Pero uno echa de menos ese tiempo calmado, ese sosiego en el útero de Gistredo, que invita a meditar, a reflexionar, pero también a descansar, a respirar sano. Y la compañía de buenos amigos, lo cual se agradece, gente que, llegado el final de agosto (el ferragosto) se van a sus lugares de residencia habitual, pues en el pueblo no vive casi nadie (y cada día menos), lo cual que a este paso pasito pasote Noceda se quedará despoblada no tardando. Todo se acaba, en verdad. el propio Planeta se extinguirá, casi seguro. La especie humana-animal se irá a la mierda. Casi seguro. Y esto tampoco lo digo con espíritu catastrofista. Ni apocalíptico. Las trompetas aún no han sonado, aunque la procesión se va adivinando, intuyendo.
Cuando me da por pensar (y suele ser habitual) en el paso acelerado del tiempo, me entra vértigo, me da gorrión. Y me siento invisible en el universo. En realidad, somos muy poca cosa. no somos nada, aunque algunos/as se crean la mamá de los pollitos. Mamasita, qué es lo que comen los pollitos. Y los gallos... Permitidme por favor estas licencias. Poner algo de humor, aunque sea grisáceo, en la punta del pastel vital, de esta vida que se nos va como un suspiro. Suspiremos, ay, aun que estamos vivos. Porque la vida no la da dios (ni el diablo) de balde. Ni tampoco el tiempo, que es vida. Imposible concebir el no tiempo, porque, insisto, todo tiene un principio y un fin.
The end, como figura en los títulos de crédito de las pelis americanas. This is the end. Como el título de una archiconocida y psicodélica canción de The Doors (me apetece escucharla), las puertas hacia el paraíso, el jardín o huerto del que los humanos-animales nunca debimos salir. O sí. Porque de lo contrario ahorita seguiríamos en la selva prehistórica. Bueno, seguimos en la selva asfáltica, en el bosque vertical. Todo, en verdad, llega a su fin. Aun antes de lo que creemos. Pero debemos autoengañarnos para poder sobrellevar la vida, acaso con cierta dignidad, amparados en nuestro disfraz carnavalesco, en nuestra máscara.
Panorámica de Noceda-Foto: María José Prieto y Julián |
El verano ha llegado a su fin en el útero de Gistredo. Al menos para uno. Y eso me pone morriñoso.
"Este rapaz está morriñoso", se decía antaño cuando un guaje no medraba, estaba enfermo, no tenía "buena color" (dicho con artículo femenino, la color y la calor).
La morriña, la saudade (abundante la literatura en torno a estos términos, Rosalía de Castro, por poner un solo ejemplo) es la tristeza que uno siente al estar alejado de su tierra, de sus seres queridos. Y uno siente morriña, saudade porque el verano (con sus aires de serranía, su oxígeno aurífero, sus paseos por los campos floridos de las sonrisas...) se ha esfumado en Noceda del Bierzo.
Lo mejor sería no pensar en ello, no pensar, ni siquiera en los recibos de la luz y el agua..., vivir en un estado de entontecimiento, de ignorancia, pero no hay marcha atrás (el tiempo corre veloz hacia adelante como un potro desbocado por las praderas de lo incierto). Y uno desea, en el fondo, vivir de claridades y lo más despierto posible, incluso en duermevela.
Cornatel |
Todo volverá, como las oscuras golondrinas sus nidos a colgar. Todo volverá. También el verano. O no. Para quienes se apean o son apeados del tren de la vida, ya no habrá más verano. Ni más otoños. Ni nada. Porque la vida es un viajar hacia la nada. a lo mejor queda una energía (que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma), un espíritu en modo recuerdo (en modo verano, se dice también ahora). Pero, cuando uno sea sólo espíritu, podrá dar cuenta del mismo. Me temo que no. Pues en este caso la conciencia, y la consciencia, se han esfumado, como este verano nocedense. Y no queda ni siquiera la subconsciencia, que podría aflorar en forma de sueños, en modo pesadillas, inclusive (vaya palabrín). Y los sueños, aparte de producir monstruos, nos ayudan a volar, a sobrevolar el mundo. Luego, cuando uno se despierta, se da el hostión. Pero estaba hablando de un espíritu que ya no puede despertarse ni vivir de claridades, sino de sombras, acaso chinescas. Entonces, a nuestro espíritu (intrépido guerrero) sólo le queda la inconsciencia. ¿Qué podemos hacer con la inconsciencia? Vegetar.
Hórreo en Cerredo |
Ahora, que he dejado de escuchar al gurú Jim Morrison (enterrado en el Père-Lachaise parisino) y están sonando los Pink Floyd, sigo agarrado por los tuétanos de la melancolía, mientras rememoro los paseos veraniegos por Noceda... incluso bajo un firmamento tachonado de estrellas... fugaces... trepando hasta la fuente de Rozas, ya mítica... contemplando el horizonte en modo puesta de sol.
Religándome con el legendario Molín de Ampuero, en una velada en toda regla, al amor de una hoguera, en una noche realmente fría. Con amigos y paisanos de siempre. Compartiendo momentos inolvidables en la Casa de la Cultura con varios poetas, narradores y actrices hasta lagrimear de emoción (porque con nosotros estuvo la energía de Fermín López Costero), compartiendo café en tarde de agosto con la poeta Pilar Blanco y Justo en Las Fontaninas. Y mesa y charla, otro día, con la poeta y narradora María José Prieto y su marido Julián, también en Las Fontaninas (una conversación acerca de espíritus, amén de otros asuntos). Y por supuesto excursionando, con buenos amigos (Ana, Javi, Nina, Pepín) a Cornatel (mirador al infinito, sublime entorno), Balboa (con sus pallozas, me causa risa la palloza del Chis, por el nombre, nomás, en Noceda había un paisano al que llamaban Tomasín el Chis),
Cerredo (ya en tierra astur, sobre esto espero hablar, cuando encuentre tiempo, algo más en otro post)... Y así en este plan de paseos por las lentas nubes que dan sueño. Por decirlo a lo Pessoa.
La palloza de Chis en Balboa |
Vayan aquí estos versos del genial escritor portugués, que también estaba invadido por la morriña, por la saudade.
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