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viernes, 22 de mayo de 2015

Ana Griott en Bembibre


Cuenta la narradora y editora Ana Cristina Herreros (Ana Griott), quien estará hoy mismo en la casa de las culturas de Bembibre, que  «ser consciente o conscientes de la muerte da serenidad en la vida». Sí, sabia reflexión, Ana Cristina, mejor serlo que ignorarlo, aunque el saber produce dolor, mientras que el desconocimiento, la ignorancia procuran cierta felicidad. En todo caso, no conviene olvidar quizá que la muerte forma parte de la vida, cara y cruz de una misma realidad, por momentos irreal o surreal, sobre todo cuando la muerte acecha tras la sebe, cuando la curuja grita compungida en la noche oscura y agitada, cuando los espíritus chillan deseperados en busca de salvación, acaso la salvación eterna, qué cosas. 

Ayer, en una de mis clases sobre Cultura Iberoamericana (en concreto sobre ese país llamado México) les hablaba a mis alumnos/as de la relación, tan estrecha y carnal, tan cuatacha, que tiene la 'mexicanidad' andante con sus muertitos, con los finados que algún día serán, seremos. Ahí está el deslumbrante Octavio Paz, con su 'Laberinto de la soledad', metiendo el dedo en la llaga, en todo el meollo del cogollo mortuorio. A menudo los mexicas (y tantos otros y otras) bromean con la muerte, la rozan, la soban, la acarician, como si de un amor se tratara. Eros y Tánatos abrazados y fundidos. Con mimo y risas. Con sorna y chiste. Chistosistos y chistositas que son ellos y ellas, pero cuando uno tiene las cenizas de alguien conocido/querido delante de los morros la cosa ya no resulta tan graciosa. Como me ocurriera recientemente en Astorga con una chica que acaba de morirse a resultas de un puto cáncer, a quien conociera desde que era una bebé. Impresionado me quedé (así es uno, de natural sensiblón, qué le vamos a hacer). Después de mi visita a esta casa, acompañado de familiares que tienen gran amistad con la familia astorgana, me fui derechito a leer a la Casa Panero (que no deja de ser otro emblema de drama o tragedia) y cuando me dispuse a leer un poema sobre la memoria de los asesinados/as, se me puso un nudo en la garganta al recordar las cenizas de Ainhoa. 

Así es la vida/muerte, Ana Cristina, tú que has escrito tus cuentos populares sobre la Madre Muerte, y que hoy nos hablara de  los filandones y cuentos de mujeres. Recuerda Griott que nuestro filandón o filandones han perdido su significado primero, su función primigenia, habida cuenta de que nos hemos olvidado de que los filandones formaban parte de la tradición de nuestras abuelas, en concreto de las mujeres (que filaban, de ahí su nombre), de aquellas mujeres que en el ámbito de lo público callaban -aclara Ana Griott-, como ocurre por ejemplo con las mujeres marroquíes, con las mujeres, en definitiva, de todo el mundo. La legendaria Plaza de Marrakech (considerada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, gracias al Cervantes Juan Goytisolo, al igual que 'patrimoniales' son nuestros filandones) sería una maravilla, según Ana Griott, "si no fuera porque las mujeres no tienen acceso a este espacio para contar, "porque en Marruecos las mujeres no pueden contar en los espacios públicos, solo tras las paredes de alguna casa, como las mujeres leonesas de los filandones".

A través de tu palabra, al menos hoy en Bembibre, en la Casa de las culturas, tú, Ana Cristina, tendrás la ocasión de dar voz (y voto, ahora que estamos en tiempo electoral) a las mujeres, incluidas a las marroquíes de la Xemáa-el-Fná. Y por supuesto a las mujeres bercianas, del Alto y del Bajo.  



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