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martes, 5 de julio de 2022

La vida de Adèle

 He vuelto a ver La vida de Adèle y me parece una película estupenda. Alabada y detestada al mismo tiempo por la crítica, a mí me parece un trabajo extraordinario, una obra de arte, sobre todo por sus protagonistas, que nos meten de lleno en una historia de pasiones y amores/desamores, la que viven y sufren dos chicas. 

Ya sabemos, ya tú sabes, que diría un cubano o cubana, que por cierto son de sangre bien caliente, que el amor/eros es uno de los grandes temas del cine, de la literatura, de la vida, en definitiva, porque el arte imita la vida, o eso creo. La mímesis aristotélica que aborda en su Poética. El arte, en todo caso, debería brotar de las entrañas de la vida. 

Y las actrices que encarnan los papeles principales están llenas de pasión y por ende de vida en la gran pantalla. Resultan realmente carnales y creíbles, con las emociones a flor de piel, con escenas de alto voltaje, no sólo eróticas sino de violencia. Y eso se me antoja maravilloso. Pues sabemos que interpretar así, que a los espectadores nos llegue tan de verdad, no es nada fácil. Y ellas lo consiguen con creces, imagino que gracias, también, a su director, el franco-tunecino Abdellatif Kechiche, aunque las actrices, al parecer, no se encontraron a gusto con él durante el rodaje. 

Sea como fuere, el resultado interpretativo es magistral. Y, una vez más, nos muestra los bajos fondos de la condición humana, esa dependencia que se crea entre los seres humanos cuando alguien, en este caso Adèle (interpretada de un modo portentoso por la actriz Adèle Exarchopoulos), se queda literalmente enganchada de Emma (Léa Seydoux), sufriendo todos los sinsabores de esa relación tóxica de la que tan difícil resulta salir, salvo que exista ayuda psicológica. Y aun así. O bien uno haga un poderoso trabajo introspectivo, siempre con ayuda de familiares, amigos, etc. 

La joven Adèle se nos muestra a pecho descubierto -salió así la frase, no quería hacer chiste-, con una mirada que nos hipnotiza, nos subyuga, mientras que Emma, algo mayor en la peli y también en la vida real que Adèle, es mucho más fría y calculadora, como veremos en su evolución a lo largo de la película, cuyo metraje, en opinión de algunos críticos, es excesivo para lo que se nos cuenta, lo cual es discutible. 

Podríamos aventurarnos a decir que Emma tiene una personalidad un tanto perversa, quizá una narcisista, que usa a Adèle a su antojo y luego, cuando la tiene bien enganchada, la arroja a la basura. Y aun así la mantiene con la llama encendida por si en algún momento deseara volver a utilizarla. 

Cuando uno se confronta con una película de esta envergadura -me entusiasman los primeros planos de estas actrices, lo que nos hace introducirnos en su alma-, acaba reflexionando sobre cómo nos comportamos los seres humanos en nuestras relaciones íntimas, amorosas, donde estoy convencido de que nunca existe una relación de igualdad (tanto que se habla de la igualdad). 

Igualdad, fraternidad y libertad: ideales de la Revolución francesa, principios de la República, la cosa pública, que no dejan de ser más que una aspiración, una utopía en un mundo distópico y vuelto del revés, donde prima la dominación y la sumisión, el cainismo, la censura y autocensura, la opresión y la represión. 

Otro gallo nos cantaría -por cierto, hoy, bien temprano, me despertó el gallo del vecino- si fuéramos iguales, fraternos y libres. 

Qué mundo de ficción. Un genuino mundo feliz, no como el que nos cuenta Huxley en su novela-ensayo, que también recomiendo su lectura y aun su relectura. 

La vida de Adèle, por tanto, nos ayuda a repensar las relaciones amorosas/sexuales entre los seres humanos, que pueden ser, por supuesto, entre dos mujeres, dos hombres, una mujer y un hombre, o lo que se tercie. Que ahora se habla mucho del poliamor, que antes se decía trío o ménage à trois, à quatre... à plusieurs. 

Cabe subrayar que el poliamor no es poligamia ni poliandria ni poliginia. 

Pues eso, volvamos a ver La vida de Adèle, o veámosla por vez primera con ojos de asombro, de fascinación, como la que siente la prota por Emma. 

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