Viajé a Málaga (Malaqa o Malaq, una de las ciudades más antiguas de Europa) en mis vacaciones de Navidad. Para ser más preciso. Y me llevé una agradable sorpresa, al encontrarme con una ciudad atrayente y sensualmente arábiga (Andalucía entera nos muestra su lado árabe. Y eso me entusiasma, porque uno también lleva sangre árabe en sus venas. Casi seguro).
Panorámica de la ciudad |
La fenicia Málaga se alza moruna en su alcazaba (con su Generalife de estilo granadino) y exótica en su vegetación. Y por supuesto marina.
A medida que uno crece descubre, con satisfacción, que aún siendo de montaña, de la sierra del Alto Bierzo (me nacieron en el útero de Gistredo, un uno de agosto del 67), me apasiona el mar. O mejor dicho, me hipnotiza el mar, acaso porque mi padre también viajó al Brasil en los cincuenta del pasado siglo enrolado en un barco durante casi un mes, que duró la travesía desde el puerto de Vigo (quizá por eso también me apasiona la ciudad donde surgieran grupos musicales como Siniestro Total o Golpes Bajos).
Picasso |
Entonces, los viajes eran auténticos. Y viajar en barco era toda una aventura. La primera vez que me asomé al mar era aún chiquito. Y no fue al mar gallego ni astur sino al vasco. Eso creo recordar. Porque allí vivían dos de mis hermanas, las mayores: Merce y Marisa. Suerte que tiene uno. "Suertudo", me decían en México durante mi estancia en el país azteca. Algo que me recuerda una amiga extraordinaria. A lo mejor es cierto, que soy un rapaz con suerte. Lo de rapaz lo digo con afán de quitarme años de encima, quede clarín clarete. Cómo me enrollo, madonna mía.
Alcazaba |
A lo que iba, que el mar es algo que me apasiona. No en vano, Holanda es, de lo que conozco, uno de mis países preferidos, tal vez porque está ganado al mar. Es puro mar. Y la verde y morada Málaga sabe a alga marina.
Viajar es algo esencial -lo he llegado a decir por activa y por pasiva-. Y lo es porque de este modo se conocen los lugares. Por mucho que te cuenten, que te digan, que veas incluso a través de la televisión, del cine, incluso vía Internet, nada es comparable a viajar in situ, al meollo del cogollo, recorrer con tus sentidos, siempre abiertos, los sitios, asomarse a los acantilados de la hiperrealidad (me encanta el hiperrealismo de Antonio López).
El Cenachero |
Es entonces cuando sientes verdaderamente, cuando logras captar olores y aromas, incluso hedores. Y de paso puedes sumergirte en los fondos, también marinos, tocando realidad, tocando pelo, como dicen en el argot taurino (estupenda la plaza de toros malagueña, estampa que recuerdo haber visto en algún libro siendo un chavalín, que me quedó grabada en la retina de la memoria), al menos una suerte de realidad, escuchando el vaivén de las olas (que vienen y van, como en la canción de Serge Gainsbourg) y el acento peculiar de los malagueños (y las malagueñas), que siempre te alegran el oído.
Andersen |
No me imaginaba una ciudad con tanto encanto, sobre todo por su magnífico clima, que en diciembre se agradece. Y mucho. Para quien vive en las brumas del Bierzo aún más. No obstante, las noches decembrinas son algo frescas. Conviene abrigarse.
En verdad, si he de ser sincero al cien por cien, Málaga me cautivó por ser la cuna del genio Picasso, aunque este colosal artista fuera un ciudadano universal, que viviera y desarrollara su infinita creatividad en otros lugares, como en A Coruña (sobre esto volveré) y por supuesto en Barcelona y París. También en Madrid. Como sabe muy bien la artista/fotógrafa Cecilia Orueta, que acaba de publicar un libro (ganas de ojearlo y leerlo, Cecilia) titulado Los paisajes españoles de Picasso. Con textos, entre otros, del gran Julio Llamazares, su compañero.
Teatro romano, al fondo la Alcazaba |
Al final, Málaga me devuelve, de un modo cuasi inevitable, al exotismo de A Coruña, pues ésta es también una ciudad llena de singularidad palmeral y de mar, exotismo en sus jardines como Méndez Núñez o el de San Carlos. Y mar que la rodea cual si fuera casi una isla, en realidad una península.
En tiempos remotos, A Coruña estaba conformada por dos islas. Una ciudad que no sólo mira el mar, sino que es mar toda ella. Mar que nos lleva a otro mundo, el Nuevo Mundo.
Coruña también podría ser una ciudad hispanoamericana, en el fondo lo es.
Puerto de Málaga |
Y Málaga despertó en mí este sentir. Norte y sur unidos por la magia de Picasso, que vivió en la capital gallega cuando era un niño. Llegó con diez años. Y estuvo allí desde 1891 hasta 1895. Un periodo de cuatro años, corto pero fructífero. Pues el creador de El Guernica (que viera por primera vez en el Casón del Buen Retiro de Madrid, siendo un adolescente) se formó en la Escuela de Artes y Oficios de esta ciudad gallega.
Calle Larios |
A Picasso se le antojaba que el faro-símbolo por excelencia de Coruña era la Torre de Caramelo (Torre de Hércules). Una chuche para comérsela. Porque la belleza será comestible o no será. Como dijera otro genio, en este caso Dalí.
