buenos Aires, pues el duende andaluz estrenaba allí Bodas de sangre-; Alberti, Miguel Hernández... León Felipe, "el poeta nietzscheano", Pedro Garfias, poeta salmantino exiliado en un inicio en Inglaterra y luego en México, que compuso el estremecedor poema Asturias, al que puso música el cantautor astur Víctor Manuel; el poeta peruano César Vallejo, su amigo entrañable, al que Neruda le dedico al menos un par de poemas... los surrealistas franceses Louis Aragon y Paul Éluard, "con esa lucidez apasionada"... Y también los capítulos dedicados a México, o las referencias a Fidel Castro y el Che, aunque también despiertan interés los que abordan su infancia y sus años en la universidad de Santiago de Chile, su querencia por la Isla Negra, "un lugar desconocido para todo el mundo" y Valparaíso, que "abre sus puertas al infinito mar", sus primeros libros como Crepusculario, confesando que tuvo dificultades para pagar su impresión, o Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que es "un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes... son el romance de Santiago con las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido", aclara él mismo. 

     "...Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!/ Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos./ Hojas secas de otoño giraban en tu alma" (Versos del poema 6 de Veinte poemas de amor)

    Respecto a su relación con Lorca, cuenta que dieron en Buenos Aires un discurso a alimón sobre el poeta Rubén Darío, "un gran elefante sonoro que rompió todos los cristales de una época del idioma español", que fue un referente poético para ambos. 

    En cuanto a Alberti, dice que lo conoció en las calles de Madrid, "con camisa azul y corbata colorada... militante del pueblo cuando no había muchos poetas que ejercieran ese difícil destino... Rafael Alberti significa el esplendor de la poesía en la lengua española. No sólo es un poeta innato, sino un sabio de la forma. Su  poesía tiene, como una rosa roja milagrosamente florecida en invierno, un copo de la nieve de Góngora,  una raíz de Jorge Manrique, un pétalo de Garcilaso, un aroma enlutado de Gustavo Adolfo Bécquer", detalla Neruda. 

    Uno de los amigos de Lorca y Alberti, al que se refiere Neruda, era el joven poeta Miguel Hernández. "Yo lo conocí cuando  llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras. Yo publiqué sus versos en mi revista Caballo Verde y me entusiasmaba el destello y el  brío de su abundante poesía. Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de  papa que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea... Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo  rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al  viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura.", apunta Neruda, al que acabarían concediendo el Premio Nobel, según relata él mismo en Confieso que he vivido: 

"Finalmente... me dieron el Premio Nobel. Estaba yo en París, en 1971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile". 

    Otros escritores a los que conoció Neruda fueron Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez.

    "Vi a Valle-Inclán una sola vez. Muy delgado, con su interminable barba blanca, me pareció que salía  de entre las hojas de sus propios libros... A Ramón Gómez de la Sema lo conocí en su cripta de Pombo, y luego lo vi en su casa. Nunca puedo  olvidar la voz estentórea de Ramón, dirigiendo, desde su sitio en el café, la conversación y la risa, los  pensamientos y el humo. Ramón Gómez de la Sema es para mí uno de los más grandes escritores de  nuestra lengua, y su genio tiene de la abigarrada grandeza de Quevedo y Picasso. Cualquier página de  Ramón Gómez de la Sema escudriña como un hurón en lo físico y en lo metafísico, en la verdad y en el  espectro, y lo que sabe y ha escrito sobre España no lo ha dicho nadie sino él... Ha cambiado la sintaxis del idioma con sus propias manos, dejándolo impregnado con sus  huellas digitales que nadie puede borrar. A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy  callado y discreto, dulce y severo como árbol viejo de España. Por cierto que el maldiciente Juan Ramón  Jiménez, viejo niño diabólico de la poesía, decía de él, de don Antonio, que éste iba siempre lleno de  cenizas y que en los bolsillos sólo guardaba colillas.  Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria  envidia española. Este poeta... vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a  cuanto creía que le daba sombra. Los jóvenes García Lorca, Alberti, así como Jorge Guillén y Pedro Salinas eran perseguidos  tenazmente por Juan Ramón", escribe Neruda en sus memorias.

Neruda era un tipo singular, controvertido, tímido, según el mismo nos cuenta, del que se dice que fue envenenado en el hospital donde estaba ingresado unos días después de que se produjera el golpe militar de Pinochet, ya que el escritor chileno era amigo de Salvador Allende. También Allende fue asesinado "por haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre", escribe  en sus memorias el autor de Cien sonetos de amor. 

El creador de Canto general y España en el corazón toma el seudónimo del poeta checo Jan Neruda, como él mismo escribe en sus memorias: "...Para encubrir la publicación de mis primeros versos me busqué un apellido  que lo despistara totalmente (se refiere a su padre). Encontré en una revista ese nombre checo, sin saber siquiera que se trataba  de un gran escritor, venerado por todo un pueblo, autor de muy hermosas baladas y romances y con  monumento erigido en el barrio Mala Strana de Praga". 

    Aparte de miembro del partido comunista, defensor de la República española y diplomático en diversos lugares del mundo como Ceilán (Sri Lanka), "la más bella isla grande del mundo", Singapur, Buenos Aires, París, Barcelona o Madrid, donde asegura que conoció a todos los amigos de Lorca y Alberti, fue un poeta enorme, "el más grande del siglo XIX", según el Nobel García Márquez. 

    Me entusiasma, como ya había adelantado, el capítulo dedicado a México florido y espinudo: "...México, con su nopal y su serpiente; México florido y espinudo, seco y huracanado, violento de dibujo  y de color, violento de erupción y creación, me cubrió con su sortilegio y su luz sorpresiva.  Lo recorrí por años enteros de mercado a mercado. Porque México está en los mercados. No está en  las guturales canciones de las películas, ni en la falsa charrería de bigote y pistola. México es una tierra de  pañolones color carmín y turquesa fosforescente. México es una tierra de vasijas y cántaros y de frutas  partidas bajo un enjambre de insectos. México es un campo infinito de magüeyes de tinte azul acero y  corona de espinas amarillas...".   

    México y sus cenotes sagrados, "no es el mar, ni es el arroyo, ni el río, ni nada de las  aguas conocidas".

    México y sus grandes pintores, a saber, Diego Rivera, "gran maestro de la pintura y de la fabulación"; Rufino Tamayo, Siqueiros. Sorprende que no mencione a Orozco. O se me pasó por alto, no creo.

Una vida, la suya, hecha de todas las vidas de diplomático, viajero a lo largo y ancho de muchos países, entre ellos Cuba, donde estableció contacto con el Che Guevara y con Fidel Castro.

"Me halagó lo que me dijo (se refiere al Che) de mi libro Canto general. Acostumbraba a leerlo por la noche a sus guerrilleros en Sierra Maestra. Ahora, ya pasados los años, me estremezco al pensar que mis versos también le acompañaron en su muerte".

Un placer leer las memorias de este colosal poeta, que quizá no vivió en sí mismo, como él señala; "tal vez viví la vida de los otros".

Gracias, amiga Raquel, por tu recomendación y tu préstamo.


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