En Málaga también es posible visitar el museo casa natal de Picasso (monumento histórico artístico de interés nacional). Y una estatua suya, en la plaza de la Merced, donde se ubica asimismo su casa natal.
Málaga, incluso sus restaurantes, llevan el sello estampado de su figura.
Nazareno en calle Larios |
Aparte de Picasso, me chocó encontrarme con una estatua de Hans Christian Andersen, sentado en un banco bajo una palmera, en la Alameda de la ciudad. El danés Andersen es el autor de cuentos tan famosos como La sirenita, emblema por lo demás de la bellísima ciudad de Copenhague (sobre la que podría hablar en otro momento, habida cuenta de que he podido visitarla en dos ocasiones. Me flipó, todo hay que decirlo, el barrio bohemio, alternativo, de Christianía).
El viajero Andersen ("viajar es vivir", decía) relata, en su Viaje por España a mediados del siglo XIX, que se quedó prendado de la ciudad de Málaga, donde se sintió muy feliz, deslumbrado por su luz (la luz mediterránea es puritita inspiración artística), su mar y sus gentes, sobre todo las mujeres, que le parecieron bonitas -no era tonto el pibe, aunque a este intrépido viajero y contador de cuentos de hadas también le chiflaban al parecer los hombres-, "con llameantes ojos... agitando con gracia innata los relumbrantes abanicos de lentejuelas".
Un topicazo tal vez, que en esa época no lo era tanto. O no lo era, en absoluto. Y menos para un danés que se asomaba a un país, mitad europeo, mitad africano. ¿Cómo sería Dinamarca en ese tiempo?
Otra escultura curiosa, que acapara la atención del visitante, es El Cenachero o vendedor callejero de pescado. El pescaíto frito como plato típico de la Costa del Sol, de Andalucía al completo. El Pimpi |
Y por supuesto me gustó visitar su Teatro romano y pasearme por sus calles, curiosa y ornamentada en Navidad, con sus estrellitas, la Marqués de Larios. Y hasta pudiera creerse que estábamos en Semana Santa, habida cuenta de algún tipo que se paseara por allí con la cruz al hombro como un nazareno. Y llamativo el museo Pompidou (cual si estuviéramos en París), un cubo multicolor con obras en su interior de Frida Khalo, Max Ernst, De Chirico, Marc Chagall o Miró.
Pompidou en Málaga |
Treparme al castillo de Gibralfaro (la fortaleza más inexpugnable de la Península Ibérica) fue una caminata saludable, estimulante. Y visitar la alcazaba -me encantan las kasbahs (Aït Ben Haddou me tiene literalmente enamorado)- fue toda una experiencia religiosa, mística, espiritual. También recomiendo subirse a la terraza del hotel Málaga Palacio, cuyas vistas son magníficas. En esencia, la espiritualidad brotó en la altura (o por la altura), con las encefalinas y endorfinas subidas a la azotea del firmamento, oteando el horizonte, quedándome mirando, en un estado de entontecida felicidad, el azul celeste, el azul de su bahía (la bahía del Pajariel, como diría Suárez-Roca, respecto a Ponferrada), la vegetación exuberante y naranjil. Y el color blanco que tiñe la ciudad.
Panorámica desde Alcazaba |
Agradezco a Olga (gran amiga de una de mis hermanas, Marisa) que, con su hospitalidad, me acercara más y mejor la ciudad. Y disfrutara con ella de un momento único e irrepetible, tomándonos algún cafecito (en la Taberna del Obispo) y aun algún finito en bodegas el Pimpi (personaje popular que se encargaba de ayudar a los pasajeros que llegaban al puerto de la ciudad), que cuenta con retratos de Picasso y Lorca. Por ejemplo. Pues por esta bodega, con una gran solera, han pasado personajes ilustres del arte, la política... entre otros, la Duquesa de Alba, la familia Picasso, Carmen Thyssen (en la ciudad también hay un museo con su nombre) o el actor y director de cine Antonio Banderas, que es originario de la capital.
"El Pimpi es la capilla Sixtina de Málaga", según el oriundo poeta, narrador y columnista Manuel Alcántara, a quien leía con entusiasmo hace años. Un excelente columnista, del que todos deberíamos aprender. ¿Qué será de él? Tendré que volver a Málaga para informarme. Olga, ¿estás dispuesta a hacer de cicerone. Y descubrirme lo que de judía tiene la ciudad de Málaga?
Esta entrada me dará pie para volver, en otro momento, sobre Coruña, Vigo, Barcelona, Madrid, Copenhague, París incluso, y hasta Buenos Aires, ciudades que he podido visitar (algunas en más de una ocasión). Y aun vivir en la capital del Reino y la capital francesa.
Haces viajar a cien lugares, de más colores y a tantos porqués.Repleto de experiencias vas y compartes. Gracias, muy lindo.
ResponderEliminarComo siempre, Manuel, en tus relatos viajeros nos ilustras con todo tipo de reseñas. Nos vas sacudiendo en un pin pan, como pelota de ping pon, de datos y claves que tan bien conoces y regalas. Después de cada lectura tuya apetece repetir el itinerario descrito. Felicidades.
ResponderEliminarDesde Málaga y en Navidad, un beso de tu amiga berciana que está en babia : )
